Francisco Fernández-Carvajal 28 de enero de 2023
@hablarcondios
— El deber de la corrección fraterna. Su
eficacia sobrenatural.
— La corrección fraterna se practicaba
con frecuencia entre los primeros cristianos. Falsas excusas para no hacerla.
Ayuda que prestamos.
— Virtudes que han de vivirse al hacer
la corrección. Modo de recibirla.
I. Desde el Antiguo Testamento, nos muestra la Sagrada Escritura cómo Dios se vale frecuentemente de hombres llenos de fortaleza y de caridad para advertir a otros de su alejamiento del camino que conduce al Señor. El Libro de Samuel nos presenta al profeta Natán, enviado por Dios al rey David1 para que le hable de los pecados gravísimos que había cometido. A pesar de la evidencia de esos pecados tan graves (adulterio con la mujer de su fiel servidor y el procurar la muerte de este) y de ser el rey un buen conocedor de la Ley, «el deseo se había apoderado de todos sus pensamientos y su alma estaba completamente aletargada, como por un sopor. Necesitó de la luz del profeta, que con sus palabras le hiciera caer en la cuenta de lo que había hecho»2. En aquellas semanas, David vivía con la conciencia adormecida por el pecado.
Natán,
para hacerle caer en la cuenta de la gravedad de su delito, le expone una
parábola: Había dos hombres en un pueblo: uno rico y pobre el otro. El
rico tenía muchos rebaños de ovejas y de bueyes; el pobre solo tenía una
corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y sus
hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era
como una hija. Llegó una visita a casa del rico; y, no queriendo perder una
oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó
a su huésped. David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: ¡Vive
Dios que el que ha hecho eso es reo de muerte!
Natán
respondió entonces al rey: ese hombre eres tú. Y David recapacitó
sobre sus pecados, se arrepintió y expresó su dolor en un Salmo que la Iglesia
nos propone como modelo de contrición. Comienza así: Apiádate de mí,
¡oh Dios!, según tu piedad; según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi
iniquidad...3.
David hizo penitencia y fue grato a Dios. Todo, gracias a una corrección
fraterna, a una advertencia, oportuna y llena de fortaleza, como fue la de
Natán.
Uno
de los mayores bienes que podemos prestar a quienes más queremos, y a todos, es
la ayuda, en ocasiones heroica, de la corrección fraterna. En la
convivencia diaria podemos observar que nuestros parientes, amigos o conocidos
–como nosotros mismos– pueden llegar a formar hábitos que desdicen de un buen
cristiano y que les separan de Dios (faltas habituales de laboriosidad,
chapuzas, impuntualidades, modos de hablar que rozan la murmuración o la
difamación, brusquedades, impaciencias...). Pueden ser también faltas contra la
justicia en las relaciones laborales, faltas de ejemplaridad en el modo de
vivir la sobriedad o la templanza (gastos ostentosos, faltas de gula o de
ebriedad, dilapidación de dinero en el juego o loterías), relaciones que ponen
en situación arriesgada la fidelidad conyugal o la castidad... Es fácil
comprender que una corrección fraterna a tiempo, oportuna, llena de caridad y
de comprensión, a solas con el interesado, puede evitar muchos males: un
escándalo, el daño a la familia difícilmente reparable...; o, sencillamente,
puede ser un eficaz estímulo para que alguno corrija sus defectos o se acerque
más a Dios.
Esta
ayuda espiritual nace de la caridad, y es una de las principales
manifestaciones de esta virtud. En ocasiones, es también una exigencia de la
justicia, cuando existen especiales obligaciones de prestar ayuda a la persona
que debe ser corregida. Con frecuencia debemos pensar en cómo ayudamos a los
que están más cerca. «¿Por qué no te decides a hacer una corrección fraterna?
—Se sufre al recibirla, porque cuesta humillarse, por lo menos al principio.
Pero, hacerla, cuesta siempre. Bien lo saben todos.
»El
ejercicio de la corrección fraterna es la mejor manera de ayudar, después de la
oración y del buen ejemplo»4.
¿La practicamos con frecuencia? ¿Es nuestro amor a los demás un amor con obras?
II. La
corrección fraterna tiene entraña evangélica; los primeros cristianos la
llevaban a cabo frecuentemente, tal como había establecido el Señor –Ve y
corrígele a solas5–,
y ocupaba en sus vidas un lugar muy importante6;
sabían bien de su eficacia. San Pablo escribe a los fieles de Tesalónica: si
alguno no obedece a lo que decimos en esta carta... no le miréis como enemigo,
sino corregidle como a hermano7.
En la Epístola a los Gálatas dice el Apóstol que esta
corrección ha de hacerse con espíritu de mansedumbre8.
Del mismo modo, el Apóstol Santiago alienta también a los primeros cristianos,
recordándoles la recompensa que el Señor les dará: si alguno de
vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que
quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvará su alma de la
muerte y cubrirá la muchedumbre de sus propios pecados9.
No es pequeña recompensa. No podemos excusarnos y repetir otra vez aquellas
palabras de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?10.
Entre
las excusas que pueden instalarse en nuestro ánimo para no hacer o para
retrasar la corrección fraterna está el miedo a entristecer a quien hemos de
hacer esa advertencia. Resulta paradójico que el médico no deje de decir al
paciente que, si quiere curar, debe sufrir una dolorosa operación, y sin
embargo los cristianos tengamos a veces reparos en decir a quienes nos rodean
que está en juego la salud, ¡cuánto más valiosa!, de su alma. «Por desgracia,
es grande el número de los que, por no desagradar o por no impresionar a
alguien que está viviendo sus últimos días y los últimos momentos de su
existencia terrena, le callan su estado real, haciéndole así un mal de
incalculables dimensiones. Pero todavía es más elevado el número de los que ven
a sus amigos en el error o en el pecado, o a punto de caer en uno o en otro, y
permanecen mudos, y no mueven un dedo para evitarles estos males.
¿Concederíamos, a quienes de tal modo se portasen con nosotros, el título de
amigos? Ciertamente, no. Y, sin embargo, suelen hacerlo para no desagradarnos»11.
Con
la práctica de la corrección fraterna se cumple verdaderamente lo que nos dice
la Sagrada Escritura: el hermano ayudado por su hermano, es como una
ciudad amurallada12.
Nada ni nadie puede vencer contra la caridad bien vivida. Con esta muestra de
amor cristiano no solo mejoran las personas, sino también la misma sociedad. A
la vez, se evitan críticas y murmuraciones que quitan la paz del alma y
enturbian las relaciones entre los hombres. La amistad, si es verdadera, se
hace más profunda y auténtica con la corrección sincera. La amistad con Cristo
crece también cuando ayudamos a un amigo, a un familiar, a un colega, con ese
remedio eficaz que es la corrección amable, pero clara y valiente.
III. Al
hacer la corrección fraterna se han de vivir una serie de virtudes, sin las
cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. «Cuando hayas de
corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar..., y con
ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas»13.
Como Cristo la practicaría si estuviera ocupando nuestro lugar, con la misma
delicadeza, con la misma fortaleza.
A
veces, una cierta animosidad y falta de paz interior nos puede llevar a ver, en
otros, defectos que en realidad son nuestros. «Debemos corregir, pues, por
amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su
enmienda (...). ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por
él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor
lo que te mueve, obras bien»14.
La humildad nos
enseña, quizá más que cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y
el modo que no ofende, al recordarnos que también nosotros necesitamos muchas
ayudas parecidas. La prudencia nos lleva a hacer la
advertencia con prontitud y en el momento más oportuno; nos es necesaria esta
virtud para tener en cuenta el modo de ser de la persona y las circunstancias
por las que pasa, «como los buenos médicos, que no curan de un solo modo»15,
no dan la misma receta a todos los pacientes.
Después
de avisar a alguien con la corrección, si parece que no reacciona, es preciso
ayudarle todavía un poco más con el ejemplo, con la oración y mortificación por
él, con una mayor comprensión.
Por
nuestra parte, hemos de recibirla con humildad y silencio, sin excusarnos,
conociendo la mano del Señor en ese buen amigo, que al menos lo es desde aquel
momento; con un sentimiento de viva gratitud, porque alguien se interesa de verdad
por nosotros; con la alegría de pensar que no estamos solos para enderezar
nuestros caminos, que deben conducir siempre al Señor. «Después que hayas
recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte
como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio que reporta el corregirse,
sino también para hacerle ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes
en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar
que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; quien es
verdaderamente humilde tiene a honra someterse a todos por amor a Dios, y
observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera
que sea el instrumento de que Él se haya servido»16.
Acudamos,
al terminar nuestra oración, a la Santísima Virgen, Mater boni consilii,
para que nos ayude a vivir siempre que sea necesaria esta muestra de caridad
fraterna, de amistad verdadera, de aprecio sincero por aquellos con quienes nos
relacionamos más frecuentemente.
1 Cfr. 1
Sam 12, 1-17. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 60, 1. —
3 Sal 50. —
4 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 641. —
5 Cfr. Mt 18,
15. —
6 Cfr. Doctrina
de los Apóstoles, 15, 13. — 7 2
Tes 3, 14-15. —
8 Gal 6,
1. —
9 Sant 5,
19-20. —
10 Gen 4,
9. —
11 S. Canals, Ascética
meditada, p. 170. —
12 Prov 18,
19. —
13 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 455. —
14 San
Agustín, loc. cit. —
15 San
Juan Crisóstomo, o. c., 29. —
16 J.
Pecci -León XIII-, Práctica de la humildad, 41.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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