Fernando Mires 19 de marzo de 2016
Obama
no sabe bailar tango. Luego, no irá a Argentina a bailar tango. ¿A qué irá
Obama a Argentina después de su estadía en Cuba? A primera vista,
incomprensible. Aparte de la figura mítica del Che Guevara no es mucho lo que
une a Argentina con Cuba y, evidentemente, Obama tampoco viajará a Argentina a
honrar al Che Guevara.
Sin
embargo, si pensamos políticamente –es decir, no como un idiota en sentido
griego- el viaje de Obama a Argentina es perfectamente explicable. Obama irá a
Argentina a completar la obra que comenzará en Cuba, es decir, a marcar un
nuevo comienzo en las relaciones entre América Latina y los EE UU.
Veamos:
si el viaje de Obama solo hubiera
terminado en Cuba, los idiotas de la
derecha latinoamericana tendrían material suficiente para acusar a Obama de
comunista, populista, y de todo lo que se les ocurra, tal como lo han venido
haciendo. Si hubiera viajado a Argentina sin pasar por Cuba, los idiotas de la
izquierda habrían acusado a Obama de imperialista, neo liberal y otras lindezas
a las que nos tienen tan acostumbrados. En cambio, viajando a la Cuba de Castro
y a la Argentina de Macri a la vez, los idiotas de ambos lados quedarán
neutralizados entre sí.
¿Deberé
reiterar que uso y amplío hacia el lado derecho el término idiota no como
insulto sino en el exacto sentido que le otorgaron Alvaro Vargas Llosa, Plinio
Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner cuando en un raro ejercicio a tres
manos escribieron el libro El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano?
Dejando
a los idiotas a un lado, lo interesante es que a través de sus dos visitas,
Obama dará a conocer que a partir del fin de su mandato intenta iniciar una
nueva etapa en las relaciones entre América Latina y EE UU, un nuevo tiempo
signado más por la cooperación que por el antagonismo, una era que deja atrás
los días luctuosos de la Guerra Fría, en fin, un periodo en el cual los EE UU
–sin dejar de ser una gran potencia- se comprometerán a abandonar las
ambiciones imperiales que caracterizaron su historia durante el siglo XX.
Vistas
así las cosas, el viaje de Obama hacia Cuba y Argentina tendría un sentido
predominantemente simbólico.
Yoani
Sánchez, quien no tiene un pelo de idiota, percibió muy rápido el sentido
simbólico del viaje de Obama a Cuba en su artículo titulado “Una visita más
simbólica que política” (18.02.2016). No obstante, la valerosa disidente no
eligió muy bien ese título. Pues precisamente porque la visita de Obama es
simbólica es que tiene un gran sentido político. Con ello se quiere decir que
entre lo simbólico y lo político no hay ninguna contradicción. Más todavía: lo
político solo se construye a partir de lo simbólico. Al llegar a este punto vale
la pena intentar una breve digresión.
Comencemos
con una tesis. La tesis dice así: la historia se construye a partir de lo
político y lo político se construye a través de lo simbólico. Explico ahora esa
tesis.
Un
acontecimiento histórico de magnitud, supongamos, la caída de un gobierno, una
revolución social, un ataque aéreo a dos torres gemelas, un visita de un
mandatario en otro país (Gorbachov en la RDA, por ejemplo), cuando no son en sí
hechos políticos, inciden en la generación de hechos políticos. Y bien: sin
esos hechos no sería imposible construir ningún relato histórico. Me refiero
por supuesto a la historiografía moderna.
Ahora,
esos hechos no actúan por sí mismos sino a través de una significación
adquirida. Deben ser por lo tanto significantes. Los hechos significantes, a su
vez, o son signos u operan como signos o si se prefiere, son “marcas que
marcan” un corte entre un antes y un después.
¿Se
comprende entonces por qué digo que los viajes de Obama a Cuba y a Argentina
son simbólicos y por lo mismo políticos? Digamos ahora lo mismo en clave de
síntesis: Obama viaja a Cuba y a Argentina a marcar signos políticos para
construir, si no otra historia, un nuevo capítulo en la historia de las
relaciones entre EE UU y América Latina.
En el
caso de Cuba parece estar claro. Sin dignificar a la dictadura de los Castro,
Obama intentará normalizar las relaciones diplomáticas entre ambas naciones
obteniendo así una llave que le permitirá abrir diferentes puertas en los
laberintos latinoamericanos. ¿Y en el caso argentino?
La
Argentina de Macri representa en el texto de la simbología política el polo
opuesto a la Cuba de Castro. Pero, además, la Argentina de Macri, a diferencia
de la de los Kirchner, representa para los EE UU la posibilidad de
interaccionar con una nación en condiciones de ejercer un liderazgo
continental, tanto en el espacio económico como en el político e incluso, en el
cultural.
Aquí
nos encontramos con una constante de la política internacional del gobierno de
Obama. Esa constante está caracterizada por el diseño de relaciones hegemónicas
a través de la interlocución con potencias regionales intercontinentales
(“naciones pivotes”, en jerga politológica).
Para
poner un ejemplo: EE UU ha intentado permanentemente encontrar un aliado viable
en el espacio islámico. Arabia Saudita es gran socio comercial pero no puede
ser más que eso. Egipto es un país empobrecido. Solo le quedan entonces dos
posibilidades: Turquía e Irán. Ninguna de ambas naciones pueden ser
consideradas aliadas estratégicas pero por lo menos EE UU intenta establecer
con ambas ciertas relaciones de cooperación. En América Latina puede ocurrir
algo parecido.
En el
pasado reciente, la administración Bush apostó por una intensa relación con el
Brasil de Lula (según estadísticas el gobernante al que más veces abrazó Lula
fue Bush). No obstante, Brasil, en el mejor de los casos, solo ha podido ser un
mediocre líder económico. Desde el punto de vista político y cultural,
incluyendo el idiomático, Brasil está lejos de ser la sub-potencia hegemónica
que requieren los EE UU para empatizar con todo un continente. Hoy, después de
la ruina en que han convertido a Brasil las políticas de Dilma Rousseff, mucho
menos. No así la Argentina de Macri.
En
palabras más escuetas: Obama viaja a Argentina en busca de un aliado
estratégico de grandes dimensiones a nivel regional. Ese aliado, bajo
determinadas condiciones, si se cumple la intuición de Obama (textual: “estoy
impresionado con los cambios propiciados por el gobierno Macri”) podría ser Argentina. Se trata por cierto de una
apuesta y como tal comporta riesgos.
Uno de
esos riesgos reside en la oposición a Macri, sobre todo la que lleva a cabo la
fracción cristinista del peronismo (o “peronismo salvaje”, según los
macristas). Fue quizás para minimizar
esos riesgos que Obama decidió aterrizar en Buenos Aires llegando desde la
Habana. De acuerdo a ese itinerario hasta el más montonero de los cristinistas
quedará neutralizado.
Pero
Obama irá más allá. Aparte de reunirse con las abuelas de la Plaza de Mayo (en
Cuba se reunirá con su equivalente tropical: las Damas de Blanco) y de visitar
el Parque de la Memoria, anunció que, a pedido del presidente Macri (nada
menos) hará un esfuerzo por desclasificar documentos adicionales, incluyendo
por primera vez, documentos militares y de inteligencia que revelarán mucho
sobre la historia de “la guerra sucia” perpetrada por los militares argentinos
en contra de miles de ciudadanos. Gestos simbólicos: dirán algunos. Por
supuesto, pero a través de ellos los argentinos se enterarán como a partir de
esos símbolos puede comenzar a tener lugar “otra historia”.
Obama
no sabe bailar tango. Pero, tal como van las cosas, el próximo presidente de EE
UU tendrá que aprender a bailar tango. Sea quien sea.
Noticia
de última hora: me acaban de informar por teléfono que Hillary Clinton sí sabe
bailar tango.
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