Por Fernando Mires / 9
de Febrero del 2012 / Prodavinci.com
Encontrar todos los días en el periódico la noticia del genocidio que
perpetra la dictadura siria puede traer consigo efectos anestésicos. Podemos
incluso acostumbrarnos al salvajismo si se convierte en diaria y medial
monotonía. No deja de ser remarcable el hecho de que hay quienes se conmueven
hasta el alma mirando el Guernica de Picasso, pero cuando ven los muertos
sirios en la TV, cambian de programa. Al fin y al cabo, dirán algunos, y con
cierta razón, eso no tiene nada que ver con mi familia.
Mi abuelo Salomón Mires (Meheres), cuya religión era la cristiana
ortodoxa, nació en Homs, bastión de la resistencia siria. Su familia era muy
grande. Quizás tengo desconocidos parientes en Homs, y puede que estén luchando
en las ensangrentadas calles de la ciudad. Vaya a saber uno. Pero en este caso
no estoy hablando de un parentesco familiar sino de otro que es, antes que
nada, político.
Hay quienes, quizás por experiencia, establecemos una relación de
parentesco político con las víctimas de cada dictadura. Hay otros a los que
sólo interesan las de su “equipo”. He conocido a algunos que se emocionan hasta
las lágrimas cuando escuchan de torturas durante Pinochet, pero si les hablan
de las que ocurren durante los Castro, ni se inmutan. También hay los que se
identifican con la maldad humana. Si se tratara sólo de individuos, no habría
ningún problema: sociópatas ideológicos hay en todas partes. Pero se trata,
además, de gobiernos.
En política internacional no hemos encontrado todavía la denominación
para calificar a aquellos gobiernos que defienden crímenes de dictaduras. Esa
fue la deducción que no pocos establecimos cuando nos enteramos de que Rusia y
China, en la Conferencia de Munich (2-4 de Febrero del 2012) negaron una vez
más su solidaridad al pueblo sirio. Fue el ministro de Relaciones Exteriores de
Turquía, Ahmer Davatoglu, quien expuso la lógica de ese resultado: “Rusia y
China no votaron pensando en la realidad del terreno. Votaron en contra de
Occidente”.
Después del deprimente resultado, el diario El País ha llamado a
diferentes expertos para que expliquen la actitud de China y Rusia. Las
interpretaciones son diversas: Las hay desde quienes opinan que a través de la
defensa de los pueblos árabes USA busca acceder al petróleo de Siria e Irán,
hasta quienes afirman que Rusia no quiere sacrificar el lucrativo negocio de la
venta de armas. No faltan tampoco quienes afirman que a China sólo le interesan
los negocios y no la política.
En cualquier caso los latinoamericanos sabemos que no estamos frente a
ninguna novedad de la historia. Basta recordar que la China de Mao siempre negó
suscribir resoluciones en contra de Pinochet y la Rusia soviética calificó a
los generales argentinos como “progresistas”. De este modo, tanto la
“nomenklatura” china como la autocracia rusa son consecuentes con el pasado de
donde provienen. Y ese es justamente el punto: las dictaduras son muy
solidarias entre sí, lo que no se puede decir de los gobiernos democráticos.
¿Cómo esperar solidaridad china con los movimientos sociales del mundo
árabe si en el mismo país hay cientos de intelectuales en prisión, los obreros
no tienen derecho a huelga, y los aparatos de vigilancia se meten hasta en el
uso de la internet? ¿Cómo esperar que la autocracia rusa sea solidaria con
movimientos democráticos si quienes critican la farsa electoral que ella
ejecuta son aplastados con violencia?
Tanto los gobernantes de China y Rusia han extraído lecciones del
derrumbe del comunismo. Ellos saben que no fue el poderío económico y militar
de Occidente lo que hizo posible el fin de esa historia. Fueron los disidentes,
después las masivas protestas, las que enterraron a las nefastas dictaduras
comunistas.
Putin sabe quizás que está montado sobre una maquina de poder que ya no
funciona como él quisiera. Puede ser también que la dictadura china -tan
admirada por tecnócratas occidentales- intuya que es un gigante con pies de
barro pues llegará el momento en que el crecimiento económico sólo podrá ser
impulsado a través de la ampliación de las libertades públicas. Visto así el
tema, a nadie debería extrañar que el lema de Marx “Proletarios del mundo
uníos” haya sido tácitamente transformado por el de “Dictaduras del mundo,
uníos”
Las dictaduras del mundo están muy unidas entre sí. La razón es simple.
Mientras en un país democrático el descontento popular lleva, en el peor de los
casos, a un cambio de gobierno, en los países dictatoriales lleva a un cambio
de sistema. De ahí que apoyar rebeliones como las árabes significa para las
clases dominantes de China o Rusia apoyar reivindicaciones que tarde o temprano
se volverán en contra de ellas mismas.
La negativa de Rusia y China, acompañada de la siempre cobarde
abstención de gobiernos como el de Brasil, ha tenido, sin embargo, dos efectos
históricos positivos.
El primero: los futuros gobiernos de los países árabes sabrán de ahora
en adelante que sus principales enemigos ya no se encuentran ni en Europa
Occidental, ni en los EE UU, ni en Israel.
El segundo: los gobiernos democráticos han tomado noticia -gracias a la
actitud de China y Rusia- de que la principal contradicción que recorre el
mundo es la de dictadura–democracia. Eso significa que la necesidad de que las
democracias del mundo se decidan de una vez por todas a actuar en bloque, es y
será cada vez más imperiosa.
Con ello estoy diciendo que la lucha iniciada una vez entre Esparta y
Atenas no ha terminado todavía. Ella continúa tanto hacia dentro como hacia
afuera de cada nación.
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