Por Piero Trepiccione
Todos los caminos apuntan a
unas elecciones en Venezuela, en un horizonte de corto plazo. Pero, ¿podrá el
país, más allá de los enfrentamientos ideológicos y políticos, encaminarse
hacia un evento electoral competitivo que garantice el respeto a los resultados
y su impacto en las instituciones? Es una interrogante que aún está en duda por
lo polarizado del debate político y la activación de los grandes actores de la
geopolítica global con respecto al caso venezolano.
Según diversos estudios de opinión
pública y respetados analistas políticos nacionales e internacionales, la
amplia mayoría de la población venezolana quiere votar. Más allá de las voces
altisonantes que desde las redes sociales cuestionan esta fórmula con Maduro en
el poder, y las estrategias de desmovilización aplicadas para disuadir los
estadios del descontento generalizado, la gente se aferra a la posibilidad de
dirimir electoralmente las diferencias para luego actuar rápidamente sobre el
tema económico que afecta las condiciones de vida del país en general.
Es altamente significativo y
no deja de ser un dato realmente interesante, este apego generalizado de los
venezolanos a una fórmula electoral. En muchas otras sociedades alrededor del
mundo sometidas a debates políticos tan polarizados en las disputas por el
poder, las guerras y la violencia se han hecho presentes con mucha fuerza y por
mucho tiempo. En Venezuela, en cambio, en la mayoría de sectores poblacionales,
la polarización ha desaparecido. Solo sigue estando activa y con mucha fuerza
en los ámbitos político-partidistas, no más allá. Y a eso está apostando buena
parte de la comunidad internacional para viabilizar el escenario electoral
prontamente.
El problema radica en hacer
unas elecciones donde puedan participar todas las tendencias variopintas del
campo político nacional junto con unas condiciones transparentes y abiertas que
permitan una supervisión internacional amplia y legitima. Es decir, unas
elecciones competitivas que puedan ser reconocidas por tirios y troyanos y sean
punto de origen de una gobernabilidad estable para las próximas décadas. Este
es el meollo del asunto y para lo cual, desde el exterior se apunta a lograrlo
para revertir las consecuencias negativas del fenómeno migratorio venezolano y
sus impactos sobre los países de la región.
La tarea ha sido muy difícil
pero va encaminada. El cuatrimestre que arranca justamente este primero de
marzo hasta junio de este 2020 será clave para la construcción de una salida
política articulada. Ya estamos viendo los primeros pasos –que aunque parezcan
tímidos- pueden estarnos mostrando el camino. ¿Desconfianzas? Todas. Imposibles
no tenerlas con tantos años de diferencias no procesadas políticamente. Pero
por encima de los obstáculos, está la necesidad de superar el difícil trance
económico generado por un modelo anquilosado que requiere una transformación
profunda para adaptarlo a los tiempos actuales. Una nueva posibilidad se está
abriendo en el horizonte venezolano. Es deber de todos brindarle una
oportunidad. El tiempo social sigue avanzando a un ritmo inusitado mientras los
tiempos políticos aún no se activan con la velocidad requerida para la
emergencia humanitaria que vivimos. Este cuatrimestre puede ser la punta de
lanza para articular una nueva vía.
01-03-20
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