VATICANO, 18 de marzo de 2016 (ACI)
En una
reciente entrevista el Papa Emérito Benedicto XVI se refirió a diversos temas
como la misericordia, la necesidad de perdón, la salvación a través de la cruz,
el bautismo y la necesidad de compartir el amor redentor de Dios. “Es la
misericordia lo que nos mueve hacia Dios”, expresó.
La
entrevista con el sacerdote jesuita Jacques Servais tuvo lugar antes de una
conferencia realizada en Roma en octubre de 2015 sobre el tema de la doctrina de la justificación por la fe.
Las respuestas de Benedicto XVI, originalmente en alemán, fueron leídas como
texto en la conferencia por el Prefecto de la Casa Pontificia, Mons. Georg
Gänswein.
Estas
fueron publicadas posteriormente como introducción para un libro en italiano
titulado “A través de la fe: Doctrina de la justificación y la experiencia de
Dios en la prédica de la Iglesia y los ejercicios espirituales”, escrito por el
P. Daniel Libanori, de la Compañía de Jesús.
El
Papa Emérito resaltó que la fe tiene naturaleza personal y comunitaria, y
señaló que “el encuentro con Dios quiere decir también, al mismo tiempo, que yo
me llegue a abrir, herido desde mi soledad cerrada y recibido dentro de la
comunidad viviente de la Iglesia”.
Además
enfatizó que ambos, fe e Iglesia, vienen de Dios y que no son autogeneradas o
hechas por el hombre.
“La
Iglesia debe llevar al individuo cristiano a un encuentro con Jesucristo y
traer a los cristianos a su presencia en el sacramento”, señaló Benedicto XVI.
A
continuación, se centró en la tendencia del hombre moderno a ignorar cualquier
pecado personal y la necesidad de justificación, para enfocarse en el
sufrimiento en el mundo, creyendo que Dios tiene que justificarse a sí mismo
por este sufrimiento.
“Sin
embargo, en mi opinión, sigue existiendo, de otra manera, la percepción de que
estamos en necesidad de gracia y perdón”, dijo; en referencia al constante
énfasis puesto en la misericordia en los pontificados de San Juan Pablo II y el
Papa Francisco.
La
práctica pastoral del Papa Francisco “se expresa en el hecho mismo de que nos
habla continuamente de la misericordia de Dios. Es la misericordia lo que nos
mueve hacia Dios, mientras la justicia nos espanta a su presencia”.
“En mi
opinión esto pone de manifiesto que bajo la apariencia de la seguridad en sí
mismo y de la propia justicia, el hombre de hoy esconde un profundo
conocimiento de sus heridas y su falta de mérito ante Dios. Él está esperando
la misericordia”.
Benedicto
XVI sugirió que la popularidad de la parábola del Buen Samaritano expresa este
deseo subyacente por Dios y su misericordia, añadiendo que “parece para mí que
el tema de la divina misericordia es expresada de un modo nuevo que significa
justificación por la fe”.
Se
refirió a cómo una vieja comprensión de la Cruz, articulada por San Anselmo, es
difícil para el hombre moderno de entender, porque se enfoca en la justicia y
su aparente yuxtaposición del Padre y el Hijo.
El
Papa Emérito reflexionó que Dios “simplemente no puede dejar ‘tal cual’ el mal
que llega de la libertad que Él mismo ha concedido. Solo Él, llegando para
compartir el sufrimiento del mundo, puede redimir al mundo”.
En la
Cruz uno percibe “lo que la misericordia de Dios significa, lo que la
participación de Dios en el sufrimiento del hombre significa. No es una
cuestión de una justicia cruel, no es un asunto de fanatismo del Padre, sino
más bien de la verdad y la realidad de la creación: la verdadera superación del
mal que finalmente puede realizarse solo en el sufrimiento de amor”.
La
discusión entonces se dirigió hacia el impulso misionero, que estuvo alguna vez
conformado por la convicción de que todos los que morían sin bautizarse
ciertamente irían al infierno.
“No
hay duda que en este punto nos enfrentamos con una profunda evolución del
dogma” y que desde la década de 1950 “la comprensión de que Dios no puede dejar
ir a la perdición a todos los no bautizados… ha sido completamente afirmada”.
Benedicto
XVI observó que los grandes misioneros del 1500 estuvieron obligados por su
creencia en la absoluta necesidad del bautismo para la salvación, y que la
cambiante comprensión de esta necesidad llevó a “una profunda doble crisis”:
una pérdida de motivación para el trabajo misionero, y una pérdida de
motivación para la fe misma.
El
Papa Emérito dijo también que tanto la teoría del “cristiano anónimo” y la
indiferencia como soluciones inadecuadas a la crisis, y ofreció en cambio la
idea de que el sufrimiento amoroso de Cristo por el mundo es la solución, y por
tanto debe convertirse en nuestro modelo.
Concluyó
haciendo hincapié en que la verdadera solución para el mal es el amor de
Cristo: "El contrapeso al dominio del mal puede consistir en el primer
lugar sólo en el amor divino-humana de Jesucristo, que es siempre mayor que
cualquier posible poder del mal".
Benedicto
XVI concluyó enfatizando nuevamente que la verdadera solución al mal es el amor
de Cristo:
"El
contrapeso al dominio del mal puede consistir en el primer lugar sólo en el
amor divino-humano de Jesucristo, que es siempre mayor que cualquier posible
poder del mal."
"Pero
es necesario que nos situemos dentro de esta respuesta que Dios nos da por
medio de Jesucristo", añadió, diciendo que el recibir el sacramento de la
confesión "sin duda tiene un papel importante en este campo".
Recibiendo
la confesión, dijo, "significa que siempre nos dejamos moldear y
transformar por Cristo y que pasamos continuamente del lado de aquel que
destruye al lado de Aquel que salva".
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