Trino Márquez 01 de septiembre de 2022
@trinomarquezc
La
devaluación de más de 30% del bolívar frente al dólar norteamericano en apenas
dos semanas –atribuida de manera simplona por Nicolás Maduro a un “grupo de
inescrupulosos”- está acabando con la ilusión de crecimiento y prosperidad que
el Gobierno había venido alimentando desde comienzos de 2021, cuando el país
comenzó a superar los momentos más severos de la crisis desatada a partir de
2013, cuando los precios del petróleo empezaron a retroceder de forma
acelerada, sacando a flote todos los excesos cometidos por Hugo Chávez durante
su largo y trágico mandato. Desmesuras que su sucesor no estaba en capacidad de
corregir ni enmendar.
El espejismo de ‘Venezuela se arregló’ fomentado por el régimen, se ha sostenido sobre cierta liberalización de la economía: levantamiento del control de precios y de cambio, uso del dólar de forma extendida, permiso para importar una gran cantidad de bienes sin pagar aranceles o cancelando tasas muy bajas, reducción moderada del encaje legal, lo cual ha permitido activar un poco el crédito para los empresarios industriales y agrícolas. De ese conjunto de medidas, que no responden a un plan global articulado que la nación conozca y discuta, destaca el intento de someter la inflación atajando el precio del dólar mediante los aportes del Banco Central de Venezuela (BCV) al mercado cambiario. A través de este mecanismo, y de la estricta reducción del gasto público, el BCV había podido evitar que el precio de la divisa norteamericana se desbocara y arrastrara consigo el valor de los numerosos productos que son impactados directamente por el comportamiento del dólar.
Ese
dispositivo pudo funcionar durante algún tiempo debido al incremento de los
precios del crudo a raíz de la invasión de Ucrania por parte de Rusia y por el
leve aumento de la producción petrolera, que ha logrado estabilizarse alrededor
de 700.000 barriles diarios. La conjunción de estos dos factores le dio un
respiro al Gobierno. Sin embargo, pasado el efecto benéfico inicial, el régimen
y el país han vuelto a toparse con la dura realidad: Venezuela no genera el
volumen de divisas que permita satisfacer la demanda de una economía altamente
dependiente del dólar; ni el Gobierno –a pesar de las sucesivas reformas
monetarias- ha logrado crear la confianza necesaria en el bolívar, de allí que
la gente cada vez que puede se refugia en el dólar para proteger sus caudales
en moneda nacional.
La
generación de divisas internas es muy reducida porque la capacidad del régimen
para elevar la producción petrolera sigue siendo raquítica. El Gobierno
responsabiliza a las sanciones internacionales, pero la verdad es que la causa
fundamental de esa declinación se encuentra en la destrucción sistemática de
Pdvsa desde el paro de 2002-2003. A partir de esa fecha se inicia el ocaso de
la empresa, sin que se vislumbre su recuperación. Este déficit no es posible
cubrirlo en el futuro cercano porque Venezuela es altamente dependiente de las
divisas generadas por la industria petrolera. Los otros rubros de exportación
generan un flujo de dólares escaso, entre ellos los productos no tradicionales
–no obstante los esfuerzos de algunos empresarios por internacionalizarse- y el
turismo, impactado negativamente, primero por la pandemia y luego por el
deterioro de los servicios públicos. Habrá que esperar unos meses para ver qué
ocurre cuando se restablezcan las relaciones comerciales con Colombia. De
acuerdo con el nivel y diversificación del crecimiento que ha tenido el vecino
país durante las últimas décadas, es altamente probable es que la balanza
comercial favorezca mucho más en el corto plazo a los colombianos.
Frente
al cuadro actual, se torna más patético el derroche de los abundantes recursos
financieros ingresados al país durante la primera década del siglo XXI, cuando
el país navegaba en petrodólares. Hugo Chávez y sus camaradas derrocharon ese
dinero. Acabaron con el Fondo de Inversiones de Venezuela, (FIV) la caja de
ahorros con la que contaba el país para enfrentar sin angustia los vaivenes del
mercado petrolero. Lo convirtieron en el Fondo para el Desarrollo Nacional
(Fonden). Con esta mampara tramaron, entre muchos desaciertos, una política
alegre de regalos a Cuba, Argentina, Nicaragua, Bolivia y a otros amigotes más;
fundaron Petro Caribe, con el fin de tener amordazadas a las pequeñas islas
antillanas; y firmaron acuerdos millonarios con Odebrecht para construir obras
que jamás se levantaron, pero representaron jugosas ganancias para sus dueños e
intermediarios.
Ahora
el Gobierno no tiene cómo encarar la sublevación del dólar. Para los jerarcas
del régimen ese amotinamiento no representa ningún obstáculo. Sus ahorros se
encuentran a buen resguardo en paraísos fiscales. El drama lo vivirán los
sectores pobres y las clases medias, que están viendo de qué manera sus
ingresos se consumen devorados por la devaluación. Adiós, ilusión de cambio.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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