San Josemaría 29 de marzo de 2024
@sJosemaria
Nicodemo
y José de Arimatea –discípulos ocultos de Cristo– interceden por el desde los
altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del
desprecio..., entonces dan la cara audacter (Mc XV,43)...: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam! os serviré, Señor. (Via Crucis, Estación XIV, n.1)
Habréis
observado cómo algunas madres, movidas de un legítimo orgullo, se apresuran a
ponerse al lado de sus hijos cuando éstos triunfan, cuando reciben un público
reconocimiento. Otras, en cambio, incluso en esos momentos permanecen en
segundo plano, amando en silencio. María era así, y Jesús lo sabía.
Ahora,
en cambio, en el escándalo del Sacrificio de la Cruz, Santa María estaba
presente, oyendo con tristeza a los que pasaban por allí, y blasfemaban
meneando la cabeza y gritando: ¡Tú, que derribas el templo de Dios, y en tres
días lo reedificas, sálvate a ti mismo!; si eres el hijo de Dios, desciende de
la Cruz. Nuestra Señora escuchaba las palabras de su Hijo, uniéndose a su
dolor: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Qué
podía hacer Ella? Fundirse con el amor redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el
dolor inmenso –como una espada afilada– que traspasaba su Corazón puro.
De
nuevo Jesús se siente confortado, con esa presencia discreta y amorosa de su
Madre. No grita María, no corre de un lado a otro. Stabat: está en
pie, junto al Hijo. Es entonces cuando Jesús la mira, dirigiendo después la vista
a Juan. Y exclama: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al
discípulo: ahí tienes a tu Madre. En Juan, Cristo confía a su Madre todos
los hombres y especialmente sus discípulos: los que habían de creer en Él.
Felix
culpa, canta la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener
tal y tan grande Redentor. Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha
merecido recibir por Madre a Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe
preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la
omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni
tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre. (Amigos de Dios, nn.
287-288)
Tomado
de: https://opusdei.org/es/dailytext/cadaver-de-cristo/
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