Tulio Hernández 17 octubre 2014
Lo peor que podría ocurrirnos a los
venezolanos que disentimos del chavismo es terminar acostumbrándonos y aceptar
como si fuesen legítimos y normales los métodos inconstitucionales mediante los
cuales los gobernantes rojos han ido haciéndose del poder absoluto y eliminando
las libertades y derechos que garantizan la actividad política libre y la
alternancia en el poder, que es el juego clave de toda democracia.
Ha sido un trabajo sistemático que, no
lo olvidemos, lleva ya 15 años desmantelando febrilmente el tejido democrático.
Con un solo objetivo: garantizar la continuidad en el poder de la cúpula de
mando del proyecto inaugurado por Hugo Chávez poniendo todas las trabas
posibles para impedir que una opción distinta logre ganar las elecciones
presidenciales u obtener mayoría en el Parlamento.
Ese ha sido el corazón de la
estrategia. Como el chavismo fracasó en el intento de llegar al poder por vía
de las armas, y como al final lo logró pero por vía electoral, ha tenido que
aceptar una buena dosis de juego democrático que le ha impedido, o por lo menos
dificultado, sus grandes propósitos de instaurar un modelo de sociedad
estatista y una economía centralizada.
El camino, seguido con éxito relativo
porque ha sido hecho a costa de la destrucción del aparato productivo y de la
dependencia cada vez más extrema de la renta petrolera, ha tenido el especial
cuidado de no cruzar precipitadamente la raya amarilla sino de ir moviéndola a
la medida de sus necesidades. De manera que todo lo que se haga tenga,
especialmente para la comunidad internacional, un cierto aire de legalidad
democrática.
Leopoldo López está preso y condenado
públicamente por Nicolás; Rosales está en el exilio huyendo del mismo destino
cuando Chávez lo condenó, pero no hay partidos políticos ilegalizados. El único
canal de televisión que hacía críticas al gobierno y le daba espacio notable a
la oposición ya no lo hace, pero no fue cerrado por el gobierno sino comprado
por un grupo empresarial. Todavía hay empresas privadas, pero el gobierno las
somete a través del sistema de “precio justo” y en cualquier momento las puede
expropiar.
Es como un sistema de tenazas o de
correas múltiples que van paralizando y asfixiando a las víctimas –la
democracia, la economía de mercado, los ciudadanos no rojos– pero, eso sí, poco
a poco, para que no sea notorio. Como en las legendarias técnicas de tortura
china, cada tenaza actúa paciente y aparentemente de manera autónoma buscando
el control pleno de algún campo de la vida nacional.
La tenaza del control pleno de la
comunicación y la información; la del aparato económico, especialmente de la
producción y distribución de alimentos; la de la actividad política y la vida
de las personas, a través de un complejo tejido entre lo militar, lo
paramilitar, el sistema judicial y los aparatos de inteligencia policial y la
ideología del sistema escolar. Y así sucesivamente.
Cada tenaza o cada correa va siendo
cerrada a veces de modo imperceptible por apretones sucesivos. Se supone que
esa sumatoria de apretones conducirá a la meta final: el control pleno,
absoluto, sin resquicios ni atajos alternativos posibles, del aparato político.
Al sueño, como alguna vez definiera Mario Vargas Llosa a propósito del PRI, de
la dictadura perfecta.
En condiciones semejantes, con un
Estado malandro y colectivos de civiles armados imponiendo su orden con
absoluta impunidad y apoyo oficial, en un lugar donde desconocer la voluntad
popular que eligió a un diputado, o nombrar a un militante del partido de
gobierno como árbitro electoral es absolutamente normal, siempre habrá que
hacerse las preguntas sobre: ¿cómo se hace política cuando no estamos ante una
democracia pero tampoco ante una dictadura militar tradicional? ¿Cómo hacer
oposición y construir una nueva mayoría si todos los canales que permiten la
democracia cada vez se cierran más? Un reto para la imaginación y el
pensamiento ahora que, como ha escrito Alonso Moleiro, la unidad democrática
encuentra con el nombramiento de Chúo Torrealba una renovación del optimismo.
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