Opus Dei 30 de marzo de 2024
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Comentario
del Domingo de Pascua. "Entonces entró también el otro discípulo que había
llegado antes al sepulcro, vio y creyó". El amor por el maestro de María
Magdalena, Juan y Pedro no ha desaparecido después de su muerte. Su fe y su
fidelidad son recompensadas con una alegría que los acompañará por siempre.
Evangelio
(Jn 20, 1-9)
El día
siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María
Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a
correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús
amaba, y les dijo:
—Se
han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.
Salió
Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero
el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se
inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón
Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había
sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte,
todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que
había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura
según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos.
Comentario
¿Cómo
habrá sido la Resurrección de Jesús? ¿De qué manera sus miembros desgarrados
por la Pasión habrán vuelto a la vida, transformándose en un cuerpo glorioso?
No lo sabemos: los únicos testigos de este maravilloso evento han sido el
sepulcro, los lienzos y el sudario. Estos testigos mudos son los primeros que
anuncian que algo totalmente nuevo ha ocurrido.
Juan
es el primero en escuchar el mensaje de los lienzos y del sudario. Unos días
antes había sido el discípulo valiente que permanece firme al pie de la Cruz,
junto al Maestro. Ahora, es el discípulo que corre hacia el sepulcro para
buscar al Señor. El mismo que sabe ser paciente en el momento de la prueba es
el que se mueve con diligencia durante la búsqueda. Una misma es la fuerza que
lo sostiene en todas las situaciones: el amor por el Señor. Y ese amor no queda
sin recompensa: Dios le concede una gracia especial para leer en los lienzos
plegados y en el sudario enrollado el mensaje más luminoso de toda la Historia:
¡Jesús vive!
Pero
Juan no es el único que corre en la mañana del Domingo de Pascua. Antes que él
ha corrido María Magdalena. En ella la fuerza del amor también es muy intensa.
El cariño por el Señor hizo que se levantara temprano, de madrugada, para
servirlo de una manera totalmente desinteresada. Ella solo ha querido tener un
último detalle con Jesús, sin esperar nada a cambio. Y será la primera en
contemplar al Señor en su gloria, y anunciar a la Iglesia que Él vive.
También
Pedro sabe correr. Él ha sido un poco más lento para llegar al sepulcro. No
tiene la impaciencia de María Magdalena ni la agilidad de Juan. Pero ha llegado
al sepulcro y es el primero en recibir las señales de la Resurrección -los
lienzos y el sudario- por más que tarde en creer. Quizá porque la herida que
lleva es más profunda: al dolor de la muerte del Maestro se añade el recuerdo
de haberlo abandonado durante la Pasión. A pesar de todo, también ha sabido
correr. El amor no ha desaparecido: es como una lucecita que tímidamente se va
abriendo paso.
¡Qué
difícil fue para los discípulos creer que Jesús había vuelto a la vida! ¡Y qué
difícil puede ser para nosotros aceptar que Jesús sostiene nuestra vida! A
veces, el sepulcro parece que se impone: los problemas en el trabajo o en el
hogar, los defectos de nuestro carácter, la oposición a los valores cristianos
en ciertos ambientes… Sin embargo, si miramos bien esas situaciones,
probablemente encontraremos señales de esperanza, que pueden ser otras personas
que tenazmente se mantienen en el bien o una solución que aparece repentinamente.
Son señales que están esperando a que las leamos con fe, como los lienzos y el
sudario en la mañana de la Resurrección.
Para
leer las señales que Dios nos da, necesitamos acoger el don de la fe. De
nuestra parte podemos poner el afán sincero de buscar al Señor, también cuando
parece que se ha ido. Es lo que hicieron María Magdalena, Juan y Pedro:
buscaban todavía a Cristo, querían ofrecerle un servicio, por más que pensaban
que seguía muerto. El Señor recompensa ese amor fiel con la alegría de encontrarlo
vivo, envuelto en la gloria de la Pascua.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/
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