DEMETRIO BOERSNER 29 de octubre de 2014
Los fraccionamientos sociopolíticos más
recientes del actual régimen venezolano –conflicto abierto entre “colectivos”
paramilitares y altos dirigentes despóticos, fortalecimiento del factor
militar, creciente descontento y protesta del pueblo chavista y de dirigentes
chavistas honestos, todo ello en medio de una crisis económica aguda–
fortalecen la tesis que siempre hemos sostenido de que aquí no existe ningún
“socialismo” siquiera incipiente, ni tampoco ningún “comunismo” (ya que el que
existió en el mundo, bien que perverso, tuvo seriedad). Menos aún tiene el régimen
chavista la más mínima semejanza con la “socialdemocracia”, fórmula
internacional prestigiosa y diametralmente enfrentada al chavismo, el cual,
desde luego, la rechaza y desprecia.
Finalmente, aunque se caracteriza por un creciente caos anárquico, tampoco
tiene afinidades doctrinarias o prácticas con el “anarquismo” o “comunismo
libertario” de honorable y heroica trayectoria internacional: las “comunas” que
propicia son organismos burocráticos.
Los expertos en historia del movimiento
obrero mundial (G. D. H. Cole, Julius Braunthal, Arthur Rosenberg, Michael
Harrington, Tony Judt y otros) nos enseñan que ese movimiento se plasmó en un
multiforme conjunto doctrinal y programático llamado “socialismo”. A lo largo
de los siglos XIX y XX, el socialismo global se dividió repetidas veces.
Primero, entre los utópicos que creían que bastaba apelar al sentido moral de
los hombres para que el mundo cambiara, y los “científicos” que señalaron la
importancia del factor económico y de la correlación entre fuerzas sociales
opuestas. Después, entre socialistas “políticos” que creen en la conquista del
Estado por las clases populares insurgentes y su utilización para la
transformación social, y los anarquistas o “libertarios” que pregonan la
revolución directa en cada empresa y comunidad, y la sustitución del Estado por
una confederación de unidades económicas y sociales descentralizadas. En tercer
lugar (sobre todo en el siglo XX), entre socialistas democráticos reformistas o
“gradualistas”, y comunistas creyentes en la necesidad de la violencia y de la
dictadura “temporal” de una vanguardia o élite revolucionaria.
Los socialistas democráticos andan bajo
nombres distintos de una nación a otra: en Alemania y Suecia se denominan
“socialdemócratas”; en España, Francia y Estados Unidos “socialistas”; en Gran
Bretaña, Noruega e Israel, “laboristas”, y en América Latina adoptaron
diferentes nombres según el país; no obstante, todos ellos responden al
calificativo genérico y generalizador de “socialdemocracia”.
En la actualidad mundial los socialistas
libertarios o anarquistas, que recibieron golpes terribles en la guerra civil
española y quedaron debilitados, están volviendo a suscitar interés: dejando
atrás su pasado culto a la violencia, hoy plantean la necesidad de superar el
burocratismo tanto en los Estados como en el propio movimiento obrero y
sindical, y por ello ejercen una influencia renovadora y vigorizante que es
reconocida por una socialdemocracia pluralista que les abre sus puertas. Desde
el ámbito del comunismo, los trotskistas, y los titoístas y “eurocomunistas”
que desde la década de 1960 se rebelaron contra el estalinismo, inicialmente
buscaron una identidad diferenciada tanto de estalinistas como de
socialdemócratas, pero hoy en día tienden a convergir con estos últimos.
Es porque la socialdemocracia
internacional, no obstante sus múltiples imperfecciones y problemas internos,
combina el socialismo con la libertad y el respeto de las diversidades. Ha
aprendido la gran lección de que la historia se mueve a ritmo más gradual y
evolutivo de lo que pensaban nuestros grandes teóricos fundacionales. Los
ensayos socialistas requieren un previo florecimiento del mercado y de la libre
empresa. El concepto de la regulación o control público tiende a reemplazar el
de la expropiación y la propiedad estatal. Existe la esperanza –expresada
alguna vez por hombres como Bernstein y Jaurès– de que en el futuro será
difícil determinar el momento preciso en que el mundo deje de ser capitalista y
se transforme en socialista democrático.
Las corrientes políticas venezolanas de
tendencia socialdemócrata, partidarias de que la oposición democrática pregone
un mensaje de economía mixta con creciente inclusión social y no alguna fórmula
neoliberal que descuide la exigencia de equidad, comprueban con complacencia
que su visión no es rechazada sino mirada con simpatía por destacados
representantes de nuestra clase empresarial.
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