Por Luisa Pernalete
Corría el año 1955, plena
dictadura militar con Pérez Jiménez a la cabeza. El padre José María Vélaz,
jesuita, entonces muy joven, recorría barrios de Caracas, entre ellos, lo que
hoy se conoce como el 23 de Enero. Le acompañaban estudiantes de la entonces
recién nacida Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Conversaba con los
vecinos y estos les decían que tenían muchas necesidades, pero lo que más les
preocupaba era que no había escuela para sus hijos. Y Vélaz, que ya soñaba con
una red de centros educativos, le daba vueltas al asunto.
En una oportunidad, el padre
participó en una primera comunión en la comunidad y luego se reunieron a tomar
el desayuno en un local, el cual era parte de una casa a medio hacer todavía,
obra de Abraham Reyes, un albañil, que junto con su esposa Patricia, llevaba 7
años construyendo. Para ese año, ya la pareja tenía 6 hijos. El padre comentó
que no bastaba el catecismo, que había que darles escuelas a los niños, y dice
que después de expresar ese deseo en voz alta, se le acercó un señor y le dijo
que él le regalaba ese salón para la escuela. Ese señor era Abraham Reyes. Imagino
la escena y me pregunto cuántos seríamos capaces de desprendimiento semejante.
Contaría después Abraham,
que como no tenían suficiente dinero, Patricia, su esposa como ya mencionamos,
era su ayudante en construcción, cargaba en su cabeza agua desde dos km de
distancia… ¡Todo ese esfuerzo lo dieron generosamente para que los niños de
otros tuvieran escuela! ¡Ese nacimiento hay que recordarlo siempre!
De manera que Fe y Alegría
nació hace 65 años gracias al atrevimiento de José María, y a la generosidad
del pueblo venezolano, representado en las primeras maestras, voluntarias,
jóvenes de la UCAB, que también contribuyeron, y sin duda, el regalo
desinteresado de Patricia y Abraham.
Una de sus hijas, en total
tuvieron 13, me contó en una oportunidad, que su madre no sabía leer. Se había
casado muy joven, y cuando ya compartía su casacón esa primera escuela de Fe y
Alegría, ayudaba a las maestras con los pequeños y allí fue aprendiendo a leer
ella también. A los hijos de la segunda camada -los que nacieron después de
1955- les enseñó a leer ella.
Pero ahí no quedó la
generosidad de la pareja. El primer salón creado, atendía varones, ¿y las
niñas? En aquél tiempo en las aulas no se mezclaban niños y niñas. Entonces el
padre Vélaz, con sus colaboradores, comenzaron a buscar otro local para las
niñas, y no conseguía, entonces Abraham le mandó a decir que le tuviera
confianza, que había otro donde las espació para la niñas en su casa, y le
cedió otro piso. Siempre de acuerdo con Patricia. ¿Creen posible tanta santidad
en esta tierra?
Abraham después diría lo
alegre que se sintió de poder participar de una obra tan buena como esa. “Cada
quien traía su sillita y todos contentos (...) les cantaban canciones, se
sentaban en cajones algunos”. Esa escuelita, diría, fue una gran esperanza.
“Uno recibe más cuando que cuando recibe” decía. Comentaría, según refiere el
propio Vélaz, en testimonio recogido por Joseba Lazcano, s.j. (*), que
consideraba Abraham que el nombre estaba bien puesto: alegría, porque las
familias del barrio estaban felices al saber que sus hijos estudiarían; alegría
porque más alegría se tiene al dar que al recibir, “y cuando se hace el bien,
uno se estimula, y yo creo que esa es la gran alegría”, diría.
Contará también que él
aprendió catecismo escuchando la catequesis en Fe y Alegría. Llegó hasta
diácono. Y Patricia lo secundaba. ¿Estuvo de acuerdo con aquel regalo? Sí, dice
que nunca se arrepintieron. Ambos le enseñaron sus hijos e hijas a ser humildes
y sencillos… Jamás los hijos de la pareja han pretendido aprovecharse de ser
cofundadores de Fe y Alegría. Una de las menores, que no había terminado su
bachillerato, se inscribió en el Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA) y no
mencionó de quién era hija… se enteraron por otros… Heredaron de sus padres la
humildad y la sencillez.
“Fe y Alegría -diría también
Abraham- es obra de todos: yo lo que hice fue poner mi granito de arena, como
otras muchas personas lo están haciendo”. Y con esa humildad que le
caracterizaba a ambos, decía que el verdadero fundador había sido el padre
Vélaz, que siempre andaba echando cabeza para ver cómo ayudaba a gente pobre de
los barrios.
Fe y Alegría es obra de
anónimos, dice Joseba Lazcano, s.j., y por eso hoy subrayamos el papel de
Patricia de Reyes y de las Patricias en el movimiento educativo que hoy está en
22 países. Aquella Patricia le acompañó a hacer la casita y lo que vino luego.
Después de ella vinieron muchas más: religiosas, maestras, ahora
madres-maestras haciendo de docentes en esta emergencia educativa compleja que
sufrimos en Venezuela.
No podemos sino sentirnos
orgullosos de aquel origen y recordar que momentos fáciles no fueron los
comienzos, como no son ahora los de mantener las escuelas abiertas en medio de
la dura situación país. No podemos vivir de la herencia, del nombre, de la
historia. La herencia de Vélaz, Patricia y Abraham, debe servir para
reinventarnos para seguir defendiendo el derecho a la educación, para seguir
haciendo el bien. Trabajando en equipo, como también decía Abraham. Hay que ser
coherente con nuestro nombre: fe, mucha fe es necesaria hoy, y que esa fe
alimente nuestra alegría de mantener la mano extendida para dar y no tener
vergüenza de pedir para que perseveremos.
¿No creen que a los 65 años
del nacimiento, recordar a Abraham y a Patricia es justo y necesario?
(*) Lazcano, Joseba, s.j.
(2013) Fe y Alegría. Un movimiento con Espíritu. CFIP Maracaibo
07-03-20
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