Francisco Fernández-Carvajal 21 de marzo de 2024
@hablarcondios
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Jesús en Getsemaní. Cumplimiento de la Voluntad del Padre.
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Necesidad de la oración para seguir de cerca al Señor.
—
Primer misterio de dolor del Santo Rosario. La contemplación de esta escena nos
ayudará a ser fuertes en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
I.
Después de la Última Cena, Jesús y los Apóstoles recitan los salmos de acción
de gracias, como era costumbre. Y la pequeña comitiva se pone en marcha en
dirección a un huerto cercano, llamado de los Olivos. Jesús había advertido a
Pedro y a los demás que, esa noche, todos –de un modo u otro– le negarán dejándole
solo.
Llegan a una finca llamada Getsemaní. Y dice a sus discípulos: Sentaos aquí, mientra hago oración. Y llevándose a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó a sentir pavor y a angustiarse. Y les dice: Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad1. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra2.. Jesús siente una inmensa necesidad de orar. Se detiene junto a unas rocas y cae abatido: Se postró en tierra3, escribe San Marcos. San Lucas nos dice: se puso de rodillas4, y San Mateo precisa más: se postró rostro en tierra5, aunque de ordinario los judíos oraban de pie. Jesús se dirige a su Padre en una oración cargada de confianza y ternura, en la que se entrega totalmente a Él: Padre mío, le dice. Si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú.
Poco
tiempo antes les había comunicado a sus discípulos. Mi alma está triste
hasta la muerte; estoy sufriendo una tristeza capaz de causar la
muerte. Así sufre Jesús: Él, que es la misma inocencia, carga con todos los
pecados de todos los hombres.
Tomó
como si fueran suyos los pecados de los hombres, y se prestó a pagar
personalmente todas nuestras deudas. Todas: las debidas por los pecados ya
cometidos, las debidas por los que se estaban cometiendo en aquel momento, y
las deudas de los pecados que se cometerían hasta el final de los tiempos.
El
Señor no solo salió fiador de culpas ajenas, sino que se hizo tan uno con
nosotros como es la cabeza con el cuerpo: «quiso que nuestras culpas se
llamasen culpas suyas; por eso no solamente pagó con su sangre, sino con la
vergüenza de esos pecados»6.
Todas estas causas de sufrimiento eran captadas en toda su intensidad por el
alma de Cristo.
Miramos
en silencio cómo sufre Jesús: Y entrando en agonía oraba con más
intensidad7.
¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del
pecado y de la muerte eterna!
Jesús
entra en agonía y llega a derramar sudor de sangre. «Jesús, solo y triste,
sufría y empapaba la tierra con su sangre.
»De
rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí:
le aplasta el peso de los pecados de los hombres»8.
Pero su confianza en el Padre no desfallece, y persevera en oración. Cuando el
cuerpo parece que ya no puede resistir, vendrá un ángel a confortarlo. La
naturaleza humana del Señor se nos muestra en esta escena con toda su capacidad
de sufrimiento.
En
nuestra vida puede haber momentos de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de
dolor profundo, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de
desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos señala cómo hemos
de proceder en esos momentos: abrazarnos a la Voluntad de Dios, sin poner
límite alguno ni condición de ninguna clase, e identificarnos con el querer de
Dios por medio de una oración perseverante.
«Jesús
ora en el huerto: Pater mi (Mt 26, 39), Abba,
Pater! (Mt 14, 36). Dios es mi Padre, aunque me envíe
sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la
Voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad de
Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por
compañero de camino al sufrimiento?»9.
II.
Jesús nos contempla en aquella noche con una simple mirada. Mira las almas y
los corazones a la luz de su sabiduría divina. Ante sus ojos desfila el
espectáculo de todos los pecados de los hombres, sus hermanos. Ve la deplorable
oposición de tantos que desprecian la satisfacción que Él ofrece por ellos, la
inutilidad para muchos de su sacrificio generoso. Siente una gran soledad y
dolor moral por la rebeldía y la falta de correspondencia al Amor divino.
Por
tres veces busca la compañía en la oración de aquellos tres discípulos.
Velad conmigo, estad a mi lado, no me dejéis solo, les había
pedido. Y al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban
pesados; y no sabían qué responderle10.
Quizá busca en aquel tremendo desamparo un poco de compañía, de calor humano.
Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquella una noche para estar en vela,
para estar en oración; y se duermen. No aman aún bastante y se dejan vencer por
la debilidad y por la tristeza, y dejan a Jesús solo. No encuentra el Señor un
apoyo en ellos; habían sido escogidos para eso y fallaron.
Hemos
de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar.
Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del
enemigo. ¿Por qué dormís?, les dice –nos dice también a
nosotros–. Levantaos y orad para no caer en la tentación11.
Por eso le decimos a Jesús: «Si ves que duermo; si descubres que me asusta el
dolor; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no me dejes! Dime
como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas mi correspondencia,
mi amor. Dime que para seguirte, para no volver a dejarte abandonado con los
que traman tu muerte, tengo que pasar por encima del sueño, de mis pasiones, de
la comodidad»12.
Nuestra
meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el
enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones
y dificultades. Si la descuidáramos nos encontraríamos en manos del enemigo,
perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
También
hoy Jesús desea nuestra compañía. Y «sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13;
nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos hacemos fuertes en
nuestro trato diario con Él, podremos decirle con certeza: Aunque tenga
que morir contigo, jamás te negaré14.
Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras cosas, porque no
perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su arrepentimiento,
sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años más tarde.
III. La
contemplación de esta escena de la Pasión puede ayudarnos mucho a ser fuertes
para no dejar nunca nuestra oración diaria, y para cumplir la Voluntad de Dios
en cosas que nos cuesten. ¡Señor, que no se hagan las cosas como yo
quiero, sino como quieres Tú! «Jesús, lo que tú “quieras”... yo lo
amo»15, le decimos hoy con toda sinceridad.
Los
santos han sacado mucho provecho para sus almas de este pasaje de la vida del
Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración de Jesús en Getsemaní ha
fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones.
También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras
esperaba el martirio de su decapitación por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos
a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra
vida ordinaria. Escribía este santo en la prisión: «Sabía Cristo que muchas
personas de constitución débil se llenarían de terror ante el peligro de ser
torturadas y quiso darles ánimos con el ejemplo de su propio dolor, su propia
tristeza, su abatimiento y miedo inigualable (...).
»A
quien en esta situación estuviera, parece como si Cristo se sirviera de su
propia agonía para hablarle con vivísima voz: Ten valor, tú que eres débil y
flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y
el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y a pesar de ello
sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se
avecinaba el sufrimiento (...).
»Mira
cómo marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores. Agárrate al
borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá a la
sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y angustias; hará tu ánimo más
alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy de cerca mis pasos –fiel
soy, y no permitiré que seas tentado más allá de tus fuerzas, sino que te daré,
junto con la prueba, la gracia necesaria para soportarla–, y alegra también tu
ánimo cuando recuerdes que esta tribulación leve y momentánea se convertirá en
un peso de gloria inmenso»16.
Esto lo escribe quien sabe será decapitado pocos días después.
Nosotros
podemos sacar hoy el propósito de contemplar frecuentemente, quizá cada día,
este momento de la vida del Señor, el primer misterio de dolor del Santo
Rosario. De modo particular puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste
un poco más saber descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que
quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de
jaculatoria: «Volo quidquid vis, volo quia vis... Quiero lo
que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que
quieras»17.
1 Mc 14,
32-34. —
2 Lc 22,
41. —
3 Mc 14,
35. —
6 L.
de la Palma, La Pasión del Señor, Palabra, 6ª ed., Madrid
1971, p. 48. —
7 Lc 22,
44. —
8 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, 11ª ed., Primer
misterio doloroso. —
9 ídem, Vía
Crucis, I, 1. —
10 Mc 14,
40. —
11 Lc 22,
46. —
12 M.
Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, p.
22. —
13 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. —
14 Mc 14,
31. —
15 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 773. —
16 Santo
Tomás Moro, La agonía de Cristo, in.
loc. —
17 Misal
Romano, Acción de gracias después de la Misa,
oración universal de Clemente XI.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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