Francisco Fernández-Carvajal 09 de agosto de 2024
@hablarcondios
— La
fe capaz de trasladar montañas. Cada día tienen lugar en la Iglesia los
milagros más grandes.
— Más
gracias cuanto mayores son los obstáculos.
— Fe
con obras.
I.
Entre una inmensa muchedumbre que espera a Jesús, se adelantó un hombre
y, puesto de rodillas, le suplicó: Señor, ten compasión de mi hijo...1.
Es una oración humilde la de este padre, como reflejan su actitud y sus
palabras. No apela al poder de Jesucristo sino a su compasión; no hace valer
méritos propios, ni ofrece nada: se acoge a la misericordia de Jesús.
Acudir al Corazón misericordioso de Cristo es ser oídos siempre: el hijo quedará curado, cosa que no habían logrado anteriormente los Apóstoles. Más tarde, a solas, los discípulos preguntaron al Señor por qué ellos no habían logrado curar al muchacho endemoniado. Y Él les respondió: Por vuestra poca fe. Porque os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: trasládate de aquí allá, y se trasladaría y nada os sería imposible.
Cuando
la fe es profunda participamos de la Omnipotencia de Dios, hasta el punto de
que Jesús llegará a decir en otro momento: el que cree en Mí, también
hará las obras que Yo hago, y las hará mayores que estas, porque Yo voy al
Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo. Si pidiereis algo en mi nombre, Yo lo haré2.
Y comenta San Agustín: «No será mayor que yo el que en mí cree; sino que yo
haré entonces cosas mayores que las que ahora hago; realizaré más por medio del
que crea en mí, que lo que ahora realizo por mí mismo»3.
El
Señor dice a los Apóstoles en este pasaje del Evangelio de la Misa que podrían
«trasladar montañas» de un lugar a otro, empleando una expresión proverbial;
entre tanto, la palabra del Señor se cumple todos los días en la Iglesia de un
modo superior. Algunos Padres de la Iglesia señalan que se lleva a cabo el
hecho de «trasladar una montaña» siempre que alguien, con la ayuda de la gracia,
llega donde las fuerzas humanas no alcanzan. Así sucede en la obra de nuestra
santificación personal, que el Espíritu Santo va realizando en el alma, y en el
apostolado. Es un hecho más sublime que el de trasladar montañas y que se opera
cada día en tantas almas santas, aunque pase inadvertido a la mayoría.
Los
Apóstoles y muchos santos a lo largo de los siglos hicieron admirables milagros
también en el orden físico; pero los milagros más grandes y más importantes han
sido, son y serán los de las almas que, habiendo estado sumidas en la muerte
del pecado y de la ignorancia, o en la mediocridad espiritual, renacen y crecen
en la nueva vida de los hijos de Dios4.
«“Si habueritis fidem, sicut granum sinapis!” -¡Si tuvierais fe tan grande como
un granito de mostaza!...
»—¡Qué
promesas encierra esa exclamación del Maestro!»5.
Promesas para la vida sobrenatural de nuestra alma, para el apostolado, para
todo aquello que nos es necesario...
II. Señor,
¿por qué no hemos podido curar al muchacho? ¿Por qué no hemos podido
hacer el bien en tu nombre? San Marcos6,
y muchos manuscritos en los que se recoge el texto de San Mateo, añade estas
palabras del Señor: Esta especie (de demonios) no
puede expulsarse sino por la oración y el ayuno.
Los
Apóstoles no pudieron librar a este endemoniado por falta de la fe necesaria;
una fe que había de expresarse en oración y mortificación. Y nosotros también
nos encontramos con gentes que precisan de estos remedios sobrenaturales para
que salgan de la postración del pecado, de la ignorancia religiosa... Ocurre
con las almas algo semejante a lo que sucede con los metales, que funden a
diversas temperaturas. La dureza interior de los corazones necesita, según los
casos, mayores medios sobrenaturales cuanto más empecinados estén en el mal. No
dejemos a las almas sin remover por falta de oración y de ayuno.
Una fe
tan grande como un grano de mostaza es capaz de trasladar los montes, nos
enseña el Señor. Pidamos muchas veces a lo largo del día de hoy, y en este
momento de oración, esa fe que luego se traduce en abundancia de medios
sobrenaturales y humanos. Esta es la victoria que vence al mundo:
nuestra fe7.
«Ante ella caen los montes, los obstáculos más formidables que podamos
encontrar en el camino, porque nuestro Dios no pierde batallas. Caminad,
pues, in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del
Señor. ¡Sin pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega también la
gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de
Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es
proporcionada a los obstáculos que el mundo y el demonio opongan a la labor
apostólica. Por eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya
dificultades, porque de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 20)»8.
Las
mayores trabas a esos milagros que el Señor también quiere realizar ahora en
las almas, con nuestra colaboración, pueden venir sobre todo de nosotros
mismos: porque podemos, con visión humana, empequeñecer el horizonte que Dios
abre continuamente en amigos, parientes, compañeros de trabajo o de estudio, o
conocidos. No demos a nadie por imposible en la labor apostólica; como tantas
veces han demostrado los santos, la palabra imposible no
existe en el alma que vive de fe verdadera. «Dios es el de siempre. —Hombres de
fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura.
»—“Ecce
non est abbreviata manus Domini” —El brazo de Dios, su poder, no se ha
empequeñecido!»9.
Sigue obrando hoy las maravillas de siempre.
III.
«Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos
capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover... en el mundo y,
primero, en nuestro corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con
obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en
criaturas omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como
tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt 21, 22)»10.
La fe
es para ponerla en práctica en la vida corriente. Habéis de ser no solo
oyentes de la palabra, sino hombres que la ponen en práctica: estote factores
verbi et non auditores tantum11.
Haced, realizad en vuestra vida la palabra de Dios y no os limitéis a
escucharla, nos exhorta el Apóstol Santiago. No basta con asentir a la
doctrina, sino que es necesario vivir esas verdades, practicarlas, llevarlas a
cabo. La fe debe generar una vida de fe, que es manifestación de la amistad con
Jesucristo. Hemos de ir a Dios con la vida, con las obras, con las penas y las
alegrías... ¡con todo!12.
Las
dificultades proceden o se agrandan con frecuencia por la falta de fe: valorar
excesivamente las circunstancias del ambiente en que nos movemos o dar
demasiada importancia a consideraciones de prudencia humana, que pueden
proceder de poca rectitud de intención. «Nada hay, por fácil que sea, que
nuestra tibieza no nos lo presente difícil y pesado; como nada hay tampoco tan
difícil y penoso que no nos lo haga del todo fácil y llevadero nuestro fervor y
determinación»13.
La
vida de fe produce un sano «complejo de superioridad», que nace de una profunda
humildad personal; y es que «la fe no es propia de los soberbios sino de los
humildes», recuerda San Agustín14:
responde a la convicción honda de saber que la eficacia viene de Dios y no de
uno mismo. Esta confianza lleva al cristiano a afrontar los obstáculos que
encuentra en su alma y en el apostolado con moral de victoria, aunque en
ocasiones los frutos tarden en llegar. Con oración y mortificación, con el
trato de amistad, con nuestra alegría habitual, podremos realizar esos milagros
grandes en las almas. Seremos capaces de «trasladar montañas», de quitar las
barreras que parecían insuperables, de acercar a nuestros amigos a la
Confesión, de poner en el camino hacia el Señor a gentes que iban en dirección
contraria. Esa fe capaz de trasladar montes se alimenta en el trato íntimo con
Jesús en la oración y en los sacramentos.
Nuestra
Madre Santa María nos enseñará a llenarnos de fe, de amor y de audacia ante el
quehacer que Dios nos ha señalado en medio del mundo, pues Ella es «el buen
instrumento que se identifica por completo con la misión recibida. Una vez
conocidos los planes de Dios, Santa María los hace cosa propia; no son algo
ajeno para Ella. En el cabal desempeño de tales proyectos compromete por entero
su entendimiento, su voluntad y sus energías. En ningún momento se nos muestra
la Santísima Virgen como una especie de marioneta inerte: ni cuando emprende,
vivaz, el viaje a las montañas de Judea para visitar a Isabel; ni cuando,
ejerciendo de verdad su papel de Madre, busca y encuentra a Jesús Niño en el
templo de Jerusalén; ni cuando provoca el primer milagro del Señor; ni cuando
aparece –sin necesidad de ser convocada– al pie de la Cruz en que muere su
Hijo... Es Ella quien libremente, como al decir Hágase, pone en
juego su personalidad entera para el cumplimiento de la tarea recibida: una
tarea que de ningún modo le resulta extraña: los de Dios son los intereses
personales de Santa María. No es ya solo que ninguna mira privada suya
dificultase los planes del Señor: es que, además, aquellas miras propias eran
exactamente estos planes»15.
1 Mt 17,
14-20. —
2 Jn 14,
12-14. —
3 San
Agustín, Datado sobre el Evangelio de San Juan, 72, 1.
—
4 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
5 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 585. —
6 Mc 9,
29. —
7 1
Jn 5, 4. —
8 A.
del Portillo, Carta pastoral 31-V-1987, n. 22. —
9 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 586. —
10 ídem, Amigos
de Dios, 203. —
11 Sant 1,
22. —
12 Cfr. P.
Rodríguez, Fe y vida de fe, p. 173. —
13 San
Juan Crisóstomo, De compunctione, 1, 5. —
14 San
Agustín, cit. en Catena Aurea, vol. VI, p. 297. —
15 J.
M. Pero-Sanz, La hora sexta, Rialp, Madrid 1978, p. 292.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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