Orlando Viera-Blanco 21 de junio de 2022
@ovierablanco
Michael
R. Krätke nos escribe una interesante biografía-elocuente y precisa-de
Friedrich Engels, a quien reconoce como el inventor del marxismo. Quiero
resaltar cómo a partir de la lógica del materialismo histórico se ha perdido la
batalla de la representación política por la desconfianza del ciudadano en sus
dirigentes. Cuando al hombre le convierten en explotador y al capital en una
fábrica de “pelotones proletarios”, el Estado y la revolución son los últimos
mohicanos en su defensa.
Nos dice Krätke: “No habría Marx sin Engels. Sin Engels, el panfleto más conocido e influyente de la historia de los modernos movimientos sociales, El manifiesto del Partido Comunista, jamás se hubiese escrito como tampoco la principal obra de Marx, El Capital […] Sin Engels, Marx apenas habría conseguido en los años revolucionarios de 1848 y 1849, convertir La Nueva Gaceta Renana, en el principal portavoz de los demócratas radicales […] Sin Engels, Marx no habría sobrevivido en el exilio británico con su mujer e hijos, y sin Engels, no habría tenido [Marx] ningún éxito como corresponsal del periódico con mayor tirada del mundo de la época, el New York Daily Tribune.”
Gracias
al editor de Sin permiso, Antoni Domènech, tenemos los más recientes estudios
de Engels. Demènech habla de las virtudes de la inteligencia y la modestia que
vienen juntas, y de los vicios de la mediocridad y el envanecimiento, la otra
cara de la moneda. Engels-sobrio y discreto-fue lo primero. Marx-presumido y
temerario-fue lo segundo…
Una
nueva estructura social
Sin
permiso, Krätke viene a redimir la obra y pensamiento de Engels. Un aporte
autodidacta, un políglota [Engels] que dominaba una centena de idiomas,
promotor de la dialéctica entre las formas predilectas y divinas del
naturalismo y el materialismo histórico, entre el hombre a imagen y semejanza
del mono y sus circunstancias y no de Dios y su cosmos universal. El hombre
para el Engelsianismo, es cultura, es su lucha bestial con[tra] el otro, con su
trabajo, contra el capital, la tierra y la renta. Es la lucha con el entorno
urbano. Esta visión materialista, racional, colectivista del hombre, dio paso a
una revisión histórica de la humanidad y del pensamiento universal, que aún no
termina. Un debate indescifrable entre globalización y conservadurismo,
ambientalismo e industrialización, ideología de género y libertad de especie,
de raza; clases dominantes y dominadas, realidad y virtualidad, verdad y post
verdad.
Engels
analiza la situación de la clase obrera de la Inglaterra que vivió en
Manchester como una fuente histórica. Observa las condiciones de los obreros
proporcionando un retrato detallado del desarrollo de la industria fabril
moderna en Inglaterra: “La revolución industrial se había apoderado del país
entero. Su faz se había transformado por completo con la construcción de
canales, vías de tren, avenidas asfaltadas, barcos de vapor. Todo se aceleraba
a una velocidad de vértigo y las estructuras espaciales y temporales convencionales
fueron arrojadas por la borda”. Es volver a un futuro invadido de tecnología,
algoritmos y la internet de las cosas, donde no queda tiempo para compartir un
café, un poema o el amor en la cama.
El
concepto de tiempo y espacio -que es dedicarse más a lo humano y a la familia,
a estar y pensar en casa- es permutado por una máquina donde el hombre es una
pieza más. Narrativa que no ha sido asimilada ni derrotada. En el mundo
industrial de ayer y hoy el discurso de izquierda eleva la victimización del obrero,
del pobre y del miserable, embriagado de una retórica populista, que es como
escuchar La Bella Elena o la Vie Parisienne de Jacques Offenbach. ¿Acaso la
democracia liberal ha podido sobrevivir a esa opereta?
Engels
describió la aparición de una nueva clase, un proletariado moderno de pobres
extenuados por el trabajo, y su polo opuesto, una nueva clase propietaria de
capitalistas y terratenientes. Una revolución industrial que fue y es al mismo
tiempo una revolución social, que ha transformado de raíz toda la estructura de
la vieja sociedad feudal. Y nos hacen huérfanos del capital…
El
desafío cultural: la hegemonía
Engels
fue unos de los primeros que ofreció un análisis histórico [a ratos audaz, a
ratos falaz] de los comportamientos industriales que justificarían la
centralización del poder. La dinámica insaciable de crecimiento y expansión
industrial sólo podrán ser contrarrestados-alertaba-por el poder hegemónico del
Estado, que es el poder hegemónico de las masas, alzadas gracias a la
infiltración cultural que, al decir de Gramsci, liquida el apoliticismo y
despierta el yo interno en favor del yo colectivo. Sentencia Gramsci: «La
cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior,
apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por
la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en
la vida, sus derechos y sus deberes» Para Engels y luego Marx, la historia del
hombre no es la historia de lo natural y lo divino, sino de su día a día, de su
trabajo, que es lo que justifica un operador supremo como el manifiesto del
comunismo.
En sus
conclusiones el joven Engels lanzó en su época un atrevido pronóstico: en los
próximos veinte años la industria fabril inglesa cederá su monopolio en el
mercado mundial a la industria alemana y estadounidense ¿Por qué? Inglaterra
dejará de ser el taller del mundo [work shop of the world], sustituido por la
potencia industrial de producción masiva de Alemania y USA. Un pronóstico
cumplido que exacerbó los nacionalismos. Pronto-borrachos de superioridad
racial-llegó la I Guerra Mundial. Y luego la II…La libertad de los modernos, la
democracia representativa y el reto individual, naufragó por dialéctica. Ahora
China, el nuevo taller del planeta. ¿Vendrá la III guerra del siglo XXI? Si no
nos sacudimos el discurso…
La
postverdad. La historia es portátil...
Engels
mostró un modelo de utopía socialista para una economía y sociedad
postcapitalistas. Es la tesis post marxista de la cooptación del espíritu. ¿La
utopía?: La ciencia ficción del desplazamiento del pensamiento individual,
liberal, emprendedor, inteligente, independiente, por la concepción de un mundo
global, horizontal, igualitario, desfamiliarizado y homogéneo…Y ganó Petro y
regresará Lula.
Ya en
La sagrada familia, primera obra conjunta de Engels y Marx, profetizaron: “La
historia no hace nada, [ . . .] no ‘libra ninguna lucha’. Es más bien el
hombre, el hombre real y vivo, quien hace todo y lucha”. La ‘historia’ no
necesita a los hombres porque los hombres se bastan por sí mismos. Y así nos
borran la historia, la cultura y el mundo democrático, sin permiso…
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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