Tulio Hernández 21 de marzo de 2016
Si nos
guiamos por las notas de prensa, todo parece indicar que el gobernador del
estado Bolívar no lo dudó ni un instante. Seguramente arrastrado por la
soberbia y sin permitirse el beneficio de la duda decidió, cual pistolero,
salir a las calles a disparar contra las noticias que en la mañana del sábado
subían agitadas y llorosas desde la población de Tumeremo anunciándole al país
la desaparición y probable asesinato de cerca de treinta venezolanos.
Como
uno de los voceros fue el diputado Américo De Grazia, el general –porque hay
que recordarlo, el gobernador es un militar– sentenció, sin titubeos ni investigación
previa, que la noticia era un montaje de “la derecha”, el epíteto favorito al
que recurre la élite uniformada cada vez que quiere degradar a un adversario.
No importa que este sea, como de Grazia, militante de La Causa R, el partido
obrero fundado por Alfredo Maneiro cuando, a comienzos de la década de los
setenta del siglo pasado, decidió separarse del estalinismo del Partido
Comunista venezolano.
Seguramente
por traiciones del inconsciente cuartelario, Rangel Gómez, así se llama el
gobernador, repitió aquella tarde casi literalmente lo mismo que Pinochet y
otros dictadores del Cono Sur respondían ante similares denuncias: “¿Cómo van a
estar desaparecidos si nadie ha visto los cuerpos?”.
Pero
como los venezolanos hemos ido perdiendo dos cosas al mismo tiempo, el derecho
a la vida y el miedo, los dolientes de los desaparecidos no se amilanaron ante
el desprecio oficial y durante largos días con sus noches tomaron las calles
hasta obligar al propio general a retractarse y al presidente de la República
ordenar una investigación.
Es una
metodología que los venezolanos conocemos muy bien. Ante cualquier escándalo o
amenaza de opinión, ya sea la enfermedad del presidente, las brutales cifras de
homicidios, el desabastecimiento o, como esta semana, una probable masacre en
las minas de oro del estado Bolívar, la primera reacción que establece el
“manual rojo de contra información y guerra sucia” es negar rotundamente el
hecho informativo, degradar a la fuente emisora y, si ninguna de las dos
operaciones funciona, hacer responsable del hecho al Imperio, los paramilitares
de Uribe o la oposición.
Vaciar
la palabra de honor, mentir y luego desmentirse sin pudor alguno, forma parte
de la mecánica comunicacional sobre la que se ha edificado el chavismo. La
enfermedad del presidente fue negada por los voceros oficiales durante meses,
hasta que la inminencia de la muerte y la cercanía de las elecciones
presidenciales lo sitiaron y hubo que confesar la verdad al país. Pero al
intentar ocultar esta masacre el general de Bolívar ha ido demasiado lejos. Ha
lanzado un escupitajo en pleno rostro a la ética ciudadana, la responsabilidad
gubernamental y la piedad cristiana.
Mientras
en Tumeremo todo era llanto, conmoción y dolor, al general rojo solo se le
ocurre salir a proteger su prestigio y el del gobierno que disfruta,
deshaciéndose de todas sus responsabilidades como primera autoridad local y de
la solidaridad elemental que cualquier hijo de vecino debería experimentar ante
tanto horror junto.
Si
todo es cierto, una mafia del oro detuvo a los 30 mineros, los asesinó a
balazos, condujo sus cadáveres a una máquina de triturar piedras, los hizo
polvo y luego camufló sus restos para no dejar huella. ¿Conclusión? En
Venezuela ahora el horror es lo típico, en el sentido estadístico del término.
El hombre nuevo, la máxima creación del socialismo del siglo XXI, es un pervertido.
Nuestro
imaginario se ha poblado de delincuentes mitológicos con alias llamativos que
acompañan omnipotentes a nuestros gobernantes. Miro a Iris Valera y no veo a
Rosa Luxemburgo, encuentro al Conejo. A Tareck El Aissami, y no está Nasser, se
me encima el Chino. Y detrás de Rangel Mora avisto una pancarta gigantesca con
el rostro aún impreciso del Topo mostrando una barra de oro.
Tienen
el corazón anestesiado por un rollo de
alambre de púa con el que cercan los predios de sus negocios ilícitos.
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