Opus Dei 28 de enero de 2023
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Comentario del 4.º domingo del tiempo
ordinario (ciclo A). “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”.
Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para transformar el sufrimiento en amor
redentor.
Evangelio
(Mt 5, 1-12)
Al
ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus
discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados.
»Bienaventurados
los mansos, porque heredarán la tierra.
»Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
»Bienaventurados
los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
»Bienaventurados
los limpios de corazón, porque verán a Dios.
»Bienaventurados
los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino
de los Cielos.
»Bienaventurados
cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo
de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será
grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de
vosotros.
Comentario
El
Evangelio de este domingo recoge uno de los pasajes más sorprendentes y
nucleares de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas, que son con su
lenguaje paradójico una enseñanza sobre la verdadera felicidad que todos los
hombres buscan. San Josemaría las definía como “un poema del amor divino”[1].
De hecho, como explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato
de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que
también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”[2].
Mateo nos muestra al Maestro en el monte, predicando con autoridad y majestad.
Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros
sus palabras.
“Bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados”. Cuando un cristiano procura imitar al
Maestro, “experimenta la íntima relación entre Cruz y Resurrección”[3],
como explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para
transformar el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría
que vivió el Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del
Espíritu Santo y nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y
consuelo, el cristiano es consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir
el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el
Papa Francisco[4].
“Bienaventurados
los pobres de espíritu”. En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional:
sin ella no se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el
Maestro. Y para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría
recomendaba: “te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás;
evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por
comodidad...; no te crees necesidades”[5]. Frente a un clima general
de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos desprendidos de
las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para seguir de cerca a
Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos
cuidar también con generosidad de los demás y en especial de los pobres y los
que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.
“Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia”. En la opulencia de los ricos y
saciados no hay sitio para Dios y los demás. En cambio, quienes viven con
sobriedad y templanza empiezan a “ser saciados” por Dios. Se trata de disfrutar
de los bienes terrenos con agradecimiento, pero de forma que nos lleven a
desear los bienes espirituales. Esta bienaventuranza nos invita también a
trabajar con confianza en la providencia: mientras procuramos ganar con
rectitud el sustento necesario, mantenemos la serenidad ante las posibles
estrecheces, porque Dios nunca abandona a sus hijos.
Por
último, “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan
contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa”. Nuestra coherencia de
cristianos corrientes puede chocar o molestar a otros. Pero hemos de ser
valientes para reflejar con nuestra conducta recta el Rostro amable de Jesús que
todas las personas buscan. En esto podemos seguir el consejo que daba san Pedro
a los primeros cristianos: “si tuvierais que padecer por causa de la justicia,
bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis,
sino glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; pero con
mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes
calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en aquello que
os critican” (1Pedro 3,14-18). En resumen, y en contra de lo que pueda parecer,
nuestra dicha no radica en la posesión ilimitada de bienes. Tampoco en
conseguir a toda costa la aprobación ajena. La felicidad está más bien en la
identificación con Cristo.
[1]
San Josemaría, Apuntes de una meditación, 25-XII-1972, (AGP, P09, p. 186), cita
publicada en E. Burkhart y J. López, Vida cotidiana y santidad. 3: En la enseñanza
de San Josemaría, Rialp, Madrid 2013. 125.
[2]
Papa Francisco, Audiencia 6 agosto 2014.
[3]
Benedicto XVI, Jesús Nazaret, 100.
[4]
Papa Francisco, Gaudete et exultate, 76
[5]
San Josemaría, Amigos de Dios, 123.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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