Humberto García Larralde 14 de junio de 2022
Para cualquier venezolano de bien, ver a Nicolás Maduro simular, tan campante, que preside un gobierno “normal” en un país “normal”, es chocante. Quien destruyó la economía, reduciendo su tamaño hasta casi la cuarta parte del que tenía cuando asumió la presidencia y condenando a más del 94% de sus compatriotas a la pobreza; quien mantiene arbitrariamente presos a centenares de venezolanos por razones políticas, muchos de ellos militares; y a quien organismos de las NN.UU. y la CPI investigan por su presunta responsabilidad, como jefe de Estado, en el asesinato de manifestantes y de torturas y muertes de aquellos mantenidos bajo custodia de sus organismos de seguridad, tranquilamente se pasea por los espacios del poder como si no tuviera que responder a eso y a mucho más: un presidente común y corriente. Olvidados quedaron su reelección fraudulenta y la de una asamblea constituyente inventada para confiscarle, junto con un tribunal supremo abyecto y obsecuente, las potestades legítimas de una Asamblea Nacional con mayoría opositora. Se invisibilizan, asimismo, las corruptelas, extorsiones y confiscaciones que han nutrido a la nueva oligarquía que se ha enseñoreado del poder.
Muy
orondo, invade los medios para comentar temas anodinos o para inventar lo que
sea para esquivar sus responsabilidades. Mientras, el país sufre profundos y
terribles padecimientos que deberían atenderse resueltamente y con urgencia.
Anuncia una que otra decisión, como si el Estado que tan afanosamente ha
destruido tuviese capacidad real de atender los asuntos aludidos. En momentos
en que se celebra la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, California, se le
ocurre visitar a la Turquía del autócrata Erdogán. Claro, le compra el oro
depredado ilegalmente, con enorme daño ambiental, por sus huestes en Guayana.
De la cita americana, además, fue expresamente excluido por dirigir una
dictadura. Le resbala. Como si nada, aparece luego, junto a su esposa y los
miembros de una comitiva, haciendo escala en Argelia para hablar generalidades
acerca de la necesidad de un mundo multipolar. Emerge de seguidas en Irán,
experimentado socio en sortear las sanciones de EE.UU. Pero no es una gira de
Estado programada. Son de las pocas incursiones que se puede permitir sin que
le apliquen la orden de captura por narcotráfico y otros delitos, librada por
la fiscalía estadounidense. Eso no va con él, querría pretender. Para mayor
absurdo, una noticia informa que la Asociación Mundial de Boxeo lo había
nombrado “campeón honorario”. Y no, no fue joda por aquello de haber noqueado
de manera fulminante a un país otrora sano. ¡Fue una noticia real! ¿Por qué
debemos sospechar manejos turbios?
Pero
todo lo anterior les resbala a los chavomaduristas. El país es de ellos, tan
simple como eso. Les pertenece. Se lo cogieron porque les fue “legado” por el
Libertador en la persona de Hugo Chávez. Por tanto, están por encima de todo
reclamo. Además, después de una travesía por el desierto a que los obligó el
imperialismo, ¡al fin Venezuela se “arregló”! Así lo demuestra la (supuesta)
reactivación de la economía, los negocios repletos de bienes importados, las
construcciones modernas en el este de Caracas y la reaparición de producción
agrícola en mercados. Incluso, se está exportando.
Sin
que nos hayamos dado cuenta, se ha ido colando una nueva narrativa en la que
Maduro y los suyos en absoluto aparecen como los malos. Atrás quedaron las
peroratas en torno a un perverso “socialismo del siglo XXI” y, más todavía, las
pretensiones de extender las potestades del Estado con nuevas confiscaciones
y/o inversiones en proyectos “revolucionarios”. Los dólares que circulan han
logrado remozar la imagen de Maduro. Deberían suspenderse, por tanto, las
sanciones internacionales y las investigaciones penales en su contra, pues
obstaculizan el proceso de “normalización” emprendido.
Indigna,
efectivamente, esta narrativa. Pero la oposición no debe caer en el error de
reducir su acción a desmentir estos alegatos. La economía tenderá a seguir
creciendo por la razón básica de que el país posee una potencialidad no
aprovechada, asfixiada durante tantos años de opresión chavista, que no puede
dejar de brotar cuando se le ofrecen las mínimas oportunidades de expresarse.
No tiene sentido oponerse a las constataciones que se hagan al respecto. Claro,
en el país de las arbitrariedades, cualquier ocurrencia de uno de los trogloditas
que mandan puede acabar con un negocio.
Les
corresponde a las fuerzas democráticas proyectar una Venezuela alternativa, que
le dé contenido real a las expectativas de la gente, conectándolas con los
cambios imprescindibles a conquistar para que éstas puedan hacerse realidad.
Insistimos en la importancia de lo económico, pero con una narrativa que vaya
más allá de las consabidas propuestas de estabilización y de las reformas a
emprender. Debe construirse a partir de las necesidades de seguridad, de financiamiento,
apoyo, servicios públicos eficientes y, sobre todo, de garantías para que las
personas o empresas puedan ver fructificar sus esfuerzos productivos y/o
comerciales y disfrutar de una vida digna, de calidad. La lucha por mejorar las
condiciones de vida de la población tendrá, como consecuencia lógica, reclamar
derechos y exigir el retorno al ordenamiento constitucional. Sería el
fundamento de una plataforma política que coadyuve a la unificación de las
fuerzas opositoras en su lucha por conquistar las condiciones para el cambio
deseado. Asimismo, contribuirá a desnudar la artificialidad de la pregonada
“normalización” de Maduro, sin seguridades, incapaz de propiciar la inversión
productiva y sujeta a los caprichos que podrán ocurrírsele a él o a sus allegados
cuando la situación se les ponga más difícil.
Es
notorio que, debajo del reino de fantasías que busca proyectar Maduro, subyace
el mismo mundo de terror al que nos han acostumbrado. Hace desaparecer por unos
días a unos jóvenes que rendían honor a un muchacho asesinado por reclamar sus
derechos, Neomar Lander, y los acusa de “instigación al odio y asociación para
delinquir”. Alienta a sus bandas fascistas a agredir a Juan Guaidó que está en
gira por el interior. Mantiene injustamente presos a Javier Tarazona, director
de la ONG “Fundaredes”, que había denunciado violaciones de derechos humanos en
estados fronterizos, a Roland Carreño, vocero del partido, Voluntad Popular, y
a muchísimos más. Presos políticos a capricho. Jorge Rodríguez rivaliza con el
del mazo amenazando a un banquero y plantea disparates para boicotear las
posibilidades de reemprender las negociaciones en México. Y los militares
corruptos, como siempre, están muy presentes con sus extorsiones, matracas y
confiscaciones. Mientras, como lo recoge el informe del prestigioso Johns
Hopkins Center for Humanitarian Health, Venezuela exhibe uno de los peores
datos en materia de salud en el continente. Pero como el gobierno dejó de
publicar cifras al respecto desde hace años, el problema no existe. El
neofascismo del chavomadurismo sigue vivito y coleando.
Por
más insólito e indignante que sea constatar que sigue en el poder el peor
gobierno que conoce la historia de Venezuela –tan campante, como si no hubiera
roto un plato– no basta con exigir, ¡Maduro vete ya! Porque en lo que sí han
sido eficaces, con ayuda de la dictadura castrista y de los errores de los
partidos opositores, es en destruir las esperanzas de cambio y en proyectar la
idea de que ellos están para quedarse. Por ende, es mejor aceptar la
“normalización” en curso. El gran desafío de las fuerzas democráticas es,
entonces, sobreponerse a esta especie de fatalidad y proyectar una clara y real
opción de cambio. Para ello, es menester construir una fuerza capaz de recoger
las aspiraciones de mejora de las grandes mayorías de manera que éstas hagan
suyas las luchas por los cambios requeridos y se movilicen detrás de una
plataforma política que haga de ello el centro de su acción. Una narrativa
alternativa, que inspire confianza por estar respaldada por propuestas serias,
conectadas con las realidades de la gente, deberá desarrollar los músculos
necesarios para conquistar estos cambios. Con tal respaldo, puede tener sentido
negociar con el gobierno, con la anuencia de los países que las han impuesto,
la reconsideración de algunas sanciones, siempre contra avances concretos,
exigibles.
La
pretensión del régimen de hacer ver que las cosas mejoran puede servir,
paradójicamente, a fortalecer la opción democrática. Cómo ha ocurrido en tantos
países, la gente se preguntará, ¿y por qué no me toca a mí? Ahí es dónde debe
haber una respuesta clara de las fuerzas democráticas, acompañando de las
acciones requeridas para conquistar los cambios imprescindibles.
Humberto
García Larralde
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