ELÍAS PINO ITURRIETA 29 de enero de 2023
@eliaspino
“Si ya se ha perseguido con saña y
cálculo a los factores que antes permitían que nos sintiéramos como partes de
un compromiso o de un desafío compartido, ¿cómo haremos sin las organizaciones
que hoy velan por nuestros presos, por nuestra libertad de expresión, por la
salud y la alimentación del pueblo sin sacar ni una locha de las arcas
públicas?”.
Para calcular la magnitud del riesgo que significa el ataque emprendido por la dictadura contra las ONG establecidas en Venezuela, ahora recrudecido en las sesiones de la Asamblea Nacional (AN) controlada por el PSUV, basta con detenerse en el quiosco del barrio para comprar los periódicos del día. Encontraremos chucherías y grata conversación, pero, desde hace ya mucho tiempo, ningún impreso sobre lo que sucede frente a nuestras narices. No hay diarios ni semanarios porque, a través de diversos mecanismos -compra, cierres compulsivos y amenazas descaradas- los mandones los sacaron de circulación. La radio no tapa el agujero debido a que las emisoras, para mantenerse con vida y solo en ocasiones excepcionales, apenas se atreven con contadas noticias que incomoden a los supervisores del oficialismo. Se da así el caso de que ni siquiera sepamos del trabajo de los partidos políticos de oposición, debido a que no hay manera habitual de enterarse de lo que hacen para acompañar a la sociedad en sus calamidades. Solo los portales independientes tratan de conectarnos con la realidad cuando superan los bloqueos de un brutal alicate, o si algún benefactor sigiloso se atreve a sostenerlos con su apoyo.
De
un vistazo de tal realidad se desprende el cúmulo de trabas que se han impuesto
a la actividad de agentes sociales que son esenciales para el restablecimiento
de la democracia. Los ciudadanos que, por razones de oficio y vocación, deben
crear el vínculo entre la sociedad y sus desventuras; las profesiones llamadas
a acicatear la conciencia colectiva, o las instituciones que cumplían el
propósito antes del ascenso del chavismo, han sido condenadas a subsistir en un
oscuro rincón, o a desaparecer sin la esperanza de la resurrección. Existió un
puente entre las necesidades de la colectividad y su difusión pública, que se
volvió frágil y estrecho hasta el extremo de que resulte aventurado afirmar que
todavía sirve para cumplir su objetivo. Un puente hecho espontáneamente durante
el período democrático por un conjunto de individualidades, sin dependencia de
organizaciones partidistas ni de fondos de erario, conviene recalcar.
¿Cómo va a funcionar ese puente, renovado por fortuna hace unos veinte años, si
la dictadura ha hecho de su destrucción una meta esencial?
“¿Cómo
va a funcionar ese puente, renovado por fortuna hace unos veinte años, si la
dictadura ha hecho de su destrucción una meta esencial?”
A
partir de la segunda mitad del siglo XX, en Europa y en los Estados Unidos
comenzaron a establecerse asociaciones privadas sin fines de lucro para
la protección de los valores y para la reivindicación de conductas que la
Segunda Guerra Mundial había puesto en las puertas del cementerio, o para
evitar los riesgos que suponía la imposición de los principios soviéticos
durante la guerra fría. Catástrofes como las matanzas generalizadas que
provocaron los nazis, y más tarde las de Corea y Vietnam animadas desde el
Pentágono; o violencias sin cuento contra los derechos de las minorías en
diversas latitudes, o hambrunas sin justificación ni explicación razonable,
condujeron a la creación de organizaciones de inspiración universal que
buscaran soluciones que no se limitaran a lo local, o que ofrecieran mensajes
que no se redujeran a ámbitos nacionales. Como solían chocar con los intereses
de regímenes poderosos, o con las ambiciones de partidos y banderías, abrieron
un camino de autonomía que hoy ocupa lugar imprescindible en sentido
panorámico. Así sucedió en Venezuela desde hace dos décadas, por lo menos, con
prólogos de interés, una actividad que hoy la dictadura quiere desarraigar.
Pero
estamos ante una historia más antigua y digna de memoria. Se remonta a
los tiempos de la Ilustración, médula del pensamiento del siglo XVIII,
cuando se divulgó el principio de la universalidad de la razón y la
necesidad de imponerla sin atenerse a barreras regionales o comarcales. Nacida
en las páginas de la Enciclopedia para liquidar los prejuicios
del llamado Antiguo Régimen, encontró acogida en luminarias individuales del
mundo occidental y, mucho después, a partir de las depredaciones del XIX y de
las guerras mundiales del siglo siguiente, en el proyecto de crear asociaciones
oficiales -al comienzo la Sociedad de las Naciones y la Unión Panamericana, por
ejemplo- que apuntalaran una causa imprescindible para la humanidad toda. De
esa orientación, y de los valores divulgados por sus promotores, vienen
nuestras ONG que la dictadura quiere aniquilar a través de una legislación que
está a punto de aprobar en su AN.
De
acuerdo con el proyecto de ley que circula en la AN oficialista, las ONG que
funcionan en Venezuela tienen una historia distinta: son tentáculos de una
hegemonía imperial que conspira o puede conspirar contra la soberanía de la nación.
Por consiguiente, deben someterse a rigurosas medidas de inspección que, si no
las acaban del todo, pueden reducir sus actividades en términos escandalosos.
Para que tengan una idea más cabal del propósito de asfixia que la dictadura
persigue, quizá baste con saber que el proyecto se inspira en una regulación
establecida ya por el gobierno de Bolivia, que no es precisamente un lucernario
de democracia ni un testimonio de la profundidad del pensamiento
latinoamericano.
Si
ya no podemos informarnos cabalmente, si cada vez se han despedazado más
las conexiones con la realidad circundante, hechas por las personas
que las saben hacer; si ya se ha perseguido con saña y cálculo a los factores
que antes permitían que nos sintiéramos como partes de un compromiso o de un
desafío compartido, ¿cómo haremos sin las organizaciones que hoy velan por
nuestros presos, por nuestra libertad de expresión, por la salud y la
alimentación del pueblo sin sacar ni una locha de las arcas públicas?
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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