Humberto García Larralde 26 de marzo de 2024
Se
entiende que el juego político es propio de la democracia, por cuanto en una
dictadura simplemente se impone lo que decide el autócrata. Supone que la
rivalidad entre opciones de poder se dirime construyendo mayorías para ganar
las elecciones y respaldar la gobernabilidad. Idealmente, la gente decidiría
sus preferencias políticas con una evaluación racional de las propuestas
programáticas que les son presentadas, a partir de sus particulares intereses y/o
valores. Pero en la “realidad real”, la cosa difícilmente ocurre así. Las
mayorías suelen armarse con el auxilio de discursos que cultivan afectos por el
líder y por lo que propone –la única opción válida a ser considerada—, mientras
descalifican al adversario y sus propuestas con base en contraposiciones
simbólicas que lo retratan negativamente. Desde el poder, se tejen redes
clientelares para cosechar lealtades y apegos. Es decir, obra mucho la
manipulación discursiva del imaginario popular, tanto o más que apelar a que
prive su racionalidad.
Chávez fue un maestro en este proceder, erigiéndose como auténtico heredero del Libertador y retratando a AD y COPEI como representantes de una oligarquía que lo había traicionado, gobernando contra los pobres desde que Venezuela se separó de la Gran Colombia. En este encuadre, los militares eran garantes de los intereses patrios, amenazados por esas élites. Este imaginario maniqueo, evocando la épica emancipadora, se insufló con discursos de odio que capitalizaron resentimientos y ansias de revancha de gruesos sectores de la población postergados, y para discriminar y amenazar a quienes se le oponían. Nunca ocultó la eventualidad de la violencia, si la situación lo ameritaba. Al someterse (gustosamente) a la tutela de Fidel Castro, enfiló su retórica a enfrentar a los EE.UU. y a la “ultraderecha”. Con clichés de la mitología comunista, proyectó una realidad –un constructo ideológico—en la que posicionó su patrioterismo decimonónico en la Guerra Fría del siglo XX. Y, para darle sustancia, instrumentó una serie de programas de reparto, las recordadas “misiones”, valiéndose de ingresos petroleros que, a partir de 2004, nunca dejaron de serle favorables.
Independientemente
de lo que pensemos hoy del discurso de Chávez y de sus prácticas populistas, le
funcionaron. Si bien con ventajismo, intimidación y acoso a los medios,
construyó con ellos mayorías electorales en cuanta contienda participara, salvo
aquella del cambio constitucional propuesto en 2007. Ayudó, desde luego, su
manejo carismático del escenario político, la prodigalidad de una renta
petrolera que ocultó el desmantelamiento del aparato productivo y los errores
políticos de las fuerzas opositoras.
Con el
dedazo de Chávez, Maduro accedió a la presidencia. Creyó que no tenía más que
repetir la receta de su mentor. Pero al retroceder la marea de los altos
precios petroleros a finales de su segundo año, desnudó una economía inerte,
una producción petrolera en picada, una deuda externa impagable y una
corrupción descomunal alimentada por los controles de cambio y de precios. Ante
el triunfo opositor en las elecciones parlamentarias de 2015, montó una
institucionalidad paralela que liquidó definitivamente el ordenamiento
constitucional y procedió a desatar el terrorismo de Estado contra protestas,
con numerosos muertos, un abultado número de presos políticos, muchos
torturados. Lo acompañó con la persecución de medios independientes y de la
censura. Todo “justificado” con la retórica “revolucionaria”.
Los
venezolanos hemos padecido cruelmente su adhesión a esa cartilla. Una caída de
la actividad económica de casi un 80%, una sostenida y severa hiperinflación,
una escasez extendida de bienes y servicios y niveles de hambre y miseria,
jamás imaginados. Al quedarse el Estado sin recursos, accedió a liberar
precios, incluyendo el de las divisas, pero en el marco de un severo ajuste
neoliberal que agravó sensiblemente los altísimos niveles de desempleo. Más de
7 millones de venezolanos han tenido que huir a otros países, desesperados por
esta situación de destrozo y por el escamoteo de oportunidades.
Tales
estrecheces presionaron al chavo-madurismo a superar su aislamiento financiero
internacional, negociando ciertas concesiones de apertura política. Firma, así,
el acuerdo en Barbados, el 17 de octubre de 2023, comprometiéndose a unas
elecciones presidenciales confiables, en respuesta a la suspensión de las
sanciones impuestas en su contra. Lamentablemente, optó por darle una patada a
la mesa cuando se dio cuenta de que su derrota electoral era insalvable ante el
auge de esperanzas de cambio que brotaron en torno a la candidatura de María
Corina Machado.
Maduro
y los suyos se han atrincherado tras la inconstitucional inhabilitación de MCM
como candidata. Decidieron apresar a sus seguidores más cercanos, con la
ridícula acusación de que son “terroristas” involucrados en conspiraciones para
desestabilizar al país o atentar contra Maduro. Es decir, en vez de responder
con los instrumentos del juego político puestos a su disposición por la
contienda electoral, optaron por abdicar de sus posibilidades de recuperar
credibilidad y espacios con las democracias cercanas, tan importante cuando
pesan sobre ellos acusaciones muy serias y bien documentadas de violación de
derechos humanos por parte de organismos internacionales. El juego político
quedó desechado por uno con reglas muy diferentes: o te sometes o te reprimo.
Lo insólito es que tan bárbaro salto atrás pretende ampararse en nombre del
“Pueblo” con el mismito discurso “revolucionario” de antes. Pero nadie lo cree.
¡Se acabó la magia! Al momento de escribir estas líneas, el CNE todavía no
había permitido inscribir a Corina Yoris como candidata presidencial de la MUD
y de UNT. Simplemente se pusieron estúpidos.
Uno
entiende que esta posición sea asumida por el núcleo fascista duro, conformado
por Maduro, Cabello, Padrino y los hermanos Rodríguez. Personajes resentidos,
torcidos por la corrupción, por su anuencia con la violación de derechos
humanos fundamentales, incluyendo el de la vida, y por su entrega abierta a
intereses foráneos. ¡De ninguna manera aceptarían que por la voluntad popular
perdieran el poder! Pero, a estas alturas, cuando es tan visible la bancarrota
y la ausencia de futuro de esa opción, cabría esperar la presión de factores
internos del chavo-madurismo para abrir puertas a la convivencia, a la
posibilidad de reacomodarse para no desaparecer del escenario político, y
limpiar su imagen por tanto desafuero cometido en nombre de una “revolución”
que nos retrotrajo al siglo XIX. Para que sean suspendidas definitivamente las
sanciones sobre el petróleo y se logre la inserción financiera en el mercado
internacional, condiciones necesarias para atraer los recursos que permitan
revertir esta caída libre a la pobreza urdida por tan irresponsable conducción
de la cosa pública durante los últimos lustros.
Tienen
la palabra los chavistas. Tarek William Saab ha expresado claramente con
quienes se alinea. Asumiendo el papel de Torquemada, ha optado por hundirse
como integrante del cónclave neofascista. P’al carajo toda pretensión
sensiblera de poeta, como antes quería ser reconocido. ¡Qué vergüenza! Otros,
con un cinismo que no conoce límites, anuncian, como acaba de hacer Delcy
Rodríguez, una Alta Comisión del Estado contra el Fascismo y el Neofascismo que
va a elaborar un proyecto de ley al respecto (¡!) ¿Decretarán su propia
prohibición como fuerza política? ¿Pensarán salvarse proyectando en otros su
propia condición?
Hemos
mantenido que el fanatismo embrutece, pues filtra deliberadamente la
consideración de puntos de vista y opciones diferentes que deberían enriquecer
la reflexión y la toma de decisiones. Termina en errores costosos. Pero cuando
actitud tan sesgada se realimenta permanentemente con clichés y falsedades en
las que ya nadie cree y que son, más bien, confesión de la condición propia, ya
no es simple encogimiento de neuronas. ¡Es estulticia pura!
Esperaríamos,
en beneficio del futuro nacional, mayor cordura, sensatez y sentido de la
oportunidad de otros, aun cuando, hasta ahora, hayan continuado prestando su
apoyo a este (des)gobierno.
Humberto
García Larralde
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