Por Tamara Suju Roa, 20/03/2016
Los venezolanos en el exilio que he
conocido llevan su lejanía muy afanados por no despegarse de sus raíces, por no
perder ni un solo momento importante de los sucesos diarios
Abrazarlas fuerte, como se abraza a una hermana, ha sido siempre un
motivo de lagrimas que no puedo contener, sentimientos que corren por la sangre
día a día cuando uno está tan lejos, pero tan cerca de nuestrsas querencias, de
nuestras raíces. Cada vez que encuentro a Lilian Tintori o a Mitzy Ledezma en
la que ahora es mi casa grande, en cualquier lugar del mundo donde estoy, los
recuerdos brotan a flor de piel de ese pedazo de tierra que llaman Venezuela.
Y es que estas dos mujeres transmiten la fuerza de un tsunami y la paz
de quienes con convicción defienden los valores de libertad y justicia. Hablar
de su vida, de cómo han tenido que abandonar su cotidianidad para salir a
defender a sus maridos y adoptar las causas de los 77 presos políticos
venezolanos, es contarles lo que es hoy mi querido país: “una gran cárcel” de
30 millones de presos de una tiranía que ha pretendido quitarnos la alegría, la
libertad, la esperanza en una mejor Venezuela.
Y digo una gran cárcel porque son muy pocos los venezolanos que pueden
salir hoy fuera de sus fronteras. El régimen ha logrado que la población se
empobrezca minuto a minuto, y que la inflación los arrope a tal punto que en
muchos hogares solo comen una vez al día, en otros los padres prefieren que los
niños no vayan a la escuela para que hagan cola en búsqueda de comida frente a
los supermercados, o porque no hay dinero para pasajes para ir al colegio.
El venezolano ha tenido que conformarse con los carros viejos, los
autobuses destartalados, las calles y avenidas destrozadas, la basura esparcida
en las aceras oscuras y sucias, las alcantarillas rotas, pero eso si, las
paredes forradas con los ojos pintados del fallecido Chávez vigilando su triste
legado: la catástrofe económica, política y social que le heredó a quienes hoy
prorrogan su agónico proyecto con la pesadez propia de una pereza cruzando una
autopista.
Hay quienes piensan que cuando se está en el exilio, se pierden las
perspectivas de cómo se vive el día a día. Yo puedo decirles que los
venezolanos en el exilio que he conocido llevan su lejanía muy afanados por no
despegarse de sus raíces, por no perder ni un solo momento importante de los
sucesos diarios, y basta con ver la bandera tricolor o leer una noticia en un
diario extranjero para que se le pongan a uno los ojos aguados y se le acelere
el corazón.
Siempre digo que cuando flaqueo pienso en quienes quedaron allá en
nuestro país, y nos necesitan afuera, para poder ser útiles en sus causas. Que
se conozca la existencia de La Tumba, que se conozca la vileza del régimen
cuando niega la atención medica oportuna a sus secuestrados políticos, que se
conozca los malos tratos y torturas a los que han sido sometidos manifestantes
que solo exigen sus derechos, es nuestra obligación. Pienso en Leopoldo López,
el preso libre del régimen de Maduro, el que no flaqueó ni un segundo en
decirle a su juez verdugo, que era ella la que tenia miedo de escucharse a si
misma condenándolo.
Pienso en los policías metropolitanos que continúan en Ramo Verde, en
Bolívar, Pérez, Molina, Hurtado y Rovain. Pienso en Lorent Saleh y Gabriel
Vallés en la Tumba, en Rolando, Otoniel y Juan Guevara, en Gerardo Carrero,
Rony Navarro, Rosmit Mantilla, Renzo Prieto, Vilcar Fernández y el resto de los
muchachos que están en el Helicoide, en Raúl Baduel y Alexander Tirado en
Tocuyito, pienso en Vasco da Costa en San Juan de los Morros, en Efraín Ortega
y José Luis Santamaría en el Rodeo, en Araminta González en el INOF, en Henry
Salazar, Juan Carlos Nieto, Oswaldo Hernández y todos los militares presos por
golpes de Estado inventados. En fin, pienso en los días y noches de los presos
del régimen de Maduro, detrás de esos barrotes donde el tiempo pareciera
detenerse y la vida pasa como una película en cámara lenta.
Esta semana se cumplió un año del suicidio de Rodolfo González en las
mazmorras del Helicoide. Él se sacrificó para que los jóvenes ahí detenidos no
fueran trasladados a cárceles comunes a lo largo del país. El dejó una familia
y una lucha de 16 años porque no se perdiera la democracia en Venezuela.
También esta semana se volvió a diferir la audiencia preliminar de Lorent y
Gabriel, quienes ya tienen un año y seis meses presos sin acusación formal.
Para el alcalde Antonio Ledezma están pidiendo 26 años de cárcel y Manuel
Rosales será juzgado en prisión.
Han pasado ya dos años de la muerte de Geraldine Moreno, a quien un día
le robaron sus sueños cobardemente, destrozándole la cara a quema ropa; de la
muerte de Alejandro Márquez a quien le robaron sus sueños a punta de patadas y
golpes; de la muerte de Daniel Tinoco, victima de colectivos armados, de la
muerte de Génesis Carmona, quien suplicó que no la dejaran morir….a pesar del
tiempo, ellos continúan en la memoria de quienes tenemos la misión de buscar la
justicia y la verdad.
Los venezolanos tenemos prohibido cansarnos y olvidar a quienes están
presos por motivos políticos. Siempre dije que mientras haya uno de nosotros
luchando por devolverle a nuestro país el Estado de Derecho y la libertad, hay
esperanzas. Hoy hay millones de venezolanos remando en la misma dirección: una
Venezuela libre y democrática.
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