Francisco Fernández-Carvajal 18 de junio de 2022
@hablarcondios
— Amor
y veneración a Jesús Sacramentado.
—
Alimento para la vida eterna.
— La
procesión del Corpus Christi.
I. Lauda,
Sion, Salvatorem... Alaba, Sión, al Salvador; alaba al guía y al
pastor con himnos y cánticos1.
Hoy celebramos esta gran Solemnidad en honor del misterio eucarístico. En ella
se unen la liturgia y la piedad popular, que no han ahorrado ingenio y belleza
para cantar al Amor de los amores. Para este día, Santo Tomás
compuso esos bellísimos textos de la Misa y del Oficio divino. Hoy debemos dar
muchas gracias al Señor por haberse quedado entre nosotros, desagraviarle y
mostrarle nuestra alegría por tenerlo tan cerca: Adoro te, devote,
latens Deitas..., te adoro con devoción, Dios escondido..., le diremos hoy
muchas veces en la intimidad de nuestro corazón.
En la Visita al Santísimo podremos decirle al Señor despacio, con amor: plagas, sicut Thomas, non intueor..., no veo las llagas, como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame.
La fe
en la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía llevó a la devoción a
Jesús Sacramentado también fuera de la Misa. La razón de conservar las Sagradas
Especies, en los primeros siglos de la Iglesia, era poder llevar la comunión a
los enfermos y a quienes, por confesar su fe, se encontraban en las cárceles en
trance de sufrir martirio. Con el paso del tiempo, la fe y el amor de los
fieles enriquecieron la devoción pública y privada a la Sagrada Eucaristía.
Esta fe llevó a tratar con la máxima reverencia el Cuerpo del Señor y a darle
un culto público. De esta veneración tenemos muchos testimonios en los más
antiguos documentos de la Iglesia, y dio lugar a la fiesta que hoy celebramos.
Nuestro
Dios y Señor se encuentra en el Sagrario, allí está Cristo, y allí deben
hacerse presentes nuestra adoración y nuestro amor. Esta veneración a Jesús
Sacramentado se expresa de muchas maneras: bendición con el Santísimo,
procesiones, oración ante Jesús Sacramentado, genuflexiones que son verdaderos
actos de fe y de adoración... Entre estas devociones y formas de culto, «merece
una mención particular la solemnidad del Corpus Christi como
acto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía (...). La Iglesia y
el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en
este sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la
adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves
faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración»2.
Especialmente el día de hoy ha de estar lleno de actos de fe y de amor a Jesús
Sacramentado.
Si
asistimos a la procesión, acompañando a Jesús, lo haremos como aquel pueblo
sencillo que, lleno de alegría, iba detrás del Maestro en los días de su vida
en la tierra, manifestándole con naturalidad sus múltiples necesidades y
dolencias; también la dicha y el gozo de estar con Él. Si le vemos pasar por la
calle, expuesto en la Custodia, le haremos saber desde la intimidad de nuestro
corazón lo mucho que representa para nosotros... «Adoradle con reverencia y con
devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento sincero de vuestro amor;
decidle sin miedo que le queréis; agradecedle esta prueba diaria de
misericordia tan llena de ternura, y fomentad el deseo de acercaros a comulgar
con confianza. Yo me pasmo ante este misterio de Amor: el Señor busca mi pobre
corazón como trono, para no abandonarme si yo no me aparto de Él»3.
En ese trono de nuestro corazón Jesús está más alegre que en la Custodia más
espléndida.
II. El
Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre4,
nos recuerda la Antífona de entrada de la Misa.
Durante
años el Señor alimentó con el maná al pueblo de Israel errante por el desierto.
Aquello era imagen y símbolo de la Iglesia peregrina y de cada hombre que va
camino de su patria definitiva, el Cielo; aquel alimento del desierto es figura
del verdadero alimento, la Sagrada Eucaristía. «Este es el sacramento de la
peregrinación humana (...). Precisamente por esto, la fiesta anual de la
Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas
referencias a la peregrinación del pueblo de la Alianza en el desierto»5.
Moisés recordará con frecuencia a los israelitas estos hechos prodigiosos de
Dios con su Pueblo: No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te
sacó de Egipto, de la esclavitud...6.
Hoy es
un día de acción de gracias y de alegría porque el Señor se ha querido quedar
con nosotros para alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos
solos, La Sagrada Eucaristía es el viático, el alimento para el
largo caminar de la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos acompaña y
fortalece aquí en la tierra, que es como una sombra comparada con la realidad
que nos espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del alimento que
recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro corazón a una
realidad totalmente nueva7.
Aunque
celebramos una vez al año esta fiesta, en realidad la Iglesia proclama cada día
esta dichosísima verdad: Él se nos da diariamente como alimento y se queda en
nuestros Sagrarios para ser la fortaleza y la esperanza de una vida nueva, sin
fin y sin término. Es un misterio siempre vivo y actual.
Señor,
gracias por haberte quedado. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin Ti? ¿Dónde
íbamos a ir a restaurar fuerzas, a pedir alivio? ¡Qué fácil nos haces el camino
desde el Sagrario!
III. Un
día que Jesús dejaba ya la ciudad de Jericó para proseguir su camino hacia
Jerusalén, pasó cerca de un ciego que pedía limosna junto al camino. Y este, al
oír el ruido de la pequeña comitiva que acompañaba al Maestro, preguntó qué era
aquello. Y quienes le rodeaban le contestaron: Es Jesús de Nazareth que
pasa8.
Si
hoy, en tantas ciudades y aldeas donde se tiene esa antiquísima costumbre de
llevar en procesión a Jesús Sacramentado, alguien preguntara al oír también el
rumor de las gentes: «¿qué es?», «¿qué ocurre?», se le podría contestar con las
mismas palabras que le dijeron a Bartimeo: es Jesús de Nazareth que
pasa. Es Él mismo, que recorre las calles recibiendo el homenaje de nuestra
fe y de nuestro amor. ¡Es Él mismo! Y, como a Bartimeo, también se nos debería
encender el corazón para gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí! Y el Señor, que pasa bendiciendo y haciendo el bien9,
tendrá compasión de nuestra ceguera y de tantos males como a veces pesan en el
alma. Porque la fiesta que hoy celebramos, con una exuberancia de fe y de amor,
«quiere romper el silencio misterioso que circunda a la Eucaristía y tributarle
un triunfo que sobrepasa el muro de las iglesias para invadir las calles de las
ciudades e infundir en toda comunidad humana el sentido y la alegría de la
presencia de Cristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los
senderos del tiempo y de la tierra»10.
Y esto nos llena el corazón de alegría. Es lógico que los cantos que acompañen
a Jesús Sacramentado, especialmente este día, sean cantos de adoración, de
amor, de gozo profundo. Cantemos al Amor de los amores, cantemos al
Señor; Dios está aquí, venid, adoremos a Cristo Redentor... Pange, lingua,
gloriosi... Canta, lengua, el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo...
La
procesión solemne que se celebra en tantos pueblos y ciudades de tradición
cristiana es de origen muy antiguo y es expresión con la que el pueblo
cristiano da testimonio público de su piedad hacia el Santísimo Sacramento11.
En este día el Señor toma posesión de nuestras calles y plazas, que la piedad
alfombra en muchos lugares con flores y ramos; para esta fiesta se proyectaron
magníficas Custodias, que se hacen más ricas cuanto más cerca de la Forma
consagrada están los elementos decorativos. Muchos serán los cristianos que hoy
acompañen en procesión al Señor, que sale al paso de los que quieren verle,
«haciéndose el encontradizo con los que no le buscan. Jesús aparece así, una
vez más, en medio de los suyos: ¿cómo reaccionamos ante esa llamada del Maestro?
(...).
»La
procesión del Corpus hace presente a Cristo por los pueblos y las ciudades del
mundo. Pero esa presencia (...) no debe ser cosa de un día, ruido que se
escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos
descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario. Junto a esa procesión
solemne de este jueves, debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida
corriente de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de
haber recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve
el mensaje del Señor en la tierra (...).
»Vamos,
pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas de Eucaristía, que nuestro
trato personal con Él se exprese en alegría, en serenidad, en afán de justicia.
Y facilitaremos a los demás la tarea de reconocer a Cristo, contribuiremos a
ponerlo en la cumbre de todas las actividades humanas. Se cumplirá la promesa
de Jesús: Yo, cuando sea exaltado sobre la tierra, todo lo atraeré
hacia mí (Jn 12, 32)»12.
*Esta
Solemnidad se remonta al siglo xiii. Primero fue establecida para la
diócesis de Lieja, y el Papa Urbano IV la instituyó en 1264 para toda la
Iglesia. El sentido de esta fiesta es la consideración y el culto a la
presencia real de Cristo en la Eucaristía. El centro de la fiesta había de ser,
según describía ya el Papa Urbano IV, un culto popular reflejado en himnos y
alegría. Santo Tomás de Aquino, a petición del Papa, compuso para el día de hoy
dos oficios en 1264, que han alimentado la piedad de muchos cristianos a lo
largo de los siglos. La procesión de la Custodia por las calles engalanadas de
muchos lugares testimonia la fe y el amor del pueblo cristiano hacia Cristo que
vuelve a pasar por nuestras ciudades y pueblos. La procesión nació a la par que
la fiesta.
*En los
lugares donde esta Solemnidad no es de precepto, se celebra -como día propio-
el domingo siguiente a la Santísima Trinidad.
1 Secuencia Lauda,
Sion, Salvatorem. —
2 Juan
Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24-II-1980. —
3 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 161. —
4 Antífona
de entrada, Sal 80, 17. —
5 Juan
Pablo II, Homilía, 4-VI-1988. —
6 Primera
lectura. Ciclo A. Cfr. Dt 8, 2-3; 14-16. —
7 Cfr. Evangelio
de la Misa. Ciclo C. Lc 9, 11-17. —
8 Lc 18,
37. —
9 Cfr. Hech 10,
38. —
10 Pablo
VI, Homilía, 11-VIII-1964. —
11 Cfr. J.
Abad y M. Garrido, Iniciación a la
liturgia de la Iglesia. Palabra, Madrid 1988, pp. 656-657. —
12 San
Josemaría Escrivá, o. c., 156.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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