Elias Pino Iturrieta 21 de marzo de 2016
El
chavismo se puede relacionar con una revolución solo porque nos ha cambiado la
vida. Si buscamos en sus entrañas un plan para la modificación de las
estructuras de la sociedad con el objeto de hacerla mejor y distinta, el
régimen no cabe en la horma de lo que se denomina revolución en la historia
contemporánea. Aparte de la retórica, es decir, de la publicidad sobre un
empellón contra la colectividad vieja e injusta para convertirla en una especie
de paraíso en el cual se reivindicarán los derechos de las mayorías, nada hay
que se pueda vincular objetivamente con un propósito serio de acabar un proceso
colectivo para que se inicie otro. Desde sus orígenes el chavismo se ha
plantado en el palabrerío, en el insistente vacío de los vocablos, como si de
los ruidos continuados brotara un magnetismo capaz de provocar el nacimiento de
una historia diversa en detrimento de una historia que desaparece.
Pero
¿esto quiere decir que el chavismo no ha hecho nada para que la cotidianidad
sea realmente otra, para que el devenir en el cual nos habíamos aclimatado
desde antiguo no se parezca a los antecedentes?, ¿las cosas son idénticas a
como las encontró Chávez cuando asumió el poder? Si concedemos que la vida
anterior no se puede comparar con la vida presente, si relacionamos lo que es
con lo que fue, si intentamos una analogía entre la actualidad y el pasado
próximo, convendremos en que Venezuela ha experimentado el sacudimiento de una
curiosa revolución que, debido a lo mal que lo ha hecho en el gobierno, debido
a la carencia de objetivos solventes desde las alturas del poder, ha modificado
las formas de la existencia como si de veras hubiese pretendido una
metamorfosis como las que se describen en los manuales de la insurgencia de
izquierda. No hay tal metamorfosis, desde luego; tal vez ni siquiera exista la
guía de esos libros de rudimentos para abrevar, por ejemplo, en las fuentes del
materialismo dialéctico, pero nos ha alterado hasta proporciones gigantescas
las maneras de existir.
El
caso del trabajo que el chavismo ha encargado a los militares debe servir para
ilustrar un tema que puede permanecer en el aire si no tiene explicación
concreta. Jamás habíamos visto a los militares haciendo actividad de
gambusinos, nunca los habíamos advertido en el papel de exploradores de vetas
minerales, nadie los había descubierto en la persecución de minas asombrosas y
prometedoras, mucho menos en la vanguardia de una industria tan retadora como
la petrolera, pero ahora son dueños y señores de estos oficios para los cuales
jamás han sido llamados y sobre cuyo manejo no se han formado en términos
profesionales. Que el militarismo existe desde los tiempos de Castro y Gómez,
que dispuso de las cosas importantes durante el posgomecismo y ascendió a las
alturas con el perezjimenismo nadie lo puede negar. Que el militarismo fuera
compañía familiar de los venezolanos parece asunto sin alternativa de
discusión, pero que ahora cuente barriles de hidrocarburos, venda y compre
aceites de variada densidad, hable con los empresarios de lejanas latitudes y
cave túneles para encontrar diamantes es un debut por todo lo alto, una
presentación insólita en la historia de la república, una novedad que remite al
planteamiento del principio, esto es, a que nadie dude acerca de cómo el
chavismo nos ha trastocado el discurrir de la vida.
No es
asunto menudo, debido a que se trata de la administración de la gallina de los
huevos de oro y de otras aves ponedoras cuya atención era ajena a los
cuarteles, pero que de pronto se entrega o se regala a sus jefes como ocupación
prioritaria. Ahora estamos ante una mudanza sustancial de la industria
petrolera, nada menos, para que inicie pasos inéditos y para que deje de ser lo
que fue en el mantenimiento de las formas de convivencia que tuvimos los
venezolanos desde el siglo pasado, para que sea otro negocio en las manos de
gerentes inexpertos y todopoderosos; para la introducción, en suma, de una
incertidumbre que no debía estar en el programa. Si alguien dudaba de que el
chavismo ha hecho lo que ha podido para que no nos reconozcamos como sociedad frente
al espejo, tiene materia suficiente para cambiar de opinión.
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