FÉLIX PALAZZI sábado 4 de octubre de 2014
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
No cabe duda que vivimos tiempos
difíciles. La esperanza en una época menos conflictiva parece desvanecerse. Los
conflictos en Medio Oriente evidencian la cara más cruda y cruel del odio que
se expresa en el fundamentalismo; pero nuestra realidad, aún no siendo tan
dramática, no deja de ser menos compleja. Ante esta situación resulta paradójico
que un cierto número de venezolanos equiparen, con nostalgia y cierta
minusvalía, los acontecimientos sociales vividos en Hong Kong, como si las
circunstancias fuesen idénticas o como si existiesen recetas a aplicar ante una
determinada situación. En fin, como si el esfuerzo, el empeño y el costo de
nuestra sociedad ha sido menor al de otras que legítimamente luchan por sus
derechos civiles.
La imagen manipulada de una sociedad
dividida en buenos y malos no sólo ofrece una falsa comprensión del día a día
sino que se funda en la más nefasta ideología que busca ganar o mantener cuotas
de poder a costa de cualquier precio. Así se ha instaurado, evocado y hasta
justificado el uso de la violencia que se configura como la forma ritual del
poder. Desmontar la lógica del poder requiere renunciar a la dinámica de la
violencia que coloca al otro como un adversario y no lo reconoce en su
identidad. Desmontar la lógica del poder es colocar el poder al servicio del
otro. Si no sirve imparcialmente, el poder acaba desvirtuándose en principios
mezquinos, particulares y sectarios, y su único fruto es irremediablemente la
violencia.
La justicia en estos días es
fácilmente confundida con la venganza. Parece entenderse que aplicar justicia
es aislar al máximo los derechos del otro. Cuando la justicia y la ley se
colocan al servicio de la lógica de la violencia éstas pierden estabilidad y
autoridad moral. Por otra parte, reducir la justicia a la simple función de
aplicar sanciones según la interpretación arbitraria de las leyes puede ser
causa de grandes y profundas desigualdades e injusticias. La finalidad de la
justicia no es únicamente el otorgar a cada quien lo que le corresponde, sino
también el restablecer las relaciones entre las partes en conflicto. La
ausencia de esta dimensión reconciliadora y sanadora que posee la justicia
permite que ésta sea fácilmente analogada a la venganza y la represalia. Es un
equívoco común con consecuencias nefastas separar ambas dimensiones de la
justicia.
Recuerda Santo Tomás: "La justicia
y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia
sin misericordia es crueldad; y la misericordia sin justicia es ruina,
destrucción" (Catena Aurea, vol. I, p. 247).
De modo tal que también hay justicia
cuando desde la misericordia y el perdón se busca sanar, reconciliar y
restablecer las relaciones entre las partes en conflicto. Recordaba Juan Pablo
II: "el compromiso a favor de la justicia debe estar íntimamente unido con
el compromiso a favor de la paz". Si queremos construir la paz tan
deseada, ésta debe ser el horizonte que permita abrir paso a la justicia en el
restablecimiento de una sana relación que fomente la convivencia y la
reconciliación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico