Opus Dei 25 de junio de 2022
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Comentario
del 13.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). La libertad es la capacidad de
elegir el bien, tomando decisiones conscientes movidas por el amor. Jesús
alcanzó la cumbre de su libertad escogiendo dirigirse a la ciudad donde
terminaría clavado en la Cruz.
Evangelio
(Lc 9,51-62)
Y
cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente
marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en
una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque
llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y
Juan le dijeron:
—
Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
Pero
él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.
Mientras
iban de camino, uno le dijo:
— Te
seguiré adonde vayas.
Jesús
le dijo:
— Las
zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del
Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
A otro
le dijo:
—
Sígueme.
Pero
éste contestó:
— Señor,
permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
— Deja
a los muertos enterrar a sus muertos — le respondió Jesús — ; tú vete a
anunciar el Reino de Dios.
Y otro
dijo:
— Te
seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa.
Jesús
le dijo:
—
Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de
Dios.
Comentario:
Se
acerca el momento culminante de la vida pública de Jesús. Iba a cumplirse “el
tiempo de su partida” dice el Evangelio de Lucas. Una traducción más literal
del griego original sería “el tiempo de su subida”. En hebreo, viajar a
Jerusalén -y esto es lo que iba a hacer Jesús para la Pascua- se dice “subir a
Jerusalén”. Se alude a ese viaje. Pero la frase también tiene un doble sentido:
“el tiempo de su subida” es el momento de su ascensión gloriosa, de la
culminación de su vida terrena. En efecto, después de los padecimientos de su
Pasión, y su gloriosa Resurrección, llegaría el momento de subir a los cielos
para reinar eternamente a la derecha del Padre. Jesús es consciente de lo que
le espera en Jerusalén pero, con valentía, “decidió firmemente”, con plena
libertad, afrontar la tarea que había venido a realizar, la redención del
género humano. El camino para la gloria pasa por la Cruz.
La
libertad es la capacidad de elegir el bien, tomando decisiones conscientes
movidas por el amor. La libertad cristiana no es arbitrariedad. No se trata de
poder escoger caprichosamente lo que más apetece en un momento, o lo que se
presenta como más atractivo, sino aquello que conduce a la más plena
realización de la persona, haciendo propia la aventura de amor que Dios ha diseñado
para cada uno. Como señalaba Mons. Fernando Ocáriz, “se puede hacer con alegría
-y no de mala gana- lo que cuesta, lo que no gusta, si se hace por y con amor
y, por lo tanto, libremente”[1]. Jesús
alcanzó la cumbre de su libertad escogiendo dirigirse a la ciudad donde
terminaría clavado en la Cruz. Incluso cuando le gritaban en el Calvario: “Si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27,40), tomó la libre decisión de
permanecer en aquel patíbulo para cumplir en plenitud la voluntad
misericordiosa del Padre.
Lucas
narra tres episodios, enmarcados en los preparativos de esa ascensión a
Jerusalén, que ponen de manifiesto la capacidad, humana y sobrenatural, de
arrastre que tenía Jesús, ya que personas muy distintas se le presentan
espontáneamente dispuestas a irse tras él. También estos personajes, en pleno
ejercicio de su libertad personal, se ofrecen generosamente a prestar su vida
para seguir a Jesús. Pero, en los tres casos, el Maestro les hace recapacitar
sobre la importancia de tomar las decisiones adecuadas para que no haya
ataduras que puedan limitar su entrega total: ni el afán de poseer al menos
unos bienes materiales que se consideran necesarios, ni el dilatar las decisiones
con alguna excusa por razonable que pudiera parecer, ni el apego sentimental a
personas queridas, ni el continuo replantearse, al experimentar el cansancio
del camino, si las decisiones tomadas han sido las correctas, mirando a lo que
se ha dejado y no al maravilloso panorama que se abre por delante. “Aun en los
momentos en los que percibamos más profundamente nuestra limitación -comentaba
San Josemaría-, podemos y debemos mirar a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios
Espíritu Santo, sabiéndonos partícipes de la vida divina. No existe jamás razón
suficiente para volver la cara atrás (cf. Lc 9,62): el Señor está a nuestro
lado. Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones,
encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones
de los demás y superar nuestros propios errores”[2].
También
hoy sigue siendo actual esta lección de libertad, entrega total, generosidad y
fidelidad impartida por Jesús. En un contexto cultural en el que escasean la
lealtad y la fidelidad, y en el que se juega con las palabras como si el
compromiso con la verdad fuera irrelevante, el testimonio de hombres y mujeres
que son criticados, despreciados, perseguidos, e incluso que sufren el martirio
por mantenerse fieles a su vocación cristiana resuena como un clamor de
libertad y liberación. Solo quien pertenece a la verdad, nunca es esclavo de
ningún poder ni de atadura alguna, sino que conserva íntegra su libertad para
servir a los hermanos.
[1] Fernando
Ocáriz, Carta 9 de enero de 2018, n. 6.
[2] S.
Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 160.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-06-26/
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