SAÚL BARBOSA 27 de marzo de 2024
La
alternativa no puede ser guardar silencio o agachar la cabeza. La sumisión
perruna nunca será la respuesta contra el despotismo
Cuando
se producen situaciones de abuso en el ámbito público o privado en las que una
de las partes se ve en desventaja frente a otra, se hace común oír consejos en
los que se solicita a la víctima el ser sumisa, servil y diligente con su
agresor, porque se piensa que actuando de manera complaciente se podrá evitar
represalias por parte de quien lleva a cabo las felonías: “coopera, no
denuncies, no te quejes, cállate”, son algunas de las instrucciones que suelen
darse en tal sentido.
Lo que suelen ignorar algunos interlocutores -aún de buena fe- es que esto puede ser efectivo en situaciones como robos a mano armada, pero nefasto en otras como, por ejemplo, casos de violencia sexual.
El
agresor muchas veces, lejos de contenerse, suele dar rienda suelta a sus deseos
aprovechando la pasividad del agredido, haciendo por tanto más adecuada una
respuesta activa por parte de la víctima para evitar una represalia mayor, la
desidia y la impunidad derivada producto de la pasividad. Tal fenómeno es lo
que denominamos la paradoja de la sumisión.
En el
contexto político actual, los ataques propiciados por el chavismo bajo el lema
de la “Furia Bolivariana” se han hecho especialmente notorios en medio de
un año signado por los eventuales comicios presidenciales a realizarse en
draconianas condiciones el 28 de julio del presente año.
Las
agresiones antes mencionadas, que van desde desapariciones forzadas en contra
de personalidades comoRocío
San Miguel, Víctor
Venegas o Carlos
Salazar Lares, entre otros, son sólo algunos de los casos más notorios
en tal sentido.
Por
otra parte, este macabro cuadro se ve complementado con los sucesos
recientes ocurridos en Santiago de Chile en los que fue secuestrado y
asesinado el Primer Teniente del Ejército Ronald Ojeda, tal como confirmó la
Fiscalía de ese país el 01 de marzo, en circunstancias no esclarecidas que
apuntan como presuntos responsables tanto a la delincuencia organizada como a
organismos de contrainteligencia militar, según denuncia la
oposición venezolana.
En
adición a lo anterior, se suma el cercenamiento arbitrario e ilegal de los
derechos políticos de millones de venezolanos que hasta el momento han visto
truncada su aspiración a ser representados por María Corina Machado, tras
su triunfo en las primarias del pasado 22 de octubre del 2023.
Ante
tales sucesos, ha ido calando en distintos sectores de la opinión pública la
idea de que para lograr un cambio político exitoso se hace necesario pasar a
adoptar una postura mesurada, aséptica al “radicalismo” y que permita conservar
espacios a fin de no incomodar demasiado al sistema político chavista, bajo la
idea de que tal cambio de postura facilitaría una transición política en el
país. En síntesis, se nos dice lo mismo que a una víctima: “coopera, no te
lastimarán demasiado, puede que sean benévolos”.
Lo que
muchas veces estos señalamientos ignoran –aún si fueran de buena fe- es que
para el régimen establecido, hoy por hoy cualquier desafío hecho desde los
debilitados espacios cívicos son percibidos como una amenaza. Aquel que difiere
o muestra el más mínimo disenso aún dentro de sus propias filas, pasa a ser
percibido como “un traidor, un representante de los intereses foráneos, un
enemigo de la patria” y pare usted de contar.
El
poder nos dice que la exigencia de garantías electorales, el libre derecho a la
protesta pacífica, el reclamo por mejores servicios públicos, el cumplimiento
de obligaciones en materia salarial o de derechos laborales no tienen cabida en
el debate público, salvo que sea en los términos delimitados por el chavismo,
esto es: la sumisión total, sin derecho a réplica.
Nuestra
cotidianidad hoy, pasa por lo que un ilustre Carl Schmitt en su texto La
Dictadura (1921) denominó como un Estado de excepción. El autor
explicaba que en la modernidad, ante un estado de necesidad (legítimo o no) los
representantes del gobierno reemplazan el orden constitucional y se convierten
en un poder constituyente en sí mismo. La excepción se vuelve la norma en
términos jurídicos, parafraseando a Schmitt, el soberano pasa a ser, por tanto,
quien decide en el Estado de excepción, quedando proscrita cualquier
manifestación disidente o contrapeso propio del orden institucional
previo.
Ante
tal disyuntiva, la alternativa no puede ser guardar silencio o agachar la
cabeza. La sumisión perruna nunca será la respuesta contra el despotismo, la
discrecionalidad y los abusos en contra de los venezolanos, por tanto, todo lo
que queda en nuestras manos es la lucha en contra de las injusticias que hoy
son parte del sistema político imperante.
Esto,
desde luego, no es un llamado a aventurismos irresponsables o a la
visceralidad; sino lo contrario, se precisa de calma y cordura. Si usted al
igual que yo desea un mejor mañana: fórmese, organícese, pelee, denuncie,
participe.
Sólo
creando un movimiento social orgánico podremos salir de nuestro estado actual,
la sumisión nunca será una opción, recuerde que esperar benevolencia de un
agresor pocas veces resulta fructífero.
SAÚL
BARBOSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico