Rosalía Moros de Borregales sábado, octubre 25, 2014
@RosaliaMorosB
Otro día más, su cuerpo sintiéndose
cada vez más débil, su corazón animado por las buenas nuevas que había
escuchado entre sus parientes y amigos. Ese Jesús de Nazaret estaba por allí
cerca, todos le habían contado que era un hombre lleno de bondad; que caminaba
entre la multitud que le seguía, hablándoles sobre el reino de los cielos.
Palabras nuevas para todos ellos, difíciles de entender con la mente pero que
de una manera inexplicable les hacían sentir cerca de Dios.
Otro día más, ya habían pasado doce
años desde que su cuerpo comenzó a padecer aquel terrible mal que le dejaba con
menos fuerzas a cada instante. Pero ella era de esa clase de mujer que no se
amilana fácilmente. Ella sabía en el fondo de su corazón que algún día Dios
tendría misericordia de ella. Ella lo amaba desde que era una niña; ella no
olvidaba ninguno de sus beneficios; ella sabía que de una u otra manera su
salvación llegaría. Así que buscaba sin cesar, aferrándose a la vida. Había
visitado todos los médicos de su tierra y de todos los pueblos y ciudades
Adyacentes. Allá, donde le decían que
había medicina para su enfermedad, allá iba, siempre con la esperanza en su ser
de que encontraría la sanidad para el flujo de sangre que padecía.
Otro día más, esa mañana se levantó no
solo con esperanza, sino con una gran emoción que palpitaba en su corazón. Su
pueblo había esperado por años la promesa de un Mesías, aquel que vendría a
sanar a los enfermos y a vendar el corazón de los quebrantados. Una convicción
muy poderosa se apropió de su corazón, este hombre de quien todos hablaban era
aquel de quien había escuchado desde niña. Ella era precisamente una de esas
personas que necesitaba de su redención; su cuerpo estaba enfermo y su corazón
quebrantado. Recordaba las palabras del Salmista: "Él es quien perdona
todos mis pecados, quien sana mis dolencias, quien rescata del hoyo mi vida y
quien me corona de favores y misericordias". Al recordar estas palabras su
corazón brincó dentro de ella, y de repente un pensamiento llenó su mente: - Si
tan solo lograra acercarme a Él, si tan solo tocara el borde de su manto
recibiría sanidad.
Sin dudar, ni por un instante, con sus
desgastadas fuerzas, se fue a buscar a Jesús. Caminaba muy lentamente, y la
multitud la lanzaba de un lugar a otro porque su frágil cuerpo no podía oponer
resistencia; pero aunque su cuerpo estaba desgastado, su alma era cada vez más fuerte.
Esta fuerza de su alma, que se había alimentado de las palabras del libro, la
impulsaba a seguir caminando, mientras en su corazón hacía oración a Dios,
rogándole que le permitiera llegar cerca de este Jesús y tan solo tocar el
borde de su manto.
De
repente, como propulsada por una fuerza desconocida y al mismo tiempo
indescriptible, se encontró cerca de Él, y sutil pero firmemente tocó su manto.
Al instante sintió que algo recorría todo su cuerpo y tuvo la certeza absoluta
de que estaba sana. Se quedó allí, como paralizada, viviendo ese momento de
bendición que había estado buscando durante tantos años, sintiendo una paz muy
profunda que inundaba todo su ser. Entonces, la voz del Señor preguntando la
hizo temblar: - Quién me ha tocado. Mientras los discípulos y la multitud
murmuraban, reprochándole. Pero ella sabía que se trataba de ella; ella sabía
que ese poder que Él declaraba que había salido de Él, era el poder que había
restaurado su cuerpo. Entonces, con la humildad de un corazón agradecido vino
delante de Él y postrándose le dijo: - Yo he sido, Señor-, mientras le
declaraba todo lo que había sufrido con aquel flujo de sangre por doce años.
Entonces el Señor le dijo: - Hija, tu fe te ha salvado, ve en paz.
Hoy, tanto como en aquel momento en
que transcurrió esta historia, el poder de Dios está disponible para todos
aquellos que con fe en sus corazones se acerquen a Él, creyendo, con la
convicción de que Él es galardonador de los que le buscan. Es mi esperanza y mi
deseo que cada uno se acerque confiadamente como esta mujer, y que todos
podamos recibir de su corazón sanidad para nuestros cuerpos y nuestras almas.
@RosaliaMorosB
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