San Josemaría 29 de febrero de 2020
@sJosemaria
La
oración no es prerrogativa de frailes: es cometido de cristianos, de hombres y
mujeres del mundo, que se saben hijos de Dios. (Surco, 451)
Nos
quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar
atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os recuerdo también a
vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos
santos.
Para
pacificar las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar
en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta
indispensable la santidad personal. En mis charlas con gentes de tantos países
y de los ambientes sociales más diversos, con frecuencia me preguntan: ¿Y qué
nos dice a los casados? ¿Qué, a los que trabajamos en el campo? ¿Qué, a las
viudas? ¿Qué, a los jóvenes?
Respondo
sistemáticamente que tengo un solo puchero. Y suelo puntualizar que Jesucristo
Señor Nuestro predicó la buena nueva para todos, sin distinción alguna. Un solo
puchero y un solo alimento: mi comida es hacer la voluntad del que me ha
enviado, y dar cumplimiento a su obra. A cada uno llama a la santidad, de cada
uno pide amor: jóvenes y ancianos, solteros y casados, sanos y enfermos, cultos
e ignorantes, trabajen donde trabajen, estén donde estén. Hay un solo modo de
crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarle en la oración,
hablar con El, manifestarle -de corazón a corazón- nuestro afecto.
Me
invocaréis y Yo os atenderé. Y le invocamos conversando, dirigiéndonos a El.
Por eso, hemos de poner en práctica la exhortación del Apóstol: sine intermissione
orate; rezad siempre, pase lo que pase. No sólo de corazón, sino con todo el
corazón. (Amigos de Dios, nn. 294-295)
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