Por
Willy McKey | 2 de octubre, 2014
"Déjenme presentarles a Caracas,
la embajada del infierno, tierra de asesinatos y tiros. Cientos de personas
mueren cada semana, ahora vivimos en guerra, la ciudad está llena de
locos"
OneChot, en “Rotten Town”
Han pasado varias horas desde que se
difundió la noticia de que el diputado Robert Serra fue asesinado. Sin embargo,
durante un buen tiempo va a ser difícil ponerle nombre a tanta
muerte. Hoy, en mi país, en mi ciudad, los vivos somos linchados por
desalmados sin rostro. No se trata de una persecución por diferencias
étnicas o religiosas.
Ni
siquiera políticas.
Esta masacre la han llevado adelante
los hijos de la impunidad y sus víctimas sólo debemos cumplir un requisito:
estar vivos.
Hace más de dos años y medio, cuando
le dispararon al músico OneChot, me
tocó escribir en un post que quienes deben asegurarnos la vida ven
llover sangre ajena, pisan nuestros charcos y se esconden detrás de sí mismos,
como si el miedo fuera una estrategia. “Mientras inventan una guerra en el
espejo, afuera disparan consecuencias de la ineficacia. Mientras buscan a quien
echarle la culpa, afuera toma forma la muerte cada noche. Mientras se distraen
con himnos, su rabia nos imposibilita el concierto”. Hace más de un año y
medio, tras el asesinato del periodista Jhonny González, me
tocó confesar en un post que “tenemos la defensa abajo, cansados los
hombros. Han sido muchos golpes. Es la Muerte haciéndonos sonar la quijada con
un golpe seco y recogiendo el brazo para rematarnos”. Hace apenas nueve meses,
tras el asesinato de Mónica Spear, me tocó
gritar en un post esta pesadilla en la que estamos “cada quien
convertido en espectador de una muerte violenta que lo ronda”. Hace semanas me
tocó soltar alguna hipótesis: debe ser que estamos
muertos.
Y ahora toca escribir sobre el
asesinato del diputado más joven del país, mientras en el canal de televisión
del Estado el ministro Rodríguez Torres se sorprende porque no fue el
hampa común la que cometió un asesinato “muy bien organizado”. Así de tibio y
así de contradictorio. Es uno más de quienes le echan la culpa de tanta muerte
a un fantasma, a las sombras, a la nada.
Porque detrás del asesinato de Robert
Serra, detrás de los asesinatos de cada venezolano que ha muerto por la violencia
de este siglo XXI que huele a sangre y papel moneda, hay un pogromo emprendido
por unos malditos que ya están muertos por dentro.
Una manada asesina día tras día a
víctimas anónimas que no han ganado curules ni alcaldías, ni redactado una
noticia, ni protagonizado ficciones ni grabado discos. Muertos que no
han puesto su nombre en ningún otro titular que no sea el del último día
de su vida, en la sección de Sucesos de algún diario ajeno a las comunicaciones
oficiales.
Y, mientras eso sucede, los
responsables de mantenernos con vida dentro de los límites territoriales de
este desorden en que se ha convertido el mapa se dedican a sorprenderse en vivo
y directo, a levantar banderas y pelearse consigo mismos entre el duelo y el
fracaso.
Cualquiera de nosotros podría ordenar
todos sus miedos (como dice el poeta Benedetti) por colores, tamaños y
promesas. Cualquiera podría dejar un rosario de nombres en orden alfabético de
las personas asesinadas cercanas a sus afectos, a su cotidianidad, a su vida.
Cualquiera puede ordenar sus muertos demográficamente y marcar en el mapa los
puntos de sangre que ninguna revolución va a devolverle haciéndose irreversible.
Cualquiera podría escupir sobre cada versión de cada plan de seguridad
fracasado con los que el Ejecutivo Nacional nos ha prometido la limosna de
mantenernos con vida.
Cuando la Muerte nos devuelva el país,
quienes queden vivos van a tener que estarlo en serio. Serán (seremos) los
testigos del asesinato como única norma, del espanto convertido en
cotidianidad, del pogromo de los muertos contra los vivos. Y también los
responsables de que más nunca se repita tanto dolor ni tanto miedo.
Porque hoy lo único que nos hermana a
los venezolanos es este miedo a quienes dejaron de creer en la vida.
Y hemos llegado a un borde peligroso:
hasta los voceros del gobierno dicen que esperan que se haga algo. Lo piden con
la misma voz de las madres que lloran afuera de las puertas de la morgue de
Bello Monte cada mañana: pidiendo que por una puta vez se haga justicia.
¿Qué hay detrás del asesinato de
Robert Serra? Un país que se está acostumbrando a morir a manos de otros
muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico