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miércoles, 1 de febrero de 2012

Miedo al miedo


Por Gustavo Yepes, 29/01/2012

Quien vive temeroso, nunca será libre
Horacio


El comandante tiene miedo. Se le nota. Él sabe que el cuerpo cobra, tarde o temprano, los excesos físicos, y que el destino también cobra, tarde o temprano, los otros excesos. Fresco tiene el recuerdo de sus amigotes que creyeron que el poder es eterno y el destino les cobró sus excesos de una manera muy cruel. Ni siquiera la espada de Bolívar los salvó y hay incluso quien piensa que esa espada ayudó al destino. Tanto miedo tiene, que cada vez se esconde más. Sólo se deja entrevistar por quien, sumiso y preso de sus propios miedos, le hace las preguntas que él le ordena. No deja que la gente, su “pueblo”, se le acerque, porque sabe lo que lo van a dejar en evidencia. Le tiene miedo a una dama que lo puso en su lugar, sin que pudiera reaccionar más allá de una balbuceante y gastada referencia a la poderosa águila y la insignificante mosca, sin imaginar el poder que puede tener una mosca. El problema no es su miedo, sino lo que hace con ese miedo.

Sus secuaces tienen miedo. Se les nota. Ellos saben que cuando él caiga, ellos también, irremediablemente, caerán. Tienen miedo cuando amenazan; esa es su defensa. Cada vez que se ríen de sus ocurrencias, no pueden evitar el rictus que los delata. Ellos saben que aquellos a quienes hoy humillan están en la bajadita, esperándolos, y eso los aterra. Tienen miedo de perder sus privilegios, ganados a punta de adulancia servil y de corrupción. El problema no es su miedo, sino lo que hacen con ese miedo.

Es evidente lo que hacen con ese miedo. Tratan de infundir miedo al enemigo; es decir, a los que no pensamos igual. Al final, especulan ellos, vencerá quien tenga menos miedo, y como no pueden controlar el suyo, hacen todo lo posible por aumentar el ajeno. Por eso es que algunos generales amenazan con sólo reconocer a quien los protege, por ahora. Por eso, ido Tascón, crean sus propias listas de personas humildes esperanzadas en obtener algo de la piñata, con la amenaza cierta de que no sólo basta con estar en la lista sino jurar lealtad para permanecer en ella. Lo que no saben muchos es que lo único importante para el régimen es la lista, para así convertir las esperanzas en grilletes.

Una de las tareas más importantes de quienes aspiran sacar por la vía democrática a alguien que no es demócrata, consiste en ayudar a que la persona común, los de a pie, venzan el miedo. Para ello, tienen que vencer sus propios miedos. No es posible que algunos no se atrevan a tocar, ni con el pétalo de una rosa, a quien los ha golpeado sin misericordia. El daño que se ha hecho no debe callarse. La mentira y la trampa no deben esconderse. No debemos permitir que la barbaridad de las elecciones parlamentarias se repita. En aquella oportunidad, cambiaron intencionalmente las circunscripciones electorales para sacar más diputados con menos votos, y lo lograron porque nadie se los impidió. Hoy nos están obligando a identificarnos con nuestra huella justo antes de votar, siendo esta la manera más eficaz de infundir miedo, y nadie se los está impidiendo.

Yo tengo miedo. Tengo miedo de que el miedo venza a muchos compatriotas que quieren un cambio y no se atreven porque pueden perder algo, sin darse cuenta de que van a perder el futuro. Tengo miedo de que seamos más y ellos logren más votos, logrando así perpetuar a un hombre en el poder, en contra del deseo expreso del Padre de la Patria, el verdadero. Tengo miedo de que el proyecto castrista se imponga en nuestro país en contra de la voluntad de una mayoría paralizada por el miedo. Tengo miedo de que nadie lo impida porque tiene miedo.

Decía Herman Hesse: “Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros.” La única forma de que sigan expropiando, robando, al país es que les concedamos ese poder.

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