Tulio Ramírez 18 de marzo de 2024
Siempre
he pensado que la denuncia es necesaria. La denuncia constante es una forma de
rebeldía que a la larga surte sus efectos. En un país con la mayoría de los
medios de comunicación censurados o autocensurados, han sido periodistas
comprometidos y ciudadanos sensibilizados, los que se han convertido en un
ejercito de reporteros que dan a conocer al mundo, las desgracias colectivas y
dramas personales de quienes no tienen voz.
En los países autoritarios esto es un enorme riesgo, pero es la única manera de escapar del cerco informativo. Por ejemplo, hoy no tendríamos idea de las manifestaciones callejeras en Cuba, si no fuera por valientes ciudadanos que arriesgan su vida y libertad, transmitiendo a través de sus limitadas redes sociales, las imágenes dantescas de una cotidianidad llena de miseria y represión.
Por mi
parte daré un alto a la costumbre de imprimir un poco de humor a mis escritos
para soliviantar en algo la vida de mis poquísimos lectores. Hoy dedicaré el
espacio para compartir una situación que, en lo personal, no solo me desgarró
el alma, sino que avivó la enorme animadversión hacia un proyecto político
esquizoide que en nombre del humanismo y la felicidad, ha llevado a
nuestros ciudadanos a la infelicidad más absoluta.
Mi
amiga, la profesora Magaly Chávez, sobrina del popular boxeador caraqueño,
Simón Chávez (El Pollo de la Palmita) y viuda de mi querido amigo y colega,
profesor José Rodolfo Rico, ucevista hasta sus últimos días, me envió un
mensaje de voz al celular en estos términos: “Amigo, solo quería comentarte que
le dimos la cola a una mujer joven que estaba siendo atendida en el Hospital
Risquez y en el camino nos comentó que tuvo que sacar a su hijo de un modesto
colegio privado del barrio y cambiarlo a una escuela pública. La razón,
no poder garantizar cubrir el costo de la mensualidad, unos 30 dólares”.
De por
sí esa información era impactante, pero la explicación extendida lo era aún
más. Me explica Magaly que la joven madre comentó: “Mi gran dolor es que ahora
mi hijo recibe clases solo dos tardes a la semana, cuando en su colegio la
recibía todos los días en horario completo. Amiga, el peor colegio privado
siempre será mejor que cualquier escuela pública. Ahora lo que me toca
es conseguir un tercer trabajo para lograr reunir cada mes esos
desgraciados 30 dólares y regresarlo a su colegio. ¡Maldita sea la pobreza!”.
Escoger
entre comer y estudiar es uno de los dilemas más crueles. Naturalmente la
balanza siempre se inclinará hacia la alimentación del cuerpo, postergando para
mejores momentos la alimentación del espíritu. Sin embargo, la cosa se complica
y se torna cruel cuando aun sacrificando una, tampoco puedes satisfacer la
otra.
El
Alto Comisionado de las Naciones Unidas reveló en su informe sobre Venezuela
que hay 9,3 millones de personas con brechas significativas o extremas en el
consumo de alimentos. Detalla el informe que casi 82% de los
venezolanos vive en la pobreza y 53% en la pobreza extrema, con
ingresos insuficientes para acceder a una canasta básica de alimentos.
Un
país desnutrido y con una educación disminuida, difícilmente podrá garantizar a
las generaciones futuras el bienestar tantas veces prometido y tantas veces
postergado. En tales condiciones, encontrar a una madre dispuesta a dejar el
lomo para que su hijo pueda acceder a una educación adecuada, es una expresión
de rebeldía contra un sistema que objetivamente niega esa posibilidad
La
situación expuesta por esa joven madre, resume la de todo un país. Unos pocos,
han desaparecido sin dejar rastro, miles de millones de billetes verdes,
mientras que la gran mayoría busca desesperadamente un puñado de dólares extras
para garantizar alimento y educación digna para el futuro del país, aunque no
todos pueden lograrlo. Gracias Magaly, por el mensaje.
Tulio
Ramírez
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