Estos días son complejos para cualquier persona; incluso para los adultos más equilibrados. Hay sobradas razones para ser sobrepasados por las circunstancias y pensamientos. Los niños y adolescentes también padecen los cambios y amenazas en el entorno.
Además estamos en un período vacacional, están más tiempo en las casas y puede ser que se haya suspendido el plan recreacional previsto.
Debemos estar atentos a sus señales, su forma de reaccionar varía. Va a depender de cada niño y va desde mostrarse callado, pasivo, asumir comportamientos hostiles, temeroso, problemas para dormir, pesadillas, querer estar aferrados a nosotros, presentar trastornos físicos (alergias, síntomas respiratorios, digestivos). Pueden incluso experimentar conductas ya superadas como hacerse pipí en la cama, chupar dedo, entre otras.
Es por ello que es vital:
Validar sus emociones. Deben saber que en una situación así es normal sentirse tristes, preocupados, inquietos e incluso aburridos. Es válido decir cómo nos sentimos, tener miedo, incluso llorar. Les diremos que comprendemos cómo se sienten, que nosotros también nos hemos sentido así; pero que estamos juntos para afrontar todas las circunstancias que se presenten. Tienen que sentir que no están solos y que pueden hacer todas las preguntas, hablar contigo o con alguien de la familia cuando lo necesiten.
Revisar cómo nos sentimos. Los niños saben más de lo que creemos, captan como nos sentimos. Le podemos transmitir nuestra ansiedad, angustia, frustración. Es muy importante contar con alguien con quien desahogarnos, nunca hacerlo con los niños. Necesitan sentirse seguros y protegidos.
Mantener o crear una rutina. Se deben mantener las rutinas en la medida de las posibilidades (horas de comer, hacer tareas, ver tv, jugar, bañarse, etc.). No podemos permitir que el clima caótico externo entre a la casa. Se puede ser más flexibles cuando les cueste hacer las tareas, dormir solos y a la hora acostumbrada, puede ser que sientan miedo y angustia y necesitan el apoyo emocional de la familia.
Promover la convivencia. Hay que preservar un clima de convivencia en el hogar. Estar tanto tiempo juntos puede propiciar el enfrentamiento y agresiones entre hermanos; padres e hijos. Implica un esfuerzo de todos para promover el buen trato y comprender que no podemos pagar nuestra frustración con nuestros seres cercanos y más queridos.
Administrar el tiempo de conexión. Debemos estar atentos a la información que consumen en redes sociales y que no copen las horas del día en la casa. Evitar fuentes o recursos que promuevan la violencia y la ansiedad en los chicos. Debe haber una “dieta informativa” que permita no intoxicar, especialmente a los niños y adolescentes; protegiendo así la salud mental que es vital en estos momentos.
No olvidar que siguen siendo niños. La recreación y el juego son importantes elementos para que puedan drenar sus tensiones y reforzar la resiliencia, la capacidad de superar las adversidades y salir fortalecidos. Es importante que en la familia podamos crear treguas para que los niños puedan vivir esos espacios, socializar con los vecinos o compañeros.
Es importante ofrecerles calidez, intercambiar, escucharlos, ser empáticos poniéndonos en su lugar, abrazarlos, ofrecerles seguridad. Recordemos que no tienen ni la edad, madurez y experiencia nuestra. Con nuestra atención y contacto físico se sentirán comprendidos; amados en medio de las confrontaciones o crisis.
Como padres siempre recordar que los adultos somos nosotros y quienes podemos comprender las circunstancias y tener más comprensión y paciencia.
https://efectococuyo.com/opinion/atentos-con-la-salud-mental-de-nuestros-ninos/
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