Américo Martín 01 de febrero de 2020
Los
partidos son políticos no ideológicos. La primera calificación se desprende de
la flexibilidad y el pragmatismo naturales que necesitan las organizaciones
políticas para luchar por el poder, ejercerlo desde el gobierno, defenderlo de
eventuales arrebatos y recuperarlo por las vías que fueran indispensables. Se
comprenderá que siendo esos los propósitos esenciales de los partidos, su
idoneidad política ayuda mucho más que su hieratismo ideológico, por cierto,
especialmente marcado en las organizaciones extremistas de cualquier signo.
La
propensión dogmática de las ideologías partidistas se incrementa en la medida
en que las confrontaciones entre movimientos recurren a la fe filosófica de
ciertas teorías o al carácter confesional-religioso de sus adversarios,
tratados -por la fuerza del debate mismo- como enemigos y ya no como simples
rivales.
El
Foro de Sao Paulo nació en julio de 1990 en respuesta de la izquierda
latinoamericana a las demoledoras consecuencias de la caída del muro de Berlín
sobre el mundo social-comunista, que
había llegado a ocupar entre la tercera parte del planeta. El objetivo del
flamante foro latinoamericano era combatir al neoliberalismo o más bien a la
caricatura que fue desfigurada, atribuyéndole la función de trasladarlo todo al
mercado. Por eso la nueva pugna “ideológica” se redujo a una falaz
confrontación entre el Estado -supuestamente interesado en salvar el nivel de
vida del pueblo- y el mercado, cuya única motivación sería el lucro con
sacrificio brutal de cualquier consideración humana o social. Véase pues cómo
semejante concepción ideológica, también llamada de izquierda, reducía al
exitoso enemigo -la derecha- que lo
había pulverizado después de Berlín, al tamaño de sus propias fuerzas para así
poder vencerlo.
En
la realidad, en ningún país se estableció un sistema de mercado libre por
completo de intervencionismo estatal, ni siquiera el de los dos modelos que
parecía encarnar la mencionada caricatura: el de Ronald Reagan de 1981 a 1989,
popularizado con el nombre de “reaganomics” y el de Margaret Thatcher, llamado
“thatcherismo”. Aunque recuperaron poderosamente a EEUU y al Reino Unido con
drásticas medidas de mercado, aplicaron, sin embargo, fórmulas proteccionistas,
tributarias y arancelarias buscando una todavía mayor competitividad. Cierto es
que enfatizaron correctamente el mercado, falso es que dejaran todo a su
exclusivo dominio.
El
Foro de Sao Paulo se lanzó, no obstante, a una lucha irracional contra un
modelo neoliberal que podía ser criticado pero nada ayudaba caricaturizarlo.
Era, pues, el uso de la ideología por sobre la flexibilidad política, el arma
mellada del Foro para defender el proteccionismo estatal y amotinarse contra la
racionalidad del mercado.
Fue
una confrontación sin escrúpulos debido a su carácter falaz pero políticamente
exitosa, sobre todo para gobiernos de “izquierda” que no podían combatir
flagelos como el de la inflación, la recesión, la improductividad crónica de la
llamada economía real, apoyándose en la nueva causa revolucionaria y
planificando ofensivas para impulsar una ola encadenada de victorias en
latinoamérica. El antineoliberalismo fue el emblema del socialismo del siglo
XXI y el Foro de Sao Paulo la principal plataforma de lanzamiento. En su
momento de auge, el Foro tuvo 111 partidos y organizaciones de la izquierda
latinoamericana, pero se trató de un crecimiento inconsistente porque, atraídos
por los avances, se afiliaron muchos grupos cuya motivación era alcanzar el
poder a cualquier costo. Organizaciones guerrilleras, partidos fidelistas, el
actual PSUV, movimientos peronistas personalistas como el kirchnerismo e
incluso su gran rival el Partido Radical Intransigente, el Partido Socialista
chileno, el Frente Amplio de Uruguay, los ecologistas colombianos -Partido Alianza
Verde-, el PRD mexicano.
La
heterogeneidad conspira contra el objetivo político inicial del Foro y contra
su perfil ideológico. Bastaría con recordar las estructuras unitarias
monitoreadas por Chávez, quizá Fidel Castro y con decreciente entusiasmo por Lula,
para observar su rápido deterioro, en contraste con el crecimiento eruptivo del
Grupo de Lima, que ha asumido una actitud de militante enfrentamiento al
régimen de Maduro y al socialismo del S. XXI. Ese cambio en las políticas de
los miembros del Foro le confieren a éste la forma de un acordeón, que se infla
o se desinfla según las circunstancias.
En
algún momento el jefe del PSUV y máximo representante del socialismo S. XXI
confesó que estaban actuando conforme al mandato emanado de la reunión del Foro
en Venezuela en 2019. Pero lo que se
presencia ahora es una desintegración y realineamiento en contra de aquel
supuesto mandato. Valdría preguntarse: ¿más allá de títulos y lemas, el Foro de
Sao Paulo, de veras sigue existiendo o no es más que una sombra de lo que
inicialmente pretendió ser?
Américo
Martín
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