Escrito por
MARIO VARGAS LLOSA el Feb 9th, 2012
Quienes creen que la historia de América Latina es una
obra maestra de la sinrazón, un producto del puro instinto y de la fuerza
bruta, deberían leer el reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze,
Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate, 2011). Este ambicioso y
audaz ensayo quiere mostrar, a través de perfiles biográficos de doce
latinoamericanos de diversa vocación políticos, revolucionarios, escritores,
dictadores que la evolución de América Latina no es un caos, resultante de las
pasiones y los apetitos desbocados, sino una compleja trama movida por ideas y
convicciones que, aunque a menudo disimuladas detrás de desplantes, matonerías
y retóricas rimbombantes y huecas, le dan a aquella sentido, coherencia y
racionalidad.
El historiador mexicano Enrique Krauze y su más el
reciente libro “Redentores”
Como los autores de las dos obras capitales que le sirven
de modelo, Russian Thinkers, de Isaiah Berlin, y To the Finland
Station, de Edmund Wilson, Enrique Krauze cree firmemente que las ideas
hacen siempre la historia y explican todos los grandes hechos repugnantes o
admirables, generosos o mezquinos, liberadores o esclavizantes que constituyen
el devenir de todas las sociedades y naciones.
Aunque rigurosamente trabados entre sí, los capítulos del
libro son de dimensión y profundidad variada, y entre el riquísimo y exhaustivo
dedicado a Octavio Paz un libro dentro del libro, en verdad y los más breves
y someros consagrados, por ejemplo, a José Martí y a Eva Perón, hay diferencias
acusadas. Pero todos están escritos con desenvoltura, astucia y felicidad y se
leen con la expectativa y la excitación de las mejores novelas. Redentores es
una obra clave de nuestros días, una de las empresas intelectuales más audaces
concebidas en el ámbito intelectual y político latinoamericano, y, por su rigor
y erudición y la originalidad de sus análisis, un aporte valiosísimo para
entender la actualidad y las perspectivas inmediatas de ese continente que
creíamos de las oportunidades perdidas pero que, según la tesis más polémica de
Krauze, ya no lo es más, pues ha entrado por fin, en medio del tumulto que es
todavía su fachada, en un rumbo de verdadero progreso.
El optimismo que transpira el libro no peca de
ingenuo, está fundado en datos, indicios y razonamientos persuasivos. Debo
confesar que, en mi caso, ha servido para derribar desconfianzas y
escepticismos que alentaba hacia algunos países, sumidos en problemas que me
parecían obstáculos insalvables para que en ellos echaran raíces en un futuro próximo
instituciones y costumbres democráticas sobre bases estables. Desde luego,
Krauze es muy consciente de la enorme diversidad existente entre la veintena de
países de América Latina y de la imposibilidad de que todos ellos progresen al
mismo ritmo y de la misma manera. Es también muy lúcido sobre los desafíos
mayores para la democratización que representan el narcotráfico y su inmenso
poderío económico, y el crecimiento desaforado de la delincuencia y la
corrupción que en gran parte es su consecuencia.
Lo que señala es una tendencia general a la que, unos más
rápido y otros con retardo, todos se van sumando, algunos con entusiasmo y
lucidez y los demás a regañadientes y hasta sin darse cuenta cabal del proceso
modernizador en el que están inmersos.
Según Krauze no es casual que en la América Latina de
nuestros días no haya sino una sola dictadura de tipo clásico, la de la Cuba
castrista, una semidictadura demagógica y corrupta, la Venezuela de Hugo
Chávez, y un par de democracias populistas y secuestradas por caudillos, como
la Bolivia de Evo Morales y la Nicaragua de Daniel Ortega, en tanto que todos
los otros países, no importa cuán imperfectas sean todavía sus instituciones,
parecen haber optado de manera resuelta por Estados de Derecho basados en la democracia
política y economías de mercado. Más importante todavía: el modelo socialista
autoritario que en los años sesenta y setenta reclutaba a todas las vanguardias
políticas del continente y era el santo y seña de sus juventudes, está hoy
prácticamente en ruinas, condenado a una marginalidad que se sigue encogiendo y
que alientan apenas grupos y grupúsculos huérfanos de calor popular, en tanto
que una nueva izquierda, como la que gobernó en Chile con la Unidad Popular y
que gobierna ahora en países como Brasil, Uruguay, El Salvador y Perú, ha
dejado atrás sus viejos sueños colectivistas y estatistas y optado por el
pragmatismo democrático y de economías abiertas de la socialdemocracia europea.
El camino para llegar hasta aquí a la modernidad y
el realismo políticos ha sido largo, sangriento, de confusión y delirio
ideológicos, sueños utópicos de redención social a través de la violencia, la
guerra civil, dictaduras atroces, democracias paralizadas por la ineptitud y la
venalidad de sus líderes, burócratas y parlamentarios, y Enrique Krauze lo
traza en síntesis brillantes y elocuentes a través de los perfiles biográficos.
Por momentos, como en las páginas dedicadas a José Vasconcelos, a Evita Perón,
al Che Guevara y al subcomandante Marcos, el libro alcanza vuelos épicos,
relata deslumbrantes peripecias aventureras que parecen provenir más de las
fantasías locas del realismo mágico que de una realidad documentada. Los
repetidos fracasos, las enormes desigualdades económicas y sociales, el
sufrimiento que las frecuentes desventuras políticas han ido sembrando por todo
el continente, poco a poco han ido empujando a las sociedades latinoamericanas
hacia el realismo, es decir, hacia los consensos democráticos, el primero, el
de coexistir en la diversidad política sin entrematarse, acatando los
veredictos electorales, la renovación periódica de los gobiernos, el respeto a
la libertad de expresión y al derecho de crítica, la aceptación de la
propiedad, de la empresa privada y del mercado como mecanismos indispensables
del desarrollo económico. Todo ello ha ido imponiéndose poco a poco, por la
fuerza de las cosas, a través de la evolución de una derecha y una izquierda
que, no sin reticencias y traspiés, han ido renunciando a sus viejas obsesiones
excluyentes y violentistas, y cambiando de métodos.
Desde luego que nada de esto es irreversible.
Enrique Krauze no cree que la historia tenga leyes inflexibles a las que los
pueblos estén sometidos como los astros a la ley de gravedad, sino que aquella
fluctúa, avanza o retrocede y a veces gira sobre sí misma de manera
tautológica. Pero las conclusiones de su libro son elocuentes y estimulantes:
comparada no con el ideal, sino con su pasado mediato e inmediato, América
Latina ha progresado de manera notable. Si sus economías van creciendo y han
resistido mejor la crisis financiera que causa estragos en Estados Unidos y en
Europa es porque ahora es más libre que en el pasado y porque la cultura de la
libertad ha ido impregnando tanto su realidad política como la social y la económica.
Nada indica que en el futuro inmediato esta tendencia vaya a cambiar.
Todo lo contrario. Habría que ser ciego porfiado en
materias ideológicas para creer que todavía la Cuba totalitaria, donde siguen
muriendo los disidentes perseguidos por la policía política, o la Venezuela
arruinada y enconada por las malas artes de Hugo Chávez, pudieran ser el modelo
hacia el cual se encamina el resto del continente. Es evidente que esos
regímenes representan anacronismos en proceso de desintegración muy lenta, por
desgracia en un contexto en el que lo que se va imponiendo de manera
inequívoca es el modelo democrático liberal.
Como soy uno de los doce protagonistas de
Redentores, y Krauze me dedica un generoso ensayo, he tenido dudas hamletianas
antes de reseñarlo. Sé de sobra las suspicacias que este artículo puede
despertar. Pero lo hago porque, como todavía las ideas que su autor defiende
tienen tanta dificultad para ser reconocidas y aceptadas en el medio
intelectual latinoamericano paradójicamente más retrógrado que el político y
el económico, me temo que no tenga la difusión que se merece y sea víctima de
la discriminación y censura que aún practica el establishment cultural,
controlado por un progresismo de pacotilla.
Krauze tiene el coraje de proclamarse un liberal en
un medio donde todavía ésta parece una mala palabra, asociada a las ideas de
explotación y egoísmo capitalista, y otro de los grandes méritos de su ensayo
es devolver a aquella su prístino sentido de defensor y amante de la libertad como
valor supremo, pero de ninguna manera disociada de la justicia y de la
convicción de que ésta, en el dominio social, sólo puede significar la creación
de una sociedad donde haya igualdad de oportunidades para todos. En este
sentido, tiene muchísima razón cuando sostiene que el liberalismo está más
cerca de la socialdemocracia que del conservadurismo, y que buena parte del
proceso de modernización de América Latina se debe a que, sin que nadie lo
quisiera ni advirtiera, ambas tendencias se han ido acercando y confundiendo en
la realidad, empujando de este modo la civilización y haciendo retroceder la
barbarie.
Su libro es un hito decisivo en este proceso
civilizador.
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