Por Gregorio Salazar
Ese período de confrontación prolongada, encarnizada, pugnaz, interminable entre el espectro de partidos tradicionales de Colombia y la izquierda –una y otra vez reformulada electoralmente con toda la mezcla de récipes posibles– parece a punto de decantarse por una opción presidencial que hasta hace pocos semanas no parecía posible: la de un outsider populista que se abrió paso con una consigna mil veces machacada y por lo visto efectiva no sólo en Colombia: la vieja clase política, de cualquier signo, es inepta y corrupta.
Cansancio, decepción, rechazo a los viejos actores subyace en la aptitud de los votantes colombianos y nutre el antipartidismo. Lo paradójico es que no sea precisamente un rostro joven, sino El Viejo, Rodolfo Hernández (77), ingeniero civil, empresario y ex alcalde, con salidas locuaces y retadoras y una fortuna cercana a los cien millones de dólares con la que financia su propia campaña, quien pudiera dar la última zancada para superar a Gustavo Petro, en su tercer intento presidencial, sobre la propia raya.
El «petrismo» y el «antipetrismo» han marcado las dos últimas elecciones presidenciales en Colombia. Ahora, con el hundimiento del centro uribista, arrastrado además por la impopularidad del presidente Duque, y el desplome de las coaliciones de derecha, la mesa estaba servida para que Gustavo Petro, coronara al fin una carrera de tenacidad política que viene desde sus tiempos de guerrillero (1974-1990), miembro de la cámara de representantes, Senador, alcalde de Bogotá (2012-2015), defenestrado y vuelto al cargo, fundador y articulador de varias organizaciones políticas.
No es que eso esté descartado, pero después de ganar las primarias del pasado 29 de mayo con el 40 % de los votos y más de 12 puntos de ventaja sobre su más cercano rival, no parecía muy factible que el escenario para este domingo 19 fuera de un empate técnico entre Petro y el impredecible Hernández, quien cosecha todos los apoyos que genera el «temor a Petro», llevado al paroxismo por la campaña que lo convierte en una especie clon de Chávez y Maduro.
A lo largo de los años los venezolanos hemos sido receptores de este estilo de campaña que se exacerba sobre todo en las redes sociales.
El caso Venezuela se ha convertido en un tema obligado en Hispanoamérica allí donde la izquierda y la derecha polarizan el debate electoral. Muchos han sido los candidatos que debieron cargar con el fardo de ser señalados de representar el mismo modelo que llevó a la destrucción a Venezuela.
Y en verdad, más allá de los diseños propagandísticos de cualquier estratega, el caso venezolano no ha encontrado copia al carbón en las ejecutorias de las opciones de izquierda que al final resultaron victoriosas, como López Obrador, Xiomara Castro o Castillo. No lo hubo tampoco en aquellos presidentes latinoamericanos que gobernaron bajo el signo de la izquierda desde los tiempos de Chávez. Allí están Bachelet, Lula, Roussef, Correa, Mujica, Vásquez e incluso los Kirchner y Morales.
Ninguno redujo su país a cenizas. Sólo a Chávez se le ocurrió poner en práctica un modelo tan anacrónico, tan rancio y opresivo en lo político y lo económico a semejanza del instaurado por los Castro en los inicios de la revolución cubana: Centralizar y estatizar, cercar a la iniciativa privada, confiscar, expropiar sin indemnizar y estrictos controles de todo. Y además conculcando los derechos humanos. Nicaragua es también una dictadura, cierto, pero no buscó acabar con los productores privados.
Petro ha buscado insistentemente desprenderse de la etiqueta socialista: «No propongo un programa socialista. Eso no funcionó. El problema de Colombia es que no se ha desarrollado el capitalismo», ha dicho. O también: «No se puede construir la clase media en Colombia sin la iniciativa y la propiedad privada».
Ojalá que con cualquiera de las dos opciones, Hernández o Petro, Colombia comenzara a dejar atrás definitivamente el tortuoso pasado de la violencia, de la guerrilla de izquierda y el paramilitarismo de derecha, de las marchas y contramarchas en la búsqueda de la paz, de la inacabable inequidad y el atraso social. Tiene potencialidad de sobra.
Con Petro o con Hernández, Colombia está hoy frente a un experimento crucial. Ya se sabe que el resultado traerá cambios en las relaciones con Venezuela. Una normalización que anhelan los ciudadanos de ambo lados de la frontera. Y dirá también si ese país, principal aliado de los Estados Unidos en la región, ingresará a la órbita de los gobiernos de izquierda en el continente.
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