Nada de lo que hace el gobierno se traduce en crecimiento económico, solo manipulan para explotar una mejoría relativa. Por ejemplo, comparando con la severa escasez del 2018, pudiera decirse que se acabó el desabastecimiento, “ahora hay de todo”. Pero ¿se ha incrementado la productividad? ¿Qué producimos de lo que encontramos en los anaqueles? Muy poco, casi todo es producto de las importaciones, o sea el principal negocio de quienes exprimieron al Estado a más no poder y arrasaron con el aparato productivo, aplicando una desquiciada política de expropiaciones y hostigamiento. Es un despropósito afirmar que “Venezuela se arregló”, sin valorar los dramáticos niveles de pobreza, los cuales rayan el 90% y en el mejor de los casos, superan claramente el 80%. Es cinismo puro hablar de la recuperación del país y silenciar que –por ejemplo- según la ONU, al menos 3.200 niños menores de 5 años fueron diagnosticados con desnutrición aguda en Venezuela en los primeros cuatro meses del año 2022. ¿Qué es lo que se arregló?
Que un sector invierta en bodegones, tiendas de marca, casinos o restaurantes de lujo, solo sirve para maquillar la extrema pobreza que ha hecho metástasis y para drenar recursos mal habidos que no pueden sacar del país debido a las sanciones de la comunidad internacional. ¿Alguien verifica la procedencia licita de esas “inversiones” o estamos ante una gigantesca lavadora de dinero? En todo caso, que un 5% de venezolanos puedan abarrotar esos selectos locales, jamás podrá ocultar la extrema precariedad con que vive el 80% del país. Manipular con la buena vida de una minoría es inmoral, si así invisibilizamos la desnutrición infantil, el hambre, la crisis de los servicios públicos o la horrenda situación de los hospitales en Venezuela. Con la pretensión de inflar esta burbuja, irresponsablemente el gobierno y sus aliados invierten sumas monstruosas trayendo artistas internacionales, montando tiendas IPhone o pintando paredes bonitas y armando shows turísticos –como en Anzoátegui- dónde se raciona brutalmente el agua, hay un pésimo servicio eléctrico y en vez de reparar la vialidad agrícola, les donan mulas a los productores. Ese es el “país potencia”, viviendo una mitomanía crónica, mientras marcha a pasos agigantados hacia el siglo XIX.
Quizás “hay más real en la calle” pero ello tampoco es consecuencia de una mayor productividad, menos de una acertada política económica, al contrario es signo de su fracaso, de la destrucción del Bolívar que literalmente obligó a una dolarización de facto de la economía, lo cual es una inmensa paradoja tratándose de un gobierno “revolucionario”. Por cierto, conocida la naturaleza parasitaria del régimen, era previsible una maniobra ilegal para pechar a las transacciones en divisas, lo cual es un disparate como política monetaria. Pero se trata es de “meterle mano” a todo lo que se pueda. En fin, ¿Podemos decir que “hay más real en la calle” sin considerar el mísero salario de los trabajadores venezolanos y su real poder adquisitivo? Nadie vive con un dólar al día, la gente tiene que salir a “rebuscarse”, crece la economía informal y con ella, la pobreza.
Conclusión, hoy más que nunca es urgente un cambio en Venezuela, con el agravante de que cuando la burbuja estalle, probablemente veremos la exacta dimensión de la tragedia y estructuralmente la crisis se habrá consolidado. Por fortuna, en ese país de fantasía que pretenden pintar, convive una Venezuela irreverente, una amplísima mayoría que rechaza al gobierno y sigue en pie de lucha día a día, ahí están desde ese empresariado que mantiene arriba la santamaría contra viento y marea, hasta los trabajadores humildes y amas de casa que hacen magia para mantener a sus familias. Es una Venezuela que no se rinde…
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