Jesús Piñero 31 de mayo de 2022
@jesus_pinero
Muchos
hablan de una aparente mejoría económica y la frase-meme tiene a muchos
rabiando y devanándose los sesos buscando explicaciones a lo que ocurre aquí.
Lo mejor es salir a la calle, lejos del espejismo de Las Mercedes y los
inventos de Chacao. ¿Qué dicen los pequeños comerciantes de una de las
barriadas populares más grandes del país? Conversamos con siete de ellos y les
preguntamos lo que ya nadie quiere oír: ¿de verdad algo se arregló?
A simple
vista, en un paseo rápido por el bulevar de uno de sus barrios, pareciera haber
mejoría económica en Petare. Hay más buhoneros que antes de la pandemia y la
gente maneja billetes de dólares de diferente denominación. Sin embargo, basta
pasar la zona 3 para ver a unos cuantos jóvenes hurgar entre la basura, a unos
hombres cargando agua y a dos mujeres vendiendo DVD usados. ¿Petare se arregló?
A mediados del siglo XX, como tantos emigrantes españoles, el papá de Nieves llegó a Venezuela buscando mejores condiciones de vida. Tiempo después de establecerse, logró conseguir trabajo como camionero y no se le hizo difícil comprar un negocio en el barrio José Félix Ribas, en Petare, para asegurarle un futuro a su familia. Fue en julio de 1967, justo antes del terremoto, cuando pudo concretarse la adquisición de la ferretería, que vino a jugar un papel importante en la zona por el crecimiento de las barriadas.
Como
suele suceder en estos casos, sus hijos empezaron a involucrarse más en el
proyecto. Nieves, entre ellos, quiso prepararse como la generación de relevo,
pero el país que le tocó vivir fue muy distinto al que recibió a sus padres en
los 60. Inflación y crisis económica empezaron a ser palabras comunes en las
conversaciones de la casa, donde cada vez era más difícil atender las
necesidades básicas, pese a la bonanza de petrodólares.
Medio
siglo después, Nieves tiene 64 años y narra cómo ha sido todo:
“Cuando
comenzó Chávez el auge fue increíble. O sea, hubo una bonanza maravillosa, pero
luego, muy rápidamente, empezó la escasez. Nos negaron el cemento y no podíamos
vender cabillas. Eran materiales reservados para las grandes empresas y
nosotros somos un negocio pequeño. Teníamos que resolver de algún modo, por eso
le comprábamos a revendedores. Estuvimos en eso dos años. Cerrar nunca fue una
opción, así solo vendiéramos clavos”.
Desde
entonces no hay recuperación, aunque los dólares empezaron a moverse con
regularidad desde 2019: “Ya no vivimos esos años horribles de 2016 a 2019, pero
Venezuela tampoco se ha arreglado. Uno trabaja bastante para sobrevivir y medio
vivir bien, pero no se puede ahorrar nada. Todo se tiene que invertir. Las
cosas no están nada bien como dicen los chavistas”.
Aunque
el cemento ya no es un problema, la venta no se ha incrementado. Son pocos los
que tienen la capacidad de construir o hacer remodelaciones en Petare. Nieves
añora poder ver a sus hijos, que emigraron por la crisis y viven en España.
Tiene tres años sin verlos y el negocio no le da para viajar.
Entre
los años 2005 y 2006, en pleno auge del chavismo, Elena y su esposo decidieron
invertir en un negocio de víveres, carnes y charcutería. Con su empeño, querían
asegurarle un futuro a sus hijos y un ingreso familiar fijo.
Aunque todo marchaba bien y el negocio iba en ascenso, no contaban con que, una
década después, ese esfuerzo estaría devaluado y al borde del cierre
definitivo.
“Desde
2013 y 2019, la crisis nos afectó mucho: de un negocio grande pasamos a uno
muchísimo más pequeño. Todo el mundo se iba del país y nosotros pensamos
hacerlo. Pensamos en cerrar y dejar todo”, cuenta Elena: “Fueron momentos
difíciles, de decisiones complejas. No queríamos terminar en una empresa donde
el sueldo era aún más bajo de lo que ya ganábamos”.
Se
vieron obligados a dejar un local que prácticamente era suyo. Cada semana, la
subida del dólar los asfixiaba tanto que tuvieron que empequeñecer el negocio.
Ahora no venden ni alimentos ni carnes, solo charcutería. No han podido
recuperar aquel gran capital con el que intentaron tener una vida estable, sin
limitaciones.
“Nos
descapitalizamos y tuvimos que replantearnos la idea. Ahorita tenemos como dos
o tres meses ganando estabilidad, porque el dólar no ha subido tanto, pero el
país no se está arreglando, no lo veo así. Trabajamos solo para sobrevivir el
día a día”.
Los
dos rememoran sus primeras ganancias, incomparables a las de hoy.
Dianny
empezó a vender café en 2016 para atender a su hijo. No aguantaba la crisis y
tenía que hacer algo. En casa la comida escaseaba con frecuencia y sus papás,
dos señores de la tercera edad, no podían aportar mucho con la pensión del
Estado. Renuente a trabajar en una zapatería o en una panadería como llegó a
hacerlo cuando era más joven, decidió hacer dos termos de café y salir a
venderlos desde las 5 de la madrugada hasta media mañana.
“Eso
se hizo rentable, sobre todo en 2017 cuando salí embarazada de mi segundo
hijo”. Todos los días, incluyendo los sábados, sale muy temprano de la zona 4
del barrio José Félix Ribas. Ha sido su rutina en los últimos siete años y ni
un solo día ha regresado con los termos llenos.
Aunque
su intento por surfear la crisis le trajo resultados positivos, la escasez de
café y azúcar fueron un problema. Tenía que recorrer los supermercados buscando
marcas de café reconocidas, porque los buhoneros vendían maíz tostado o cipo de
café colado.
“Con
el azúcar era igual, todo el mundo usaba papelón y aunque gustaba, no era lo
mismo”.
Cada
vasito cuesta 1,50 bolívares y cada termo contiene 30 vasitos. Lo que
representa 45 bolívares por termo diariamente, que al mes suma más que el
salario mínimo mensual. Eso solo en las mañanas, pues explica que también baja
a las 5 de la tarde porque “la gente quiere su cafecito cuando sale del
trabajo”. A veces, vende obleas y chupetas en el colegio Rafael Napoleón Baute
de la zona 3, que es la principal institución académica de la barriada.
Habiendo
comenzado en 2016, en medio de la emergencia humanitaria, su perspectiva es
diferente a la de los demás locales: “La situación para mí ha mejorado en
comparación a esos años horribles. Para mí sí se está arreglando, cada quien
tiene su opinión, pero yo no puedo comparar el 2017 con el 2022. En 2017 había
téticas de aceite, la gente molía maíz para hacer arepas y fritaba sardina,
ahora por lo menos uno se come una chuleta”.
El
señor Aníbal recuerda con alegría la fundación de la Farmacia José Félix Ribas,
en la zona 6 del barrio. “Sí, sí, pero antes estaba en la esquina de la zona 5,
después fue que la trajeron hasta aquí, porque los dueños compraron este
local”. No sabe con exactitud cuándo, pero fue hace mucho tiempo, hace más de
50 años, cuando la democracia empezaba.
Y la
democracia es un referente porque quienes tuvieron la idea de hacer una
farmacia en el barrio, que crecía más y más, fue una pareja de médicos, quienes
en los años 60 decidieron aprovechar la movilidad social, pues uno de ellos, un
español emigrante, huía del franquismo y buscaba oportunidades en el país.
Medio siglo después, la farmacia aún abre sus puertas.
“Ha
sido de gran beneficio para la comunidad, porque es la única en todo el barrio.
Gracias a Dios siempre ha habido medicamentos. Bueno, aparte de la crisis y
todo eso cuando las vitrinas estaban casi peladas”. El señor Aníbal teme dar su
opinión sobre el contexto económico de la farmacia. Dice que está mayor para
andar metiéndose en líos, pero reconoce que fue difícil.
“Mira,
la verdad no te puedo decir mucho, pero por la buena relación comercial de la
farmacia con los distribuidores, nosotros pudimos más o menos sortear la
crisis, e igualmente nos vimos afectados, eso sin duda. ¿Qué si Venezuela se
arregló? No, eso es ridículo. La gente se ha manejado mejor en estos años, que
es diferente, pero esto no da para vivir. Uno trabaja para el día a día y ya. Nos
hemos adaptado a la situación y eso es distinto”.
Entre
2002 y 2003 se paralizaron en Venezuela las actividades comerciales y
económicas, afectando a algunas pequeñas y medianas empresas, especialmente las
que acababan de nacer. Ese fue el caso de la quincalla creada por Rafael y su
esposa, proyecto que tenían desde hacía bastante tiempo. Pero subieron la
santamaría en octubre y en diciembre la bajaron.
“Nos
afectó bastante, nos puso a temblar como quien dice, porque apenas estábamos
empezando. Después, con la bonanza petrolera fuimos creciendo, levantamos
bastante. Nos parábamos muy temprano para abrir a las 6 am y atender a los
estudiantes que iban al colegio”.
Esa
rutina fue acabando poco a poco, sobre todo después de 2016, cuando la crisis
empezó a asfixiarlos a todos. Y aunque fueron años duros, sus actividades no
estaban muertas. Alguien siempre necesitaba sacar copias o comprar algunos
útiles escolares.
Por
eso, cuando llegó la pandemia, a comienzos de 2020, sí se vieron en aprietos.
Entre la crisis y la suspensión de clases por el coronavirus, él y su esposa
tuvieron que cerrar y reabrir luego, con la flexibilización de la cuarentena.
Entre tanto, habían pasado meses perdidos.
Dos
años después de aquellos momentos, la papelería se mantiene, aunque sin
mejorías reales. “Nuestro principal cliente es el estudiante, entonces
imagínate lo que significa tener una papelería sin clases. Eso de que Venezuela
se está arreglando es mentira. Todo está más caro siempre, tanto en dólares
como en bolívares. Hemos respirado porque regresaron los estudiantes, pero no hay
ese boom que había cuando comencé en 2002”.
La
rutina que empezaba a las 6 de la mañana, ahora empieza dos horas después: ya
no hay quien venga tan temprano.
“Mi
hermano quería poner una panadería porque mi papá fue panadero y mi tío
pastelero. Entonces pudo montarla hace 15 años y fue un éxito total. Crecimos
rápidamente porque tenemos la licorería al lado y siempre hay mucha gente
comprando. Pero eso se acabó con la crisis, como todo”.
Así
empieza Tibisay su testimonio de cómo administradora de la panadería de la zona
7, el negocio familiar del que ha dependido en los últimos 15 años.
Cuando
en 2016 la escasez tocó sus puertas, tuvieron que cambiar la organización.
Ahora se levantaban más temprano de lo habitual, pero vendían menos. Había
horarios para las colas del pan, tres veces al día: a las 10 de la mañana, a la
1 y a las 6 de la tarde. La gente podía estar desde temprano, pero no siempre
obtenía una bolsa de canillas o de campesinos para llevar.
“No se
vendía mucho, había menos producción, muchas regulaciones con la harina. Hubo
muchos momentos en los que dejamos de hacer panes porque no teníamos harina y debíamos
resolver vendiendo víveres y otras cosas. Contábamos a la gente, pero no
podíamos a abastecerlos a todos, no rendía”.
Ella
no cree que el país esté mejorando, no se come ese cuento, dice. “Vamos de mal
en peor. Los dólares aquí son como los bolívares soberanos: no valen nada. Esto
no se está arreglando, eso es pura mentira. Al contrario, mi hermano estuvo a
punto de cerrar porque lo que vendemos nos da solo para medio sobrevivir.
Fíjate que hay una santamaría cerrada, eran tres y ahora solo hay dos, ya eso
te dice que el negocio se ha reducido mucho, bastante”.
***
1989
fue el año del Caracazo, un suceso que Freddy Machado recuerda clarito todavía:
“Yo debía unos giros y pensaba que vivíamos una crisis, claro ni me imaginaba
que íbamos a sufrir esta”.
En esa
época, pese a las noticias, había quien se acercaba a su cristalería recién
inaugurada y encargaba unas ventanas a crédito. Estaba empezando, nadie en el
barrio le metía al cristal.
Pero
eso quedó en el pasado. La escasez de alimentos prácticamente hizo inútil a la
cristalería. La falta de aluminio y de otros materiales casi lo lleva al
cierre; sin embargo, esa fue una decisión que nunca quiso tomar, porque ese
negocio representa su esfuerzo de más de 30 años por salir adelante.
A
veces llegan clientes y otras veces no. Se ha acostumbrado a ese ritmo lento.
Lo principal es la comida y es lo que la mayoría siempre está buscando en la
zona 7. Él diseña ventanas con los retazos, pues los materiales ya no cuestan
lo mismo en dólares: “Con esos pocos trabajitos, que siempre salen, pago mis
gastos”.
Sobrevivir
con una cristalería en un país donde las necesidades son otras es complejo,
pero él se las ingenia. “No fue fácil ni es fácil. Aquí no se ha arreglado
nada, ha sido todo lo contrario. Cuando se aumenta algo, los comerciantes
aumentan más. No podemos ahorrar, solo comprar y ya. Aunque a veces cobro en
dólares, no hay mejoría, porque los distribuidores siempre me reciben el dólar
por encima de 5 bolívares y no a la tasa oficial”.
Con
todo y eso, Freddy sigue con su oficio, aunque mal pague y ni Petare ni el país
se estén arreglando.
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