Por David Morán Bohórquez
Eran los últimos días de
noviembre del año pasado, transitaba por las montañas altas del Estado Táchira,
en el Páramo La Negra, y me paré en un caserío, donde unos tres hombres
arrancaban zanahorias y papas de la tierra. Fue fácil conversar con ellos,
preguntarles sobre sus productos, las semillas, los mercados, los precios. Al
mayor de ellos, el de piel de cartón y de edad indescifrable le pregunté cómo
veía el país.
– ¿Y Usted de dónde es? me
repreguntó
– De Caracas, le dije
– Aaahh, por acá las cosas
están muy mal. No se consigue nada. Ni carne, harina, arroz o leche. Mire,
tengo un nieto pequeño, de 7 años de edad. A ese muchachito sólo le consigo
alitas de pollo, a veces huevos carísimos y un poquito de leche en polvo que
hay que rendirla mucho. ¿De qué tamaño va a ser ese muchacho cuando crezca?
¿Cómo cree usted que será cuando se haga hombre comiendo así? me preguntó
alzando la voz
– Esto no sirve, señor… me dijo
mientras me miraba fijamente a los ojos.
Y volvió a su faena. Ni le
interesó mi punto de vista, algún comentario.
– Bueno… hasta luego. ¡Buenos
días! expresé. Sólo alzó una mano en señal de despedida mientras con la otra
escarbaba la tierra.
Hace una semana, lunes, día
que por mi cédula me toca la posibilidad, si se consigue algo, de comprar algún
producto básico, escaso y regulado. Pasé por el supermercado de una
urbanización del este de Caracas cerca de las 7 pm. Siempre paso por ahí vía mi
casa. Y la señal era clara: Había algo, por la cantidad de gente en la cola y
las motos paradas frente del local. Estacioné mi carro en la calle, y
entré directo al pasillo donde colocan en paletas los bultos de los productos
que llegan.
“Sacaron mantequilla” me dijo
una señora de aspecto humilde que cargaba dos potes de medio kilo cada uno de
margarina.
– ¿Y hay algo más?
– Había pasta al precio nuevo,
pero sacaron muy poquito. Ya se acabó, me dijo.
Tomé mis dos potes de
margarina, esa es la cuota racionada, y me dirigí a la caja. No tomé nada más.
No había carne de res, huevos, leche, arroz, pasta, harina de maíz o de trigo,
azúcar, salsa de tomate, mostaza, pollo, jabón de baño, champú, galletas de
soda, aceite, cera para el piso, cloro, lavaplatos, toallas sanitarias,
afeitadoras, jabón en polvo, cereales, de una lista que mi mujer me metió en la
cartera hace un año y que invariablemente queda sin tachar.
En la cola para pagar, enorme,
un hombre con un carrito a medio llenar estaba delante de mí. ¿sólo va a llevar
eso? me preguntó. Si, de lo demás que buscaba no había un carajo, le dije. Hoy
también es mi día, busque dos más que yo se las paso. Así lo hice. En mi casa
se consume muy poca margarina, de vez en cuando para hacer alguna torta cuando
hay harina de trigo, le dije mientras colocaba los dos nuevos potes en su
carrito y le pasaba los 5 billetes de 100 para que pagara los 490 bolívares de
las dos margarinas.
– ¿Y por qué no las lleva para
usted? le pregunté
– Ya estoy full de esa vaina.
Cuando se podía compré bastante. Las guardo debajo de la cama. Junto a las
latas de sardinas y de atún. Con los nuevos precios ya no se puede. Todavía me
queda aceite y harina Pan. Y arroz dos paquetes. A veces cambio la margarina
por café. Y continuó
– Yo estoy agradecido con la
gente de acá. Me decían que eran unos coños de madre, pero que va. Acá puedo
comprar sin rollo, cuando se encuentra. Yo vivo en El Valle y me vengo de allá
para acá pasando por varios supermercados. De acá arranco para la casa. Mi
mujer me está esperando afuera en la moto. Yo trabajo de Alguacil en un
tribunal. Allá de vez en cuando vendían un combito con lo básico para los
trabajadores. Cuando vi eso me dije, esta vaina va muy mal. En esa época la
jueza me quería poner a firmar contra Obama y ella en la Semana Santa arrancó
de vacaciones para Estados Unidos. Y llegó cargada de toda vaina. ¡Qué bolas
las de esa vieja! Creen que uno es güebón. Y ahí le dije a mi mujer, vamos a
guardar que esto se jodió.
– y cómo ves el futuro?
– Muy mal. Acá se acabó lo que
se daba, y no es por el petróleo, porque ya Maduro lo tuvo a 100 y hasta acá
nos trajo.
– Pero todavía tienes algo
guardado…
– Si, pero no mucho. Todo
sube, mira el atún. ¿Quién puede comprar esa vaina? No joda. Cuando se me acabe
la caleta debajo de la cama no se lo que voy a hacer.
Guardé silencio ante esto
último. El amigo pagó sus cosas y mis margarinas y esperó que yo pagara las
mías. Lo ayudé a cargas las bolsas hasta la moto. Ahí, como un mago con la
ayuda de unas cintas elásticas con ganchos las ajustó en una parrillita. La
mujer como un koala se ajustó dos entre su vientre y la espalda del alguacil.
“El truco es el balance mi pana” me dijo mientras tomando el manubrio de la
moto le colgaban dos bolsas más en sus muñecas. “Y pilas con los malandros, que
andan de su cuenta” remató al arrancar.
¿A qué vienen los relatos?
Los dos, rigurosamente
ciertos, me marcaron de manera diferente: El abuelo curtidísmo, de piel de
cartón, que no ve futuro para su nieto. El del alguacil amable, con la
“revolución” reducida a unas pocas cosas debajo de su cama.
Ciertamente, son apenas dos
relatos, pero que están atornillados del “ethos” social. A esa forma colectiva
de interpretar los momentos. Y de ahí, la disonancia roja, su desconexión con
las mayorías que alguna vez los llevaron al poder.
Quedó plasmada una nueva
mayoría el pasado 6 de diciembre. No porque no existiera, sino que ahora
adquirió legitimidad. Y le dió a los actores políticos un mandato claro de
cambio.
Y aquí cito una reciente
conversación que tuve con el psquiatra Roberto de Vries, en relación al momento
social actual. Me decía de Vries que “Imagínate un plano con dos ejes
perperdiculares, en un eje se representa la inclusión social, de no incluídos a
incluídos. En el otro eje, el tamaño del grupo social, de minoría a mayoría.
Pues bien, la oposición pasó de ser minoría excluída a ser mayoría y por lo
tanto incluída”
Y agregó “Las minorías
exlcluídas se cohesionan y crecen con base a los hechos, a la denuncia. Una vez
que alcanzan ser mayorías, demandan cambios, correcciones, en fin, justicia”
Pero Maduro y sus cleptócratas
se empeñan es desconocer el clamor de justicia. Y por lo tanto pretenden
mantener excluída a la mayoría.
Desde hace unos cuatro años hemos
sostenido que la mayoría del país rechaza al gobierno marxista y
“revolucionario”. Que ese rechazo está suficientemente sustentado en los
“hechos”. Llegó el momento en que legitimada demanda justicia.
Justicia que incluye la
seguridad personal, los alimentos, las medicinas, la atención médica, el
transporte público, el agua, la electricidad… y la libertad de disentir y de
exigir.
Y he aquí el momento, ¿se
puede acorralar el ethos social, domesticarlo y darle justicia sólo en momentos
electorales? Opino que no. Es más, creo que darle la espalda fue el monumental
error de la cleptocracia roja que nadó en petrodólares.Es la despedida de la corporación en
la que se transformó la “revolución”
Reducir a momentos electorales
las demandas de justicia es liberar de toda responsabilidad a los gobernantes.
Sea presidente, gobernador o alcalde. Y es conducir a una sociedad a la
anarquía, como de hecho ha sucedido con Venezuela.
A los que pidieron votos y que
resultaron elegidos: Ahí tienen una mayoría legítima, excluída que clama
justicia.
Pregunto, ¿sabemos con qué se
come eso?
28-02-16
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