(una historia en tres actos, sin telón final)
PRIMER ACTO
A mediados del año 1998 se pasó por Venezuela Francis Fukuyama. Había
escrito recientemente un libro relevante y de gran impacto global: “El fin de
la historia y el último hombre” y venía a participar en un gran evento
nacional. En el programa "Liderazgo y Visión" aprovecharon la ocasión
y lo trajeron a tertuliar en una pequeña peña. Era ese un libro pretencioso:
argumentaba que la evolución de la sociedad global marcaba una clara tendencia
a la convergencía en dos aspectos claves: la democracia y la economía de
mercado. Ello estaría marcando un “fin de la historia” como la conocíamos hasta
entonces, en la que los dilemas claves de la sociedad, aquellos que,
precisamente, habían ido construyendo la Historia, a punta de pugnas,
confrontaciones y machetazos, estaban resueltos pues se habría llegado a un
virtual consenso global.
No lo sabíamos entonces, pero al cabo de sólo sólo tres años un acontecimiento global daría al traste con esa visión de convergencia de la Historia y las sociedades. Dos escuadrones suicidas en el World Trade Center afirmarían con contundencia que el consenso no era tal. Presumo que a partir de entonces el libro de marras de Fukuyama comenzaría a venderse mucho menos, cediéndole espacio más bien a las tesis de Samuel Huntington respecto al “choque de civilizaciones”.
No lo sabíamos entonces, pero al cabo de sólo sólo tres años un acontecimiento global daría al traste con esa visión de convergencia de la Historia y las sociedades. Dos escuadrones suicidas en el World Trade Center afirmarían con contundencia que el consenso no era tal. Presumo que a partir de entonces el libro de marras de Fukuyama comenzaría a venderse mucho menos, cediéndole espacio más bien a las tesis de Samuel Huntington respecto al “choque de civilizaciones”.
El último hombre era demócrata y capitalista, afirmaba el ponente en su
disertación. Y aunque el mundo se daría cuenta tres años después, ya en ese
auditorio privilegiado éramos varios a los que la tesis de Fukuyama nos causaba
“ruido”. Recuerdo que al terminar la exposición del orador, Roberto Giusti
abordó la inquietud de muchos: ¿cómo podía estarnos hablando de esa
convergencia global a nosotros, que sentíamos que íbamos en dirección
contraria? Ni capitalismo, ni democracia en el “hombre nuevo” que se avizoraba
tras las promesas de un candidato de gran potencial. Es decir, habíamos unos
cuantos tan preclaros que sentíamos que estábamos viajando a bordo del Titanic
(después de haber visto la película, claro está). Fukuyama se sintió confundido
y no supo bien qué contestar, probablemente no estaba al tanto de los
pormenores de la campaña electoral de esa, a la fecha, la “democracia más
antigua de la Región”.
Rememoro esos tiempos en Liderazgo y Visión como de enorme estímulo
intelectual. De la mano académica de Roberto Casanova, y la cordial mano
anfitriona de Rocío Guijarro, la Fundación se había trazado la ambiciosa meta
de formar a “mil para el dos mil”, y en esa faena organizaba interesantísimos
encuentros formales e informales con las cabezas mejor plantadas de Venezuela y
el mundo. Muchos jóvenes que prometían proyectarse en la vida nacional,
solíamos ser contertulios de esos encuentros que pensaban al país posible y que
no pocas veces concluían en discusiones interminables. En aquellos tiempos
muchos en el grupo iniciaban su vida política, la mayoría escogió la oposición
como alternativa, aunque algunos son hoy prominentes chavistas.
SEGUNDO ACTO
Recordé esta anécdota hace unos meses, en un multitudinario acto de
lanzamiento de un candidato a la presidencia vía primarias opositoras. Un acto
emocionante y pleno a rebosar. Gratamente me reencontré con muchos de los
participantes en las reuniones de aquellos días. Uno de ellos, Armando Briquet,
fue la primera persona a quien escuché argumentar sobre la pertinencia del
postchavismo, con clarividencia histórica, y como opción contrapuesta a la del
mucho más simplista “antichavismo”.
En el acto me encontraba sentada cerca del anfitrión de aquellos ya lejanos
días de 1998, Casanova, quien acababa de escribir un libro titulado
“Bifurcación: entre una visión neocomunista y una visión creadora”. Es, a mi
juicio, un libro imprescindible en el que Roberto disecciona, con la claridad
cartesiana que le caracteriza, dos modelos y sus conceptos básicos, dos claras
opciones para un país, en un momento histórico: éste.
El libro Bifurcación define dos esquemas por los que puede optar una
sociedad contemporánea: la que modela una planificación central, de estatismo,
de propiedad social y de lucha de clases o, por el contrario, la que opta por
un modelo de libertades civiles, de pluralismo ideológico, de emprendimiento y
promoción de las iniciativas particulares. La bifurcación entonces define el
contraste entre los dos senderos posibles. No es un libro neutro, no pretende
ser el fiel de la balanza. Se pronuncia con claridad por uno de los dos
esquemas, en el que el “desarrollo signifique el despliegue de nuestra libertad
creadora de riqueza, de conocimiento, de cultura, de comunidad”, y en donde los
pobres estén incluidos, con la convicción de que “nuestro problema social no es
de lucha de clases sino de inclusión”.
Bifurcación es un texto postchavista, en el sentido que no hace a
Chávez centro del debate, muy por el contrario: interpreta tanto a Chávez como
a las causas que lo generaron como parte de parecida visión rentista de la
sociedad. En cierta forma, como Roberto sostiene, "el neocomunismo es la
fase superior del estatismo". Pero es también postchavista cuando mantiene
que sólo una parte del llamado chavismo comparte el proyecto necomunista que la
élite dominante intenta imponer en cámara lenta y que el encuentro de
los sectores moderados - chavistas y opositores - es un requisito para la
reconstrucción democrática del país.
Mientras tanto, en el centro del acto de lanzamiento, el candidato esbozaba una
visión de una sociedad más próspera y más justa. En el momento de la
bifurcación nos convocaba a elegir el camino correcto otro de los contertulios
de aquellos tiempos. El orador hablaba de un sendero de progreso, de
oportunidades, de solidaridad, de seguridad y de equidad. De la educación como
pivote central de un progreso social sostenido. La educación pública de calidad
como palanca del desarrollo inclusivo con equidad. Henrique Capriles Radonski
mostraba el camino en una visión del futuro promisoria y posible, y nos
invitaba a todos a subir en ese autobús del progreso.
El intelectual identificaba la bifurcación y el político señalaba el camino. Nunca ha sido distinto.
Y TERCER ACTO (SIN TELON)
Por aquellos tiempos en que Fukuyama amenazaba acabar con la historia, la economía se había convertido en el lenguaje del Estado. Las prestigiosas universidades de la Costa Este norteamericana, los grandes “think tanks” del mundo, así como las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el BID aseveraban que las políticas públicas eran ideológicamente neutras, y ello se había convertido casi en un dogma de fé.
Estaban equivocados, sin embargo. El socialismo aún tenía algo que decir (y lo seguirá teniendo en tanto los dilemas esenciales de la sociedad no hayan sido resueltos). La desigualdad será un tema importante mientras no exista una variación en los términos de intercambio que los haga más equitativos. Y ello incluye tanto los análisis al interior de las sociedades, como los más globales, que miden la relación de intercambio entre los países, particularmente entre los países pobres y los más ricos.
En los años recientes ha sucedido exactamente lo contrario: el precio global de los commodities ha tendido a la baja, desfavoreciendo a los países más pobres, productores, en favor de los más ricos, consumidores de “commodities”. Mientras que al interior de las naciones más prósperas el nacimiento del movimiento Indignados arremete con fuerza y coloca en el centro del debate el tema de la equidad, posicionando ese muy poderoso: “somos el 99%, despertemos!”. Moisés Naím pronostica en un reciente artículo que el tema fundamental de las elecciones norteamericanas del 2012 será precisamente el de la desigualdad.
El intelectual identificaba la bifurcación y el político señalaba el camino. Nunca ha sido distinto.
Y TERCER ACTO (SIN TELON)
Por aquellos tiempos en que Fukuyama amenazaba acabar con la historia, la economía se había convertido en el lenguaje del Estado. Las prestigiosas universidades de la Costa Este norteamericana, los grandes “think tanks” del mundo, así como las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el BID aseveraban que las políticas públicas eran ideológicamente neutras, y ello se había convertido casi en un dogma de fé.
Estaban equivocados, sin embargo. El socialismo aún tenía algo que decir (y lo seguirá teniendo en tanto los dilemas esenciales de la sociedad no hayan sido resueltos). La desigualdad será un tema importante mientras no exista una variación en los términos de intercambio que los haga más equitativos. Y ello incluye tanto los análisis al interior de las sociedades, como los más globales, que miden la relación de intercambio entre los países, particularmente entre los países pobres y los más ricos.
En los años recientes ha sucedido exactamente lo contrario: el precio global de los commodities ha tendido a la baja, desfavoreciendo a los países más pobres, productores, en favor de los más ricos, consumidores de “commodities”. Mientras que al interior de las naciones más prósperas el nacimiento del movimiento Indignados arremete con fuerza y coloca en el centro del debate el tema de la equidad, posicionando ese muy poderoso: “somos el 99%, despertemos!”. Moisés Naím pronostica en un reciente artículo que el tema fundamental de las elecciones norteamericanas del 2012 será precisamente el de la desigualdad.
No fue Fukuyama el único con la audacia suficiente para vaticinar el fin de
la historia. Hitler proponía su Tercer Reich que duraría mil años. El fin de la
historia es también el comienzo de la utopía, esa llegada al lugar
"perfecto" que no existe. A su manera también Chávez viene aspirando
al fin de la historia, cuando define la temporalidad de su mandato en el lejano
2021 y que sus más fervorosos partidarios extienden hasta el “dos mil siempre”.
¿Qué es el pensamiento único sino una forma de expresar el “fin de la
historia”?.
Una bella canción de Jean-Jaques Goldman, titulada ROJO, también nos habla de ello:
Una bella canción de Jean-Jaques Goldman, titulada ROJO, también nos habla de ello:
“Nos daremos la mano los que no somos nadie….
Un mundo nuevo, entiendes.
Ya nada será como antes.
Es el final de la historia,
El rojo después del negro”.
Sin embargo, es evidente que mientras haya humanidad la historia no tendrá fin. El análisis de las contiendas electorales a lo largo y ancho del globo nos muestra que es precisamente el cambio la fuerza electoral más poderosa que existe. Es el dilema entre cambio y continuidad el que signa buena parte de las pugnas electorales del planeta. Somos los humanos, y los electores por extensión, eternos insatisfechos con lo que tenemos. De nuestra insatisfacción y la convicción de que las cosas pueden ser mejores se deriva buena parte del ímpetu motor de la política, el progreso y la historia.
Como dijera Jean-Jaques Goldman: viene el rojo después del negro. Sin menoscabo de que después venga de vuelta el negro, añadiría yo... La alternancia política no sólo es vital en las democracias, sino que es clave en el progreso de las sociedades y en la superación de los ciclos de la historia. Y el cambio es la fuerza motriz más poderosa en la política. Es el arquitecto de la Historia.
¿El fin de la Historia? Más bien se trata entonces de la Historia sin fin. No hay telón final. Y esta historia, la nuestra, apenas comienza. Además, algo me dice que tendrá un final feliz….
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