Francisco Fernández-Carvajal 15 de octubre de 2022
@hablarcondios
— Oración confiada y perseverante.
— Constancia en la petición. Parábola del
juez inicuo.
— La oración, consecuencia directa de la
fe.
I. Yo
te invoco porque Tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis
palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas
escóndeme1, leemos en la Antífona de entrada de la Misa.
Los textos de la liturgia se centran en el poder que tiene ante Dios la oración perseverante y llena de fe. San Lucas, antes de narrarnos, en el Evangelio de la Misa2, la parábola de la viuda y del juez inicuo, nos indica el fin que Jesús se propone: Les propuso esta parábola para hacerles ver que conviene perseverar en la oración sin desfallecer. En la vida sobrenatural hay acciones que se realizan una sola vez: recibir el Bautismo, el sacramento del Orden... Otras, es necesario llevarlas a cabo muchas veces, como perdonar, comprender, sonreír... Pero hay acciones y actitudes que son de siempre, para las que será necesario vencer el cansancio, la rutina, el desánimo. Entre estas se encuentra la oración, manifestación de fe y de confianza en nuestro Padre Dios, aun cuando parezca que guarda silencio. San Agustín, al comentar este pasaje del Evangelio, pone de relieve la relación que existe entre la fe y la oración confiada: «Si la fe flaquea, la oración perece», enseña el Santo; pues «la fe es la fuente de la oración» y «no puede fluir el río si se seca el manantial del agua»3. Nuestra oración –¡tan necesitados estamos!– ha de ser continua y confiada, como la de Jesús, nuestro Modelo: Padre, ya sé que siempre me escuchas4. Él nos oye siempre.
La Primera
lectura de la Misa nos propone la figura de Moisés orante5 en
la cima de un monte, mientras Josué se enfrentaba a los amalecitas en Rafidín.
Cuando, en actitud de súplica, Moisés tenía en alto las manos, vencía
Israel; cuando las bajaba, vencía Amalec. Y para que Moisés siguiera
orando, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así,
mantuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a
Amalec y a su tropa, a filo de espada.
No
debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez comienzan a hacernos mella el
desaliento o la fatiga, hemos de pedir a quienes nos rodean que nos ayuden a
seguir rezando, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo
otras muchas gracias, quizá más necesarias que los dones que le pedimos.
«Quiere el Señor concedernos las gracias, pero quiere que se las pidamos
–enseña San Alfonso Mª de Ligorio–. Un día llegó a decir a sus
discípulos: Hasta ahora no habéis pedido cosa alguna en nombre mío.
Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn 16,
24). Como si dijera: No os quejéis de Mí si no sois plenamente dichosos, sino
quejaos de vosotros mismos por no haber buscado lo que necesitábais; pedídmelo
en adelante y seréis atendidos»6.
San Bernardo comenta que muchos se quejan de que no les ayuda el Señor, y es el
mismo Jesús –afirma el Santo– quien tendría que lamentarse de que no le piden7.
Oremos como Moisés: con perseverancia en medio del cansancio, con la ayuda de
los demás cuando sea necesario. Es mucho lo que está en juego. Es dura la
batalla.
Examinemos
hoy si nuestra oración es perseverante, confiada, insistente, sin cansarnos.
«Persevera en la oración, como aconseja el Maestro. Este punto de partida será
el origen de tu paz, de tu alegría, de tu serenidad y, por tanto, de tu
eficacia sobrenatural y humana»8.
Nada puede contra una oración perseverante.
II. Levanto
mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del
Señor, que hizo el cielo y la tierra9,
rezamos en el Salmo responsorial.
La
idea central de la parábola que leemos en el Evangelio de la Misa nos muestra a
dos personajes entre los que existe un fuerte contraste. Por un lado está el
juez que ni tenía temor de Dios ni respeto a hombre alguno: le
faltan las dos notas esenciales para vivir la virtud de la justicia. En el
Antiguo Testamento ya hablaba el Profeta Isaías de los que no hacen
justicia al huérfano y a quienes no llega el pleito de la viuda10,
de los que absuelven al malo por soborno y quitan a los justos su
derecho11. Jeremías alude a los que no juzgaban la causa del
huérfano y no sentenciaban el derecho de los pobres12.
Al
juez contrapone el Señor una viuda, símbolo de persona indefensa y desamparada.
Y a la insistencia perseverante de la viuda, que acude con frecuencia al juez
para exponerle su petición, se opone la resistencia de este. El final
inesperado sucede precisamente después de un continuo ir y venir de la viuda y
de las reiteradas negativas del juez. Termina por ceder el juez, y la parte más
débil obtiene lo que deseaba. Y la razón de esta victoria no está en que haya
cambiado el corazón del administrador de la justicia: la única arma que ha
conseguido la victoria es la petición insistente, la tozudez de la mujer, la
constancia que vence la oposición más tenaz. Y concluye el Señor con un fuerte
giro: ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y
noche, y les hará esperar? Nos hace ver que el centro de la parábola
no lo ocupa el juez inicuo, sino Dios, lleno de misericordia, paciente y celoso
por los suyos.
Hasta
el fin de los tiempos, la Iglesia –día y noche– dirigirá un clamor suplicante a
Dios Padre, por medio de Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, porque
son muchos los peligros y necesidades de sus hijos. Es el primer oficio de la
Iglesia, el primer deber de sus ministros los sacerdotes. Es lo más importante
que hemos de hacer los fieles, porque estamos indefensos y nada tenemos, y todo
lo podemos con la oración.
La
razón, que da el Señor en esta parábola, de que nuestra oración sea siempre
oída, es triple: la bondad y misericordia de Dios, que tanto dista del juez
impío; el amor de Dios por cada uno de sus hijos; y el interés que nosotros
mostramos perseverando en la oración.
Al
terminar la parábola, Jesús añade: Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra? ¿Acaso encontrará una fe
semejante a la de esta viuda? Se trata de una fe concreta: la fe de los hijos
de Dios en la bondad y en el poder de su Padre del Cielo. El hombre puede
cerrarse a Dios, no sentir necesidad de Él, buscar por otros cauces la solución
a las deficiencias que solo el Señor puede resolver, y entonces no hallará
jamás los bienes que le son más necesarios: Colmó de bienes a los
hambrientos, y a los ricos los despidió vacíos13,
anunció la Virgen en el Magníficat. Hemos de acudir a Dios como
hijos necesitados, además de poner los medios humanos que cada situación
requiera. Solo la misericordia divina puede socorrernos en tantos bienes de los
que carecemos. Cuenta el Santo Cura de Ars que el fundador de un célebre asilo
de huérfanos le consultó sobre la oportunidad de atraer la atención y favor de
las gentes a través de la prensa. El Santo le respondió: «En vez de hacer ruido
en los diarios, hazlo a la puerta del Tabernáculo». En muchas ocasiones el Señor
quiere que sepamos resolver nuestros asuntos ante el Sagrario, y a la vez en la
prensa, con los medios humanos que tengamos a nuestro alcance.
A lo
largo de los siglos, el pueblo cristiano se ha sentido movido a presentar sus
peticiones a Dios a través de su Madre María, y a la vez Madre nuestra. Nos
enseña San Bernardo «que subió al Cielo nuestra Abogada para que, como Madre
del Juez y Madre de la Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación»14.
No dejemos de acudir a Ella, también en las pequeñas necesidades diarias.
III. Una
consecuencia directa de la fe es la oración, pero, a la vez, la oración presta
mayor «firmeza a la misma fe»15.
Ambas están perfectamente unidas. Por eso, todo lo que pedimos debe ayudarnos a
ser mejores; si no fuera así, «no nos haríamos más piadosos, sino más avaros y
ambiciosos»16. Cuando pedimos una nueva vivienda, la ayuda en unos exámenes
o en una oposición..., debemos examinar si aquello nos ayudará a cumplir mejor
la voluntad de Dios. Podemos pedir bienes materiales, la salud nuestra o de
alguien a quien vemos sufrir, el salir airosos de una mala situación..., pero
si vivimos de fe, si tenemos unidad de vida, comprenderemos bien que cuando
pedimos e insistimos en los medios materiales o en los bienes humanos, lo que
queremos, en primer lugar, no son esas cosas en sí mismas, sino al mismo Dios.
El Señor es siempre el fin último de nuestras peticiones, también cuando
pedimos bienes de aquí abajo, que nunca querríamos si nos alejaran de Él.
A Dios
le es especialmente grata la oración por las necesidades del alma, tanto
propias como de nuestros parientes, amigos y conocidos. Mucho hemos de pedir
por quienes tratamos cada día, para que estén cerca del Señor. ¡Cuánto debemos
rogar por los familiares, por los amigos...! «He chocado la mano de mi amigo y,
de pronto, al ver sus ojos tristes y angustiados, temí que no estuvieras en su
corazón. Y me sentí molesto como ante un sagrario en el que no sé si estás.
»Oh,
Dios, si Tú no estuvieras en él, mi amigo y yo estaríamos lejanos, pues su mano
en la mía no sería más que carne entre carne, y su corazón para el mío un
corazón del hombre para el hombre.
»Yo
quiero que tu Vida esté en él como en mí, porque quiero que mi amigo sea mi
hermano gracias a Ti»17.
No
dejemos de pedir en este mes de octubre, utilizando el Santo Rosario como
oración siempre eficaz para conseguir, a través de Nuestra Señora, todo aquello
que necesitamos nosotros y aquellas personas que de alguna manera dependen de
nosotros.
1 Antífona
de entrada. Sal 16, 6-8. —
2 Lc 18,
1-8. —
3 Cfr. San
Agustín, Sermón 115, 1. —
4 Jn 11,
42.—
5 Ex 17,
8-13. —
6 San
Alfonso María de Ligorio, Sermón 46, para el domingo X después
de Pentecostés. —
7 Cfr. San
Bernardo, Sermón 17 de temas diversos. —
8 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 536. —
9 Salmo
responsorial. Sal 120, 1-2. —
10 Is 1,
23. —
11 Is 5,
23. —
12 Jer 5,
28. —
13 Lc 1,
53.—
14 San
Bernardo, Sermón 1, en la Asunción de la B . Virgen María,
1. —
15 San
Agustín, De la ciudad de Dios, 1, 8, 1. —
16 Ibídem.
—
17 M.
Quoist, Oraciones para rezar por la calle, Sígueme,
Salamanca 1962, p. 46.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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