ALBERTO BARRERA TYSZKA 19 DE OCTUBRE 2014
Estimado Nico:
He seguido con atención tus últimos
ejercicios narrativos y, si me lo permites, quisiera hacerte algunos
comentarios. Déjame comenzar diciendo que has elegido un género muy difícil. La
llamada novela negra es una disciplina muy exigente. Hay quien, ingenuamente,
piensa que lo único que hace falta para armar un relato policial es un buen
crimen. No es cierto. No es tan sencillo. Contar un crimen también es un arte.
Raymond Chandler es un ícono
fundacional de la larga tradición de la literatura que mezcla enigmas y
delitos. Inventó a Philip Marlowe, uno de los duros más exitosos de la ficción
norteamericana. Chandler también fue guionista en Hollywood y era conocido,
además, por su mala leche y su alcoholismo. En 1949, trató de darle forma a su
experiencia y redactó unas breves reflexiones sobre la escritura de “novelas de
misterio”. Ya que andamos en esto, Nico, quizás convenga revisar los consejos
de un maestro.
Lo primero que recomienda Chandler es
proponer “situaciones creíbles, tanto en la situación inicial como en el
desenlace”. Asegura que hay que “presentar acciones plausibles, de gente plausible,
en circunstancias plausibles”. Es un punto aparentemente muy sencillo pero
pertinente. Lo digo pensando en tu última entrega, en el relato que nos
ofreciste esta semana. He regresado varias veces a tu evidencia esencial: el
testimonio de Edwin Torres. Me temo que resulta débil, poco creíble. El escolta
parece referirse a la propuesta de homicidio como si lo hubieran invitado a ver
un juego de beisbol. Y, luego, su “confesión del crimen” se reduce a una
fórmula peculiar: “Con la insistencia, caí en la tentación”. Después de
escucharlo, no se multiplican las certezas sino las dudas.
Tampoco es muy plausible tu
explicación de los hechos. Sobran asesinos. Ninguno, además, parece actuar con
la experticia de un profesional. Hay demasiada gente entrando y saliendo
delante de las cámaras, como si el lugar del crimen fuera una pasarela. Todo el
argumento de la banda de paracos, convenientemente coordinados por alguien
apodado “el Colombiano”, pagados desde el exterior por los enemigos de la
patria tampoco resulta demasiado verosímil. Chandler afirma que un buen relato
policial “debe ser realista en cuanto a la caracterización, la ambientación y
la atmósfera. Debe describir personas reales en un mundo real”. Tal vez ese sea
el problema. En tu cuento, Nico, siempre hay un instante en el que todo se
evapora, en el que el misterio se resuelve con una palabra: Uribe, por ejemplo.
Derecha, otro ejemplo.
Lo mismo pasa con el caso de Otaiza.
Tú lo has dicho: todavía estás esperando que “aparezca” algo que justifique tu
relato. ¿Y el giro narrativo de venir a contar que hace poco intentaron
asesinar a Diosdado Cabello? Parece un poema de Isaías Rodríguez. ¿Quién puede
creer que Cabello vocifere contra Berrizbeitia pero se quede calladito frente a
un intento de homicidio? Falta lógica, Nico. Falta coherencia, falta sentido
común.
Quizás tu punto de partida, escrito en
mayúsculas el mismo día del crimen, sea muy grandilocuente, muy epopéyico. Tú
dices que el móvil del asesinato era “desestabilizar al país”. Fíjate lo que
dice el viejo Chandler: “Cuanto más exagerada sea la premisa básica, más
literal y estricto debe ser el desarrollo de los hechos que se derivan de
ella”. Eso es lo que falta, Nico. “La novela de misterio debe ser
aceptablemente honrada con el lector”, asegura Chandler. Y agrega que la
honradez consiste en mostrar todas las pistas y no distorsionarlas con falsos
énfasis, no ofrecer finales tramposos que no convencen a nadie. Contar un
crimen es un arte. Si hubieras invitado a esa rueda de prensa a los periodistas
de sucesos, quizás todos habríamos seguido el relato con más atención. Pero tú
ahí, echando el cuento solito, no nos convences. No nos atrapas. Nos ponemos a
pensar en otra cosa.
Por cierto, Nico, ¿qué te parece lo
que está pasando con los precios del petróleo?
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