Gonzalo González 09 de junio de 2022
La
posible reanudación de las conversaciones en México entre el régimen y las
fuerzas democráticas genera todo tipo de comentarios y reacciones en el mundo
político y en los medios de comunicación social.
Referente al inicio de las mismas, se han enviado desde el oficialismo señales contradictorias: hubo de inicio una declaración conjunta de los respectivos jefes de delegación, Rodríguez y Blyde, que presagiaban el inminente comienzo de una nueva ronda de conversaciones, más adelante desde el oficialismo se volvió a reivindicar la concurrencia de Alex Saab como delegado del chavismo, se cuestionó de forma cuasi dilemática el rol de facilitador del Estado noruego y se propuso una mayor injerencia de Rusia en el proceso. Solicitudes que dificultan la reanudación de las conversaciones.
Esas
señales contradictorias han reforzado el criterio de algunos de que el gobierno
Maduro no está por facilitar la reanudación y continuidad de los encuentros
dirigidos a forjar acuerdos destinados a buscar soluciones eficaces al
diferendo político venezolano. Sin embargo, no debe inferirse que ese proceso
este cancelado definitivamente.
El
posicionamiento del régimen en la materia tiene que ver con dos motivaciones:
1. La
concepción dictatorial del ejercicio del poder lo hace poco propenso a negociar
sobre temas que puedan suponer el cese o reducción de su control del Estado a
despecho de que eso pueda ser conveniente para el país.
2. La
coyuntura política. El régimen se siente lo suficientemente fuerte y asentado;
entiende que aunque existe un enorme descontento con su gestión y una amplísima
demanda de cambio político su gobernanza y gobernabilidad no están amenazadas.
A lo interno las fuerzas que lo adversan están débiles, dispersas, en horas
bajas en cuanto a sintonía y capacidad de representación del sentimiento
nacional de cambio político. En el campo internacional, si bien la invasión a
Ucrania ha sido un revés para Rusia y la coalición internacional autoritaria y
un estímulo ya materializado en una concertación de los Estados democráticos
para defenderse, eso no se ha traducido en un aumento significativo y real de
la presión hacia el régimen venezolano para que se siente a negociar con la
oposición democrática. Además, en Latinoamérica los amigos del régimen están
ampliando su poder y su influencia; si finalmente gana Petro en Colombia (lo
cual no puede descartarse) y Lula en Brasil estaremos ante un escenario en cual
los Estados más importantes de Latinoamérica (Brasil, México, Argentina y
Colombia) serán conducidos por amigos del chavismo, lo cual supone oxígeno para
el régimen, un descenso significativo en su aislamiento internacional, un
respaldo activo contra toda presión supranacional que supere lo declarativo. Y
por tanto nuevos impedimentos desde fuera para el regreso de la democracia en
Venezuela.
En definitiva, el oficialismo no tiene, en el presente, incentivos lo suficientemente fuertes e ineludibles para negociar en serio. Lo cual no descarta un eventual regreso del sector a unas conversaciones para descomprimir una eventual situación que lo amerite, una maniobra dirigida a la galería internacional (incluidos sus socios y amigos) para generar falsas expectativas, ganar tiempo.
Respecto
al escenario anteriormente descrito el sector democrático no debe agotarse ni
resumir su acción a unas conversaciones inexistentes o infructuosas; tiene que
avanzar en el proceso de construcción de una coalición democrática lo más
amplia y representativa posible, en convertirse en portavoz y defensor de los
intereses y reivindicaciones de la ciudadanía en el terreno de la política, en
lo económico social, en fin en todo aquello relativo a propiciar el cambio
político.
Biden
acertó al no invitar a la Cumbre de Las Américas a Cuba, Nicaragua, Venezuela y
al no ceder a las presiones para revertir su posición original. Nada tienen que
hacer en ese escenario esos regímenes dictatoriales violadores y desconocedores
de los derechos humanos, civiles, políticos y sociales de sus connacionales y
de instrumentos como La Carta Democrática suscritas por Nicaragua y Venezuela.
Máxime cuando las inobservancias referidas están en progreso y en los casos de
Nicaragua y Cuba están en marcha procesos judiciales contra la disidencia que
nada tienen que ver con el Estado de Derecho; en el caso venezolano la
renuencia del oficialismo a facilitar el restablecimiento de un proceso de
negociación que derive en la restauración de la constitucionalidad.
Pero
Biden se equivoca al no invitar al presidente del Gobierno interino porque es
una concesión innecesaria e infructuosa al chavismo en estos momentos, también
es un potencial daño colateral a la posición de la delegación de las fuerzas
democráticas frente a un eventual reinicio de las conversaciones con el
régimen.
Hay
quienes argumentan que la política de aislar a esos regímenes dictatoriales es
y ha sido infructuosa; pero tampoco funciona obviar lo que son y la amenaza que
representan incorporándolos a escenarios a los cuales no pertenecen y cuya
presencia los legítima y blanquea.
Gonzalo
González
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