CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ domingo 26 de octubre de 2014
Cuentan dirigentes y funcionarios
importantes del entonces Consejo Supremo Electoral, que en 1999 se levantaban
aterrorizados a las 4:30 de la madrugada a revisar los despropósitos aprobados
por la Asamblea Constituyente en el Halloween de la noche anterior. Las
propuestas más descabelladas, al estilo de crear un Banco Central paralelo en
manos del gobierno, penalizar a quienes tenían cuentas en el exterior, o partir
en dos el estado Bolívar, eran normales en aquellos aquelarres. El país de las
maravillas donde se celebra todos los días el no cumpleaños, y la reina manda a
cortar la cabeza al que se le ocurre. En aquel momento la moderación la representaban
Hugo Chávez, -aunque Ud. no lo crea-, y Luis Miquilena que sabían el terreno
que pisaban a diferencia de la turbamulta delirante.
Algún abogado arribista de la época
declaró que "sobre la constituyente solo Dios y el pueblo", en esa
metafísica vomitiva que ponen de moda las revoluciones, para justificar sus
miserias detrás grandes potestades. A ningún político democrático que sepa lo
que hace, se le ocurre entregar el poder absoluto, omnímodo, a 150 fulanos
sometidos a pasiones e intereses, mayorías y aplanadoras, a un partido
dominante y finalmente a la voluntad de un hombre. Las constituyentes legítimas
aparecieron para reconstruir el orden civilizado luego de dictaduras que
arrollaron cualquier vestigio de Estado de Derecho, y elaborar desde cero un
orden jurídico democrático donde no existía. Rómulo Betancourt le temió una vez
electa en 1946 y por eso la bloqueó en 1958 e hizo que el Congreso se encargara
de redactar la nueva Constitución de 1961.
Abominablemente
escrita
Existe a partir de 1999 una Carta
abominablemente escrita pero que más bien abruma de derechos y garantías que el
gobierno incumple, porque el país le entregó voluntariamente todos los poderes
con "la constituyente" de 1999 y sucesivos errores que remacharon el
cepo. Cambiar la Constitución es un falso objetivo de los revolucionarios de
todo signo, porque el verdadero es la ensoñación de barrer el status con
"la constituyente" misma.
El mundo feliz pasa, creen, porque la
libertad, la vida, la familia y las propiedades pasen a un poder total que las
administre con justicia, igualdad y rapidez. Luego del fracaso de la Unión
Soviética, Fidel Castro convoca radicales realengos para discutir qué hacer
entre los escombros humeantes del comunismo.
Por eso Lula Da Silva funda el Foro de
Sao Paulo y en 1992, año de sombras en Venezuela, recomienza la revolución,
pero es en 1999 cuando cristaliza la nueva estrategia para arrasar la
democracia con la reluciente adquisición: "la constituyente". Tal
monstruosidad jurídica, consagra que unas decenas de galfaros están por encima
de la ley, libres de controles institucionales y con facultades para cambiarlo
todo: la vía pacífica al totalitarismo. Antonio Negri, líder de las Brigadas
Rojas italianas dijo que "la constituyente es la revolución".
Funcionó en Venezuela, Bolivia y Ecuador para destruir el poder democrático.
¿Funcionará ahora para la guagua en reversa, el merecido toma-tu-tomate? Frente
a la inminencia de las elecciones parlamentarias de 2015, posiblemente dentro
de seis meses, es una burrada. Distraer esfuerzos que deberían consagrarse a
ellas es electoralmente suicida e irresponsable. Y moralmente reprobable jugar
con la buena fe de la gente, porque el CNE oficialmente declaró que las firmas
no son válidas.
Ghost:
sombra de un amor
El ánima del comandante se posesiona de
algunos y sus tres principales mandamientos, la constituyente, la vía rápida,
la mentira, reaparecen y las personas hablan en barinés de atrás para adelante.
La engañosa feromona del fast track seduce gente decente con la esperanza de
"limpiar" los males y dejar todo pulcro de una buena vez, a pesar de
que 1999 les soltó el tiro por el percutor. El exorcismo real es en 2015, y lo
otro es la necia propuesta de embarcarse en trifulcas durante dos años si al
CNE le da la gana, recolección válida de firmas -¿quién las conseguirá?-
elección de los constituyentes y referéndum aprobatorio. En vez de dedicarse el
país entero a forjar la nueva mayoría nacional de un Parlamento para la
reconstrucción económica y social en paz, se juega conscientemente con
espejismos polarizadores.
Una mayoría parlamentaria sólida buscará
regresar progresivamente al funcionamiento normal de las instituciones,
desterrar los atropellos a la ley y bajar el conflicto bipolar. Al ser descentralizadas,
procesos relativamente independientes, las parlamentarias son menos dramáticas.
Los camaradas tendrán que encajar su derrota sin el camelo de ir jugando a
Rosalinda. Jellineck dijo que la Constitución democrática es "la jaula que
encierra la bestia del poder", asegura la permanencia, la estabilidad de
reglas confiables, y la "constituyente" rompe los candados de la
jaula. Hay que incinerar el artículo que permite convocarla. Después de las
turbulencias vividas y por vivir, ojalá algún día tengamos una Carta decente,
bien escrita, y sobre todo exenta de ese tumor, esa amenaza permanente a la
libertad, ese mandamiento de inestabilidad, de "la constituyente".
Carlos Raul Hernandez
@carlosraulher
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