Francisco Fernández-Carvajal 20 de marzo de 2024
@hablarcondios
— La
costumbre de meditar la Pasión de Nuestro Señor. Amor y devoción al Crucifijo.
— Cómo
meditar la Pasión.
—
Frutos de esta meditación.
I. ¡Pueblo
mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el
agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre.
¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...?1.
La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo «aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina»2. «No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario»3. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados4, con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte eterna a gran precio5, el de la Sangre de Cristo.
La
costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en los mismos comienzos del
Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la primera hora tendrían un
recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron
presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de
la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los Evangelistas dedicaron una buena
parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos. «Leamos
constantemente la Pasión del Señor –recomendaba San Juan Crisóstomo–. ¡Qué rica
ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente
adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta
farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro
que una piedra, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia
de tu alma»6. ¡A cuántos ha convertido la meditación atenta de la Pasión!
Santo
Tomás de Aquino decía: «la Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo
a toda nuestra vida»7.
Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo Tomás de qué libros
había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras. Se dice que San
Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los muchos besos que
le había dado, y le dijo: «Este es el libro que me dicta todo lo que escribo;
lo poco que sé aquí lo he aprendido»8.
En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En él debemos
aprender nosotros. «Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre
contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de
darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre
cuerpo, bésalo también»9.
La
Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra oración, pero especialmente
lo ha de ser en estos días ya próximos al misterio central de nuestra
redención.
II. «En
la meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la
piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible,
agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor»10.
Nos
hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra meditación personal,
al leer el Santo Evangelio, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en
el Vía Crucis... En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos
presentes entre los espectadores que fueron testigos de esos momentos. Ocupamos
un lugar entre los Apóstoles durante la Última Cena, cuando nuestro Señor les
lavó los pies y les hablaba con aquella ternura infinita, en el momento supremo
de la institución de la Sagrada Eucaristía...; uno más entre los tres que se
durmieron en Getsemaní, cuando el Señor más esperaba que le acompañásemos en su
infinita soledad...; uno entre los que presenciaron el prendimiento; uno entre
los que oyeron decir a Pedro, con juramento, que no conocía a Jesús; uno que
oyó a los falsos testigos en aquel simulacro de juicio, y vio al sumo sacerdote
rasgarse las vestiduras ante las palabras de Jesús; uno entre la turba que
pedía a gritos su muerte y que le contemplaba levantado en la Cruz en el
Calvario. Nos colocamos entre los espectadores y vemos el rostro deformado pero
noble de Jesús, su infinita paciencia...
También
podemos intentar, con la ayuda de la gracia, contemplar la Pasión como la vivió
el mismo Cristo11.
Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida con relación a la
realidad, a lo que de hecho sucedió, pero para nosotros puede llegar a ser una
oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que «el que quiera de
verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús
crucificado con los ojos del alma que reconozca su propia carne en la carne de
Jesús»12.
¿Qué
experimentaría la santidad infinita de Jesús en Getsemaní, cargando con todos
los pecados del mundo, la infamias, las deslealtades, los sacrilegios...? ¿Qué
soledad ante aquellos tres discípulos que había llevado para que le acompañaran
y por tres veces encontró dormidos? También ve, en todos los siglos, a aquellos
amigos suyos que se quedarán dormidos en sus puestos, mientras los enemigos
están en vigilia.
III. Para
conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo, sentirnos
protagonistas, no solo espectadores, de los azotes, las espinas, los insultos,
los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al Calvario.
Pero «conviene que profundicemos en lo que nos revela la muerte de Cristo, sin
quedarnos en formas exteriores o en frases estereotipadas. Es necesario que nos
metamos de verdad en las escenas que revivimos (...): el dolor de Jesús, las
lágrimas de su Madre, la huida de los discípulos, la valentía de las santas
mujeres, la audacia de José y de Nicodemo, que piden a Pilato el cuerpo del
Señor»13.
«Quisiera
sentir lo que sientes, pero no es posible. Tu sensibilidad –eres perfecto
hombre– es mucho más aguda que la mía. A tu lado compruebo, una vez más, que no
sé sufrir. Por eso me asusta tu capacidad de darlo todo sin reservas.
»Jesús,
necesito decirte que soy cobarde, muy cobarde. Pero al contemplarte clavado ya
al madero, “sufriendo cuanto se puede sufrir, con los brazos extendidos en ese
gesto de sacerdote eterno” (Santo Rosario, San Josemaría Escrivá), voy a
pedirte una locura: quiero imitarte, Señor. Quiero entregarme de una vez, de
verdad, y estar dispuesto a llegar hasta donde tú me lleves. Sé que es una
petición muy por encima de mis fuerzas. Pero sé, Jesús, que te quiero»14.
«Acerquémonos,
en suma, a Jesús muerto, a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota.
Pero acerquémonos con sinceridad, sabiendo encontrar ese recogimiento interior
que es señal de madurez cristiana. Los sucesos divinos y humanos de la Pasión
penetrarán de esta forma en el alma, como palabra que Dios nos dirige, para
desvelar los secretos de nuestro corazón y revelarnos lo que espera de nuestras
vidas»15.
La
meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer
lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue
traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados16.
Jesús crucificado debe ser el libro en el cual, a ejemplo de los santos,
debemos leer de continuo para aprender a detestar el pecado y a inflamarnos en
el amor de un Dios tan amante; porque en las llagas de Cristo leemos la malicia
del pecado, que le condenó a sufrir muerte tan cruel e ignominiosa para
satisfacer a la Justicia divina, y las pruebas del amor que Jesucristo ha
tenido con nosotros, sufriendo tantos dolores precisamente para declararnos lo
mucho que nos amaba17.
«—Y se
siente que el pecado no se reduce a una pequeña “falta de ortografía”: es
crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los pies del Hijo de Dios, y
hacerle saltar el corazón»18.
Un pecado es mucho más que «un error humano».
Los
padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo lo que pueda significar
aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor y alejan la tibieza.
Hacen a nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos.
Si
alguna vez el Señor permite enfermedades, dolores o contradicciones
particularmente intensas y graves, nos será de gran ayuda y alivio el
considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Él experimentó todos los
sufrimientos físicos y morales, pues «padeció de los gentiles y de los judíos,
de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a
San Pedro. Padeció también de los príncipes y de sus ministros, y de la
plebe... Padeció de los parientes y conocidos, pues sufrió por causa de Judas,
que le traicionó, y de Pedro, que le negó. De otra parte, padeció cuanto el
hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos, que le abandonaron;
padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el
honor y en la honra, por las irrisiones y burlas que le infirieron; en los
bienes, pues fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza,
el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes»19.
Hagamos
el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la
Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos
en los que tanto sufrió por nosotros.
1 Improperios.
Liturgia del Viernes Santo. —
2 San
León Magno, Sermón 47. —
3 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 95. —
4 Cfr. 1
Pdr 2, 24. —
5 Cfr. 1
Cor 6, 20. —
6 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 87, 1. —
7 Santo
Tomás, Sobre el Credo, 6. —
8 Citado
por San Alfonso Mª de Ligorio, Meditaciones sobre la
Pasión, 1, 4. —
9 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 302. —
10 ídem, Surco,
n. 993. —
11 Cfr. R.
A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, Madrid 1956, pp.
137 ss. —
12 San
León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión. —
13 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 101. —
14 M.
Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1976, XI.
—
15 San
Josemaría Escrivá, loc. cit. —
16 Is 53,
5. —
17 San
Alfonso Mª de Ligorio, o. c., 1, 4. —
18 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 993. —
19 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 46 a. 5.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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