Juan Guerrero 13 de marzo de 2020
@camilodeasis
Pensaba
escribir sobre los bebés que son abandonados en los basureros pero es algo tan
repugnante e inhumano, que de pensarlo las tripas se me revolvieron y sentí
náuseas. Revisé en las redes sociales e Internet y me encontré con una serie de
escritos donde aparecía una fugaz campaña donde se colocaban en varios sitios
de la capital venezolana, unos sticker con la leyenda “Prohibido botar bebés”.
Es que la botadera de neonatos en sitios públicos, plazas, calles desoladas,
contenedores y basureros es ya una “normalidad” en la Venezuela de lo insólito.
Pero
la historia de Caro y Lucy me atrapa y leo con detenimiento en Twitter el
desenlace feliz que me tranquiliza el estómago y aclara las ideas. Los tuits
que las dos amigas se envían van hilvanando una historia que involucra a otros
tuiteros –la mayoría anónimos- quienes se suman a una veloz campaña para lograr
que la amiga Caro pueda hacerse de un dinero para comprar comida y alimentar a
sus hijos, uno de ellos un bebé de apenas meses de nacido.
Todo
comienza con un tuit donde Caro le ofrece –le envía la fotografía de un
pantalón- un bluyín para que le ponga el precio que quiera y le envíe el dinero
para poder darle algo de comer a sus hijos y a su esposo que está enfermo.
La
sabia amiga enseguida asume como propia la desesperación de la atribulada madre
y comienza a enviar mensajes a sus seguidores, quienes leen los comentarios y
conocen la historia. Se ofrecen para colaborar en una rápida campaña de aportar
dinero, cualquier cantidad, y lograr que Caro pueda darle de comer a sus hijos.
El
resultado es una recolecta que le aporta a la familia de la madre atribulada la
suficiente cantidad para alimentarles por varios días. Pero lo mejor no es
tanto la manifiesta solidaridad de sus hermanos venezolanos sino el
ofrecimiento de un trabajo para que pueda asegurar la estabilidad de la
familia.
Al
final, Caro se manifiesta en mensajes de gratitud infinita por la bondad y
solidaridad de los hermanos venezolanos. Como esta, existen cientos de
historias que progresivamente están marcando la nueva orientación de una
sociedad, como la venezolana, que finalmente entiende que no se debe esperar
nada del Estado y sus instituciones para resolver la vida de sus ciudadanos.
Me
explico. Las sociedades avanzadas lograron ser lo que son porque se
desarrollaron paralelamente a los estados y sus gobiernos. La libre iniciativa
y el emprendimiento sirvieron para desarrollar sus infinitas potencialidades,
como individuo y colectivo. Si bien los estados, gobiernos e instituciones
fijaron leyes y normas para la convivencia, en definitiva el emprendimiento
individual, la organización de las comunidades y sus formas de interactuar con
el Estado, se realizaron y realizan desde una absoluta independencia donde se
privilegia lo privado y se protege lo individual.
Creo
que este rasgo es potencialmente interesante de resaltar toda vez que, a sangre
y fuego, se está caracterizando esta manera de enfrentar las carencias,
inmensas, que se advierten en la sociedad venezolana de estos años.
Tantas
décadas, quizás siglos, de dependencia del ciudadano venezolano frente al
Estado le ha dejado en minusvalía hasta ser visto por quienes administran la
Cosa pública, como un “menor de edad mental” que debe ser vigilado y
“asistido”.
La
crisis generalizada por la que atraviesa la sociedad venezolana no se va a
resolver a “realazo limpio” ni mucho menos con políticos ni políticas
populistas que atrapan y atan a los ciudadanos a los vaivenes de la
incertidumbre de pillos gobernantes que desprecian a las comunidades y les
condenan a la ignorancia y sumisión.
Valoro
a los grupos organizados y alejados de los entes oficiales, fundaciones y
asociaciones, organizaciones no gubernamentales, entre otras formas de
estructuras sociales, que adelantan proyectos para asistir solidariamente a sus
semejantes. Donde se privilegia la necesidad de los procesos educativos,
incluso al margen de la Educación formal, para adelantar una pedagogía que
libere al ciudadano de esa nociva y patológica dependencia paternalista del
Estado. Superar esa mentalidad, incluso de visión asistencialista, para
situarnos en una relación de adultez mental donde el Estado, reducido a lo que
debe ser, exista solo como referencia en cada uno de los ciudadanos, y sea
reflejo de su permanencia y fortaleza cultural.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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