jueves, 30 de octubre de 2014

No es socialista, por DEMETRIO BOERSNER

DEMETRIO BOERSNER 29 de octubre de 2014

Los fraccionamientos sociopolíticos más recientes del actual régimen venezolano –conflicto abierto entre “colectivos” paramilitares y altos dirigentes despóticos, fortalecimiento del factor militar, creciente descontento y protesta del pueblo chavista y de dirigentes chavistas honestos, todo ello en medio de una crisis económica aguda– fortalecen la tesis que siempre hemos sostenido de que aquí no existe ningún “socialismo” siquiera incipiente, ni tampoco ningún “comunismo” (ya que el que existió en el mundo, bien que perverso, tuvo seriedad). Menos aún tiene el régimen chavista la más mínima semejanza con la “socialdemocracia”, fórmula internacional prestigiosa y diametralmente enfrentada al chavismo, el cual, desde luego, la rechaza y desprecia.  Finalmente, aunque se caracteriza por un creciente caos anárquico, tampoco tiene afinidades doctrinarias o prácticas con el “anarquismo” o “comunismo libertario” de honorable y heroica trayectoria internacional: las “comunas” que propicia son organismos burocráticos.

Los expertos en historia del movimiento obrero mundial (G. D. H. Cole, Julius Braunthal, Arthur Rosenberg, Michael Harrington, Tony Judt y otros) nos enseñan que ese movimiento se plasmó en un multiforme conjunto doctrinal y programático llamado “socialismo”. A lo largo de los siglos XIX y XX, el socialismo global se dividió repetidas veces. Primero, entre los utópicos que creían que bastaba apelar al sentido moral de los hombres para que el mundo cambiara, y los “científicos” que señalaron la importancia del factor económico y de la correlación entre fuerzas sociales opuestas. Después, entre socialistas “políticos” que creen en la conquista del Estado por las clases populares insurgentes y su utilización para la transformación social, y los anarquistas o “libertarios” que pregonan la revolución directa en cada empresa y comunidad, y la sustitución del Estado por una confederación de unidades económicas y sociales descentralizadas. En tercer lugar (sobre todo en el siglo XX), entre socialistas democráticos reformistas o “gradualistas”, y comunistas creyentes en la necesidad de la violencia y de la dictadura “temporal” de una vanguardia o élite revolucionaria.

Los socialistas democráticos andan bajo nombres distintos de una nación a otra: en Alemania y Suecia se denominan “socialdemócratas”; en España, Francia y Estados Unidos “socialistas”; en Gran Bretaña, Noruega e Israel, “laboristas”, y en América Latina adoptaron diferentes nombres según el país; no obstante, todos ellos responden al calificativo genérico y generalizador de “socialdemocracia”.

En la actualidad mundial los socialistas libertarios o anarquistas, que recibieron golpes terribles en la guerra civil española y quedaron debilitados, están volviendo a suscitar interés: dejando atrás su pasado culto a la violencia, hoy plantean la necesidad de superar el burocratismo tanto en los Estados como en el propio movimiento obrero y sindical, y por ello ejercen una influencia renovadora y vigorizante que es reconocida por una socialdemocracia pluralista que les abre sus puertas. Desde el ámbito del comunismo, los trotskistas, y los titoístas y “eurocomunistas” que desde la década de 1960 se rebelaron contra el estalinismo, inicialmente buscaron una identidad diferenciada tanto de estalinistas como de socialdemócratas, pero hoy en día tienden a convergir con estos últimos.

Es porque la socialdemocracia internacional, no obstante sus múltiples imperfecciones y problemas internos, combina el socialismo con la libertad y el respeto de las diversidades. Ha aprendido la gran lección de que la historia se mueve a ritmo más gradual y evolutivo de lo que pensaban nuestros grandes teóricos fundacionales. Los ensayos socialistas requieren un previo florecimiento del mercado y de la libre empresa. El concepto de la regulación o control público tiende a reemplazar el de la expropiación y la propiedad estatal. Existe la esperanza –expresada alguna vez por hombres como Bernstein y Jaurès– de que en el futuro será difícil determinar el momento preciso en que el mundo deje de ser capitalista y se transforme en socialista democrático.

Las corrientes políticas venezolanas de tendencia socialdemócrata, partidarias de que la oposición democrática pregone un mensaje de economía mixta con creciente inclusión social y no alguna fórmula neoliberal que descuide la exigencia de equidad, comprueban con complacencia que su visión no es rechazada sino mirada con simpatía por destacados representantes de nuestra clase empresarial.


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