JAVIER CONDE 17 de enero de 2023
@jconde64
Entre
quien habla a continuación y quien escribe -uno en Madrid, otro en Galicia–
hay una historia casi calcada que se desenvolvió por su cuenta mucho antes de
compartir vecindad en Cumbres de Curumo -sureste de Caracas- en la
década del 90 del siglo pasado, mientras nuestros hijos aprendían y crecían
juntos en el Colegio Simón Bolívar de la prodigiosa Elizabeth
Connell. Nuestras familias emigraron casi al mismo tiempo desde una pequeña
ciudad de la isla de Tenerife y desde una aldea marinera y labriega
de la costa gallega a Caracas y 60 o más años más tarde aquellos críos,
nosotros, ahora padres y abuelos, retornaron porque quizá no había otra al
terruño donde nacieron. Seremos venezolanos para siempre -ni se lo pregunto, lo
afirmo por similitud- en el habla, las arepas del desayuno, el paisaje urbano
de esquinas y jergas, los afectos y los muertos que enterramos.
La
carga puede ser similar a la que viajó en la maleta iniciática, acompañada
también del temor, la incertidumbre y el deseo de echar para adelante. Es lo
que hacen las diásporas, incluso estas de ida y vuelta. De volver a empezar.
“90 países, 400 ciudades, la nueva geografía venezolana, esa reserva internacional de talento y ganas con pasaporte venezolano, cuando se puede, pero de inconfundible habla criolla”
Tomás
Páez Bravo es un venezolano nacido en Puerto de la Cruz en Santa Cruz
de Tenerife, como ahora habrá miles de españoles, colombianos, gringos y chinos
-para ahorrar espacio y no nombrar los 400 destinos de nuestra diáspora-
nacidos en Venezuela. Su familia se instaló muy pronto en La Carlota, en
un ambiente de varias migraciones. Recuerda el edificio Internacional, que en
los bajos tenía una barbería atendida por un italiano, una quincallería de
españoles y el café que mañanas y tardes servían unos canarios. En su
adolescencia estudió en el Liceo Carlos Soublette al que acudían
muchachos y chicas de San Bernardino, Sarría, Pedro Camejo, Simón
Rodríguez; hizo amigos sirios, libaneses, caribeños y más adelante, en la Universidad
Central de Venezuela (UCV), la profesora Jeannette Abouhamad le
dejó marcas en el alma. En un refugio en España se topó y entrevistó
a un músico venezolano quien le contó que siempre vivió en un mundo diverso y
eso le facilitaba la adaptación. Como encontrarse con su propia historia,
con el portugués del abasto, el italiano de la barbería, o el chileno
con el itinerario de su exilio y desgarro. “Venezuela siempre fue un
país muy plural”, dice, desdramatizando la diáspora de aquel país, nuestro
país, que ahora descubre y construye una nueva geografía.
Sociólogo,
con Doctorado en Planificación en el University College de Londres, uno
de los fundadores del Movimiento de Calidad y Productividad para Venezuela y
los países andinos, exfuncionario del Ministerio de Fomento en el ámbito de la
planificación en la administración de Luis Herrera Campíns, Tomás Páez
Bravo ha hecho de la diáspora venezolana su objeto de estudio desde el Observatorio
Venezolano de la Diáspora y la Red Global de la Diáspora. Como si el destino,
el plan que alguien fraguó y nunca imaginamos, lo devolvió al mundo plural,
diverso, de historias sinfín, de la diáspora.
Pero,
por qué, cómo y cuándo inicia Tomás Páez su trabajo en el Observatorio
Venezolano de la Diáspora, y dedica sus afanes a escudriñar un fenómeno que no
le es nuevo, pero sí insólito en el país que fue, desde que hay memoria, una
casa para inmigrantes venidos de medio mundo.
-El
interés por el tema comienza casi que en el día uno que este gobierno llegó al
poder en 1998. Las primeras reacciones eran de gente que decía “aquí llegó el
comunismo, hay que irse”. Personas que ponían en venta sus apartamentos,
locales comerciales, negocios, etc., porque, decían, va a venir la escasez de
alimentos y medicinas. Esa era la conversa después del discurso de Chávez el 6D
(la noche de su victoria hace 24 años). Luego se volvió un tema
recurrente en las casas, sorprendía que padres y abuelos aconsejaran a los
jóvenes a salir, a estudiar, a formarse, en un país en el que el vínculo
familiar tiene mucho peso. Todo se fue agudizando con el fracaso que seguía a cada
evento político: la gran marcha de 2002; los días del 11 al 13 de abril de
aquel año; luego el paro petrolero; el referendo revocatorio; la confiscación
de RCTV. Las cosas fueron in crescendo y la gente se iba yendo
hasta que la salida se volvió masiva, se fueron pensionados y jubilados,
empresarios que desmontaron sus empresas para volverlas a instalar en Colombia,
por ejemplo, estudiantes. El Plan B se volvió una constante y se ejecutó.
“En
Estados Unidos el ingreso promedio del migrante venezolano es superior al del
migrante latinoamericano, y en años de escolaridad por encima incluso de
estados del país de acogida”
Organización
Internacional para las Migraciones (OIM)
En
algún momento Páez Bravo viaja a Francia a encontrarse con un amigo
de siempre y en la conversa surgió el tema vivo y escurridizo de la diáspora y
de la necesidad de su estudio, que no estaba siendo abordado en la dimensión
que ellos pensaban abarcaba el fenómeno de la migración venezolana. Había
algunas cosas documentadas sobre la salida de científicos, de profesores que se
iban a otras universidades en el exterior pero no un estudio global.
“Lo
que existía nos parecía que tenía enfoques insuficientes e inadecuados. Una
idea muy extendida era el de ‘la fuga de cerebros’. Pero no, eso no existe, fue
un invento de los países de la órbita soviética para impedir la movilidad
humana, cercenar ese derecho después de la Segunda Guerra Mundial cuando el
mundo se dividió en dos mundos. De manera que lo que hicimos fue ponernos de
acuerdo en el enfoque con el que íbamos a trabajar el tema. Primero, ver el
caso venezolano, un territorio que durante 500 años recibió inmigración de
todos lados y con ella se hizo grande: las migraciones aportan diseño,
vivienda, consumo, productividad y si eso ocurrió con las que recibimos no
tenía por qué ser diferente en nuestro caso. La diáspora es, por tanto, un
hecho humano. En segundo lugar, reduce la pobreza global; y, en tercer lugar,
beneficia al inmigrante mismo y a los países tanto de acogida como de origen en
múltiples vías y razones que están documentadas”.
Páez
Bravo y sus amigos, en distintos puntos del planeta y en la propia Venezuela,
también anotaron otro rasgo relacionado con la diáspora: el desprecio y la
xenofobia del gobierno venezolano que ni siquiera se tomaba la molestia de
aportar cifras sobre el fenómeno migratorio. Como tampoco lo hace sobre la
inseguridad, la desnutrición, los crímenes machistas, la hiperinflación. Sí
cuenta, en cambio, los petrodólares bloqueados en el sistema financiero internacional.
“7,5
millones de venezolanos para inicios de este año 2023 que están fuera, 22% de
la población del país. La misma cantidad de habitantes que Venezuela tenía en
1960, dos veces la población de Uruguay ahora mismo, más que todos los de
Noruega”
Hasta
el año 2013 la salida anual de personas desde Venezuela se estimaba en 120 mil
por año; pero ese mismo año -cuando Nicolás Maduro sucede a Hugo Chávez en el
poder- la cifra se dispara hasta 1,3 millones, demasiado para un país que
siempre cobijó a inmigrantes europeos y asiáticos, de naciones del Caribe y de
países de Sudamérica atrapados por las penurias y regímenes militares de
terror.
“Entonces,
dijimos, la diáspora es un activo de Venezuela, una reserva internacional con
la que cuenta el país, que sumadas a las reservas que están dentro, los que se
quedaron en el mapa que conocemos, van a poder participar juntas en la
recuperación del país porque, en esa reconstrucción se va a necesitar a todos
los venezolanos sin distingos de ideología, de posiciones. Al final, lo que
interesa es tener un país que es de todos. Plural, como siempre ha sido
Venezuela”.
¿Dónde
están las cifras?
Cuando
arrancó el estudio global sobre la inmigración venezolana, Páez Bravo y el
equipo de la diáspora ubicado en Francia, Colombia, Italia, Estados
Unidos y Venezuela, entre otros países, no se imaginó lo que
posteriormente ocurrió: el éxodo masivo, el más grande del hemisferio
occidental: 7,5 millones de venezolanos para inicios de este año 2023 que
están fuera, 22% de la población del país. La misma cantidad de habitantes que
Venezuela tenía en 1960, dos veces la población de Uruguay ahora mismo, más que
todos los de Noruega, que es un país que nos acompaña en este tránsito difuso
de diálogo y negociaciones.
“El
Estado venezolano debía tener esas cifras porque llegamos a tener organismos
como la OCEI, después, INE, que fue potente. Pero no había datos, nos pareció
una decisión política, es lo que hacen todos los regímenes totalitarios: negar
la existencia de esa información. Eso hizo necesario construir la red global y
apoyarnos en las organizaciones de la diáspora, esa fue nuestra fuente inicial.
Otra, los institutos de estadística de los países de acogida que sí visibilizan
la diáspora venezolana -lo que hay que agradecer-. Por ejemplo, en el
caso de España los ayuntamientos tienen esa información, porque hay
que empadronarse. También recurrimos a encuestas y trabajos sobre el tema
realizados por PEW Research y otros organismos
internacionales. Todo eso nos permitió hacer el primer mapa global de
distribución de los venezolanos en el libro de 2015 que estaban presentes en 53
o 54 países. Hoy tenemos datos de compatriotas en 90 países y más de 400
ciudades”.
Una
estadística robusta, dice, soportada en muchas encuestas, cuestionarios,
entrevistas a profundidad, historias de vida, focus group, de lo
que resulta que el fenómeno migratorio es multicausal, no se puede reducir a un
solo factor. Otro ejemplo: un enamoramiento produjo una salida del país. “Son
miles las razones para explicar porque la gente se va”, asienta.
“Se
estima, por lo que ha pasado en las experiencias de otras diásporas, que entre
25% y 35% de quienes migraron regresan”
En
Venezuela, Páez Bravo coordinó el Observatorio de la Pequeña y Mediana Empresa
y dispuso de datos de las empresas que estaban cerrando en los 300 y pico de
municipios del país, como consecuencia de la persecución del sector privado;
del cierre de medios de comunicación; de la enorme cantidad de periodistas que
tuvieron que salir porque las empresas estatizadas establecieron un filtro
ideológico, pequeño y partidista, para la contratación. Cosas que salieron en
las entrevistas, así como el impacto del tema de la inseguridad, de saber que
sales de tú casa pero no que regresas.
“Uno
de los entrevistados relata la alegría y la tranquilidad que da sacar el
teléfono al salir del metro para buscar una dirección en la que va a tener
una entrevista sin sentir que lo van a matar o a robarlo para que quitarle lo
zapatos, o tener un carro sin que eso se convierta en un objeto de peligro”.
¿Cuál
es la tipología de esos venezolanos que han emigrado?
“En
primer lugar, la inmigración es joven, son los primeros que salen adelante,
gente con capacidad de emprender y que está dispuesta a vivir una nueva
realidad. Se concentra en un rango de edad entre los 18 y los 40 años, quizá un
poco más. Luego se producen los efectos llamada, los hijos se traen a los
padres o, a sus propios hijos, que dejaron atrás, se calcula que 1,5 millones
de niños y jóvenes se quedaron en el país mientras el padre o la madre se
establecía. Muchos de quienes se iban tenían empresas desde
restaurantes hasta compañías productoras de bienes y servicios, una gran
cantidad eran trabajadores por cuenta propia que tenían su bufete de abogados, su
consultorio de sicólogo, ingenieros, con oficinas para realizar
asesorías gerenciales o empresariales. Hay una gran diversidad, en la cual
ahora se ha reducido el porcentaje de estudiantes. También desempleados
que se incorporan a la economía informal en varios países latinoamericanos.
Mucha gente dice con cierto desprecio que los venezolanos son trabajadores
informales en Perú y Colombia, y cuando se ven las estadísticas de esos países
se observa que más del 50% de las personas viven de la economía informal, ¿dónde
iban a caer entonces los venezolanos inmigrantes? Ese sector, además, tiene una
gran capacidad emprendedora, como muestran los estudios”.
Los
estudios y perfiles realizados por la Organización Internacional para
las Migraciones (OIM), junto con el proyecto de las Naciones Unidas para
coordinar el tema de la migración venezolana en América Latina, aporta otros
rasgos. Los años de escolaridad de los venezolanos que migraron están a la
par o por encima de los países de acogida. En cuanto a hombres y mujeres
depende del país pero, es general, una distribución homogénea, 52% de hombres
aunque en algunas naciones prevalece la mujer. En Estados Unidos el
ingreso promedio del migrante venezolano es superior al del migrante
latinoamericano, y en años de escolaridad por encima incluso de estados del
país de acogida.
“Mientras
persista en Venezuela ese estado de indefensión, hostigamiento y pensamiento
único la diáspora, aunque se ralentiza, seguirá creciendo”
En
relación a los destinos, hasta 2015 Estados Unidos aparecía en primer
lugar, seguido de España. En América Latina, Colombia y de
manera tímida Argentina y Chile. Pero en el 2016 hubo un salto
-olímpico, dice Páez Bravo.
“Hay
varias explicaciones para esa situación. Una de ellas es que en 2014 y 2015 por
las deudas que tenía el régimen venezolano con las líneas aéreas, se produce el
cierre de ellas, que ya no prestaban su servicio. Llegamos a tener menos
vuelos desde y hacia Venezuela de los que tenía Haití, que siempre ha sido
símbolo de gran pobreza. Además, los pasajes se volvieron costosísimos.
Mientras hubo algo, ingresar Estados Unidos era un destino lógico con el que
nos unía una relación histórica por el beisbol, el petróleo, no digamos Disney,
al igual que con España, Italia y Portugal, para desandar los pasos de
abuelos y padres y porque siempre había un primo, una relación, en Canarias,
Galicia, Funchal, Calabria, Salerno, Líbano o incluso China. Pero en 2016 no
hay plata, no hay vuelos, el proceso de destrucción del país se hace aún más
hondo y terrible y la gente comienza a migrar a pie, en autobús, en peñeros que
salen de oriente hacia Trinidad o de Falcón hacia Curazao y Aruba, donde
siempre hubo una relación por proximidad e historia”.
Volver,
volver
Aunque
esta nota es casi tan larga como la diáspora -y ojalá persistan las ganas de
continuar leyendo- hay dos aspectos que aún quedan en el tintero de Tomás Páez.
Si en la agenda de quienes se han ido figura el retorno, la vuelta a la patria
que cantó José Antonio Pérez-Bonalde, y qué ha hecho por el mundo adelante
-90 países, 400 ciudades, la nueva geografía venezolana- esa reserva
internacional de talento y ganas con pasaporte venezolano, cuando se puede,
pero de inconfundible habla criolla. Recuerdo que cuando mi madre
y yo, un chavalito, preparábamos nuestra partida en octubre de 1964 desde
la aldea donde nacimos en el recodo final de la ría de Vigo, un viejo amigo de
la casa del que solo guardo la imagen de su pelo blanco, un cuaderno y un
lápiz, sacó cuentas del tiempo en el que estaríamos de vuelta con los bolsillos
sino forrados por lo menos alegres: 5 años, que se multiplicaron por 10.
La aldea, por la que sigo caminando con los pies descalzos, se llama Paredes: y
de eso se trataba de atravesarlas, dejar atrás la condena del franquismo, su
santa miseria y la represión que había llevado al abuelo -en la tenebrosa Isla
de San Simón, hoy un hermoso centro cultural- y a un tío a la cárcel.
“La
pregunta, dice Tomás Páez, es qué no han hecho los venezolanos en la diáspora.
Han cubierto con holgura los retos que se les han presentado. Como antes lo
hicieron gallegos, canarios, vascos, portugueses e italianos, han creado
organizaciones a cada sitio al que han llegado. Llevamos contabilizadas más de
1.000 y aún queda trabajo por hacer. Esas organizaciones hacen labores de
ingeniería, de arquitectura, en la cultura y el ambiente, en música, en salud,
en integración y papeleo, en derechos humanos, en protección social, en
búsqueda de empleo, y de denuncia también de lo que está pasando en su país.
Esa reserva internacional, como la hemos identificado, está conectada con
organizaciones en Venezuela, a asociaciones empresariales, a centros de salud
mental, a universidades y centros culturales”.
El
gran reto para el Observatorio y la Red Global de la Diáspora es cómo crear las
condiciones, los puntos de encuentro, para que toda esa información y
experiencia acumuladas sirva para quienes sigan llegando y para quienes se
quedaron en el país, al que se envían remesas, alimentos, medicinas, equipos
para fortalecer hospitales, se colabora en la atención a núcleos en
Venezuela en temas de cáncer, hipertensión, diabetes. Calculan que más o
menos el 50% de la población venezolana se ha beneficiado de esos recursos. Hay
que crear una institucionalidad, insiste Páez Bravo, con participación
del sector privado, para aprovechar lo que la diáspora puede aportar. Hay un
esfuerzo global que es necesario seguir desarrollando con una estrategia
de gobernanza de la diáspora, que permita aprender de las experiencias de otros
países “porque los venezolanos son bisagras que conectan con empresas y
organizaciones que pueden tener un impacto en la investigación, inversión,
tecnología, periodismo. En fin, para la recuperación”.
¿Y el
retorno? La gente del Observatorio y la Red Global indagó muy pronto sobre los
planes de regreso de quienes se fueron. “La gente se sentía insultada con esa
pregunta, porque ya estaban instaladas, con trabajo, con vivienda y sus planes
eran traerse a sus padres, a sus hijos”, dice Páez Bravo. Se estima, por lo que
ha pasado en las experiencias de otras diásporas, que entre 25% y 35% de
quienes migraron regresan. Mientras persista en Venezuela ese estado de
indefensión, hostigamiento y pensamiento único la diáspora, aunque se
ralentiza, seguirá creciendo. Y no será solo lo que ocurra en el país, aunque
sea para mejor, lo que hará adquirir el ticket del regreso.
Tomado
de: https://lagranaldea.com/2023/01/16/del-plan-b-al-retorno-congelado/
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