Luis Manuel Esculpí octubre de 2014
La violencia ha adquirido proporciones
descomunales, las cifras son verdaderamente alarmantes. Superamos incluso a
México nación azotada por la delincuencia organizada y el narcotráfico.
Latinoamérica desplazó a África como
la región de mayor número de asesinatos en el mundo. En el continente sólo
estamos por debajo de honduras en cuanto a homicidios, delito donde somos el
único país de Suramérica donde la tasa de ese delito ha aumentado
consistentemente durante los tres últimos lustros. Algunos de estos datos
figuran en un informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el
Delito.
El horrendo crimen del diputado Robert
Serra y su asistente ha conmovido a la sociedad, colocando de nuevo en primer
plano el debate sobre el gravísimo problema de inseguridad y la violencia
desatada. Desde 1999 hasta ahora se han anunciado más de una veintena de planes
de seguridad, sus resultados están a la vista de todos.
Ha sido ampliamente estudiado por los
más diversos profesionales del área: criminólogos, penalistas, sociólogos,
sicólogos sociales etc. Por supuesto que las causas de la inseguridad y la
violencia son muy variadas, pero también es cierto los especialistas coinciden
en que la impunidad es una de las principales. Mientras que en el resto de
América Latina el factor clave de la violencia parece ser la brecha de la
desigualdad social, en Venezuela es la impunidad el elemento central de la
expansión delincuencial de nuestros tiempos.
El discurso agresivo y virulento por
parte de los voceros del régimen ha contribuido, no en pequeña medida, al
complejo ambiente de violencia en que vivimos. Una muestra reciente la
constituye las declaraciones de los más altos voceros oficiales a raíz del
crimen del diputado y su asistente, condenado por todos los sectores; hasta el
punto que la Mesa de la Unidad pospuso la actividad prevista para el pasado
sábado. No voy a referirme a los mensajes enviados a través de las redes
sociales por algunos personajes como Blanca Eekhout, Maripili Hernández o
Freddy Bernal.
El Ministro del Interior quien
presentó la primera versión sobre el abominable hecho concluyó la lectura de su
declaración con un innecesario y provocador llamado a la oposición a no
realizar "un show mediático". Le sucedió Diosdado Cabello señalando
culpables sin esperar el resultado de las investigaciones de los órganos
competentes, culminando con el discurso agresivo y violento de Maduro en las
exequias.
Me relató un amigo que asistió al
entierro como le sorprendió y quedo prácticamente estupefacto al escuchar las
consignas voceadas reclamando venganza. Si en algo no mintió Maduro, fue al
afirmar que en el acto la exigencia de "mano dura" fue una solicitud
recurrente. Como es obvio, el discurso oficial trae consecuencias que no son
ajenas al clima reinante.
En tales situaciones lo natural, lo
normal es que los gobernantes se comporten con prudencia y sindéresis,
pareciera demasiado exigir eso a quienes ejercen el poder irresponsable. Actúan
acusando y usando el verbo de manera irreflexiva considerando que le rinde
dividendos políticos. ¡Cuán equivocados están! La realidad actual demuestra
todo lo contrario.
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