Orlando Viera-Blanco 12 de octubre de 2022
@ovierablanco
“Huelga
decir, cuidémonos de esos apasionamientos revolucionarios, globalizantes,
igualitarios, “generosos”, porque ocultan pretensiones totalizantes, gendarmes,
dominantes, egoístas. Hay amores que matan…”
Según
Isaías Berlín, el romanticismo supuso el cambio de mayor envergadura ocurrido
en la conciencia de Occidente a lo largo de los siglos XIX y XX. De ahí su enorme
importancia. “Todos los otros movimientos que tuvieron lugar durante el
periodo parecen en comparación, menos importantes y están, de todas maneras,
profundamente influenciados por éste”.
Al
convulsivo mundo de hoy le hace falta un poco de romanticismo moderado. Pero no
tanto diría el propio Isaías-porque de su herencia al fascismo, el
autoritarismo, la globalización agazapada y charlatana hay un paso.
Un nuevo paradigma…
Para
Isaías Berlín, los románticos pusieron en marcha una
revolución sin precedentes. “Destruyeron las nociones tradicionales de
verdad objetiva y de validez ética y causaron efectos incalculables en todos
los aspectos de la vida […] El mundo no ha sido lo mismo desde entonces,
nuestra política y nuestra moral se han visto profundamente transformadas por
ellos. Sin duda, éste ha sido el cambio más radical y dramático, por no decir
el más pavoroso, en la perspectiva del hombre de los tiempos modernos».
Hacia
la segunda mitad del siglo XVIII, pasamos del hombre primitivo, maledicente,
envidioso, codicioso e irracional-que debe ser domesticado y guiado por un ser
supremo, divino, autárquico, príncipe o leviatán-, al hombre bueno, sano,
voluntarioso, armonioso, inteligente [Rousseau], capaz de convivir, respetar y
delegar su existencia y convivencia. Fuimos del utilitarismo al positivismo, de
la razón al corazón; del hombre pensando al hombre
siendo, estando…del deber ser al derecho
de nacer libre y ser feliz.
Pero
atención: esa felicidad inmensamente existencialista, también condujo a los
profetas del desastre y la seducción. Porque grandes charlatanes y tiranos
fueron inspirados por románticos bajo el abrigo del nacionalismo, la cultura,
la pasión y la raza. Un cambio de paradigma, que debemos examinar
cuidadosamente.
Los
sempiternos globalizadores.
Platón
o la ética nicomaquea de Aristóteles, han sido considerados los predecesores
del romanticismo. Pero realmente no lo son, porque sólo admiten la razón, la
moral, como fundamento de la verdad y la existencia. “Pienso luego existo”.
La moral que antecede las circunstancias y desde la cual, se valida el
poder. Pero un día-casi un par de milenios más tarde-comenzaron a
derrumbarse las rigideces del pensamiento racional, la previsibilidad de las
élites eruditas; la felicidad que dependía de un decreto. Era el asalto del
romanticismo.
Monarquías
y tiranías estallaron en revoluciones hacedoras de repúblicas. Desde la
francesa hasta la luterana. Desde las guerras de independencia hasta las
separatistas de hoy. Desde el internet de las cosas hasta la globalización. Es
la historia, no del pensamiento, no de la razón, sino de la conciencia, de la
neo culturización, del fervor igualitario, de la opinión en acción.
La
historia de la moral, la política y la belleza-que es en gran medida la
historia de modelos dominantes-antes la hicieron los romanos, los espartanos,
los guerreros, luego los príncipes y señores feudales. Después los ilustrados,
los revolucionarios y más reciente, los liberales y demócratas,
hasta llegar a los posts verdad, los globales, los hegemónicos. Son los “nuevos
románticos” los “nuevo-ricos liberales”. Muy peligrosos por ser
habilidosos con la palabra; con la universalización de la paz, la igualdad y el
amor a través de cuyos memes, desean
monopolizar/atrapar, la generosidad y la felicidad.
¿Sabe
tanto el amor?
El
periodo post platónico es comprender que la vida, la política, el poder, no
llegan a ser perfectos, permanentes, válidos o duraderos por ceñirse a una
narrativa, un imperativo moral a la dialéctica. La vida también es pasión, es
dolor. Es un himno de alegría, un poema o una flor. La vida es felicidad o es
tempestad, es ambición o es perdón. Es Shakespeare, Víctor Hugo o Espinosa;
Dumas o Poe, “aliviando” el rigor de Sócrates, Horacio o Platón […] Es el
relevo de Helvétius y su ser supremo, de Montesquieu y su trato desigual a las
cosas desiguales, de Kant y su imperativo moral, de Marx y su lucha de clases o
Taine y su determinismo estético. Son los postglosadores de salmos y pasajes
bíblicos judeocristianos, se redimen el utilitarismo de Constant y
permutan la libertad de los antiguos por la libertad de los modernos,
que es el derecho fundamental de la vida y la libertad.
Esa es
la génesis del romanticismo. El que antepone las relaciones fundamentales por
las que se explican la vida y la naturaleza. El amor de los hijos por el padre,
la hermandad entre los hombres, el perdón, los mandatos de un superior
dirigidos a un inferior, el sentido del deber, la transgresión, el pecado y su
consecuente necesidad de expiación. Todo un complejo de cualidades,
por el que se explicaría la totalidad del universo. Al movimiento romántico lo
alimentan las emociones empeñadas en el amor. ¿Pero
tanto amor, es bueno, es real? ¿No empalaga o acaso, arrebata? ¿Sabe
tanto el amor?
Un
romanticismo peligroso.
No
resulta del todo claro por qué la transgresión al pecado, el amor o la igualdad
generen revoluciones sangrientas teñidas de abusos y absolutez. Dirá
Talleyrand, “no conocieron el verdadero plaisir de vivre”. Resentimiento
[…] Otros dicen que se trató [la ilustración] de una edad artificial e
hipócrita. Que la revolución introdujo un ámbito de mayor de justicia,
humanidad, libertad; de mayor comprensión del hombre por el hombre a un costo
muy elevado: el imperio del hombre-masa sobre el hombre-ciudadano,
donde ni existe el hombre-masa ni el hombre
masificable.
La
Revolución Francesa, los que danzaron sobre las ruinas de la Bastilla y
decapitaron a Luis XVI, los que se vieron afectados por ese impetuoso culto al
talento, por esa precipitada invasión de emocionalismo o por
un repentino desorden y turbulencia, sigue escribiendo las notas de la historia
de Occidente. Pero no podemos utilizar el romanticismo de Goethe en Weimar o la
poesía fabulista de Tieck, para escribir hoy una dramaturgia hipócrita de
igualdad de género, justicia social, poder popular, democracia participativa o
estado secular, barriendo la naturaleza humana, sus valores, sus más prístinos
derechos y sus constituciones.
Y
concluye Berlín”: “El fascismo también fue heredero del romanticismo […] La
razón por la que el fascismo le debe algo al romanticismo se funda en la noción
de la voluntad imprevisible tanto del hombre como de un grupo que avanza a
grandes pasos, de un modo que no puede sistematizarse, predecirse ni
racionalizarse” Es la irracionalidad del impostor, del tartufo de Moliere,
que hipnotiza y embruja por su carisma.
Lo
central del fascismo “es lo que dirá el líder mañana, hacia dónde nos
llevará el espíritu, adónde iremos, qué haremos”. Un discurso
apasionado, de [mi] lucha, convertido en histérica autoafirmación, fascinación
y destrucción nihilista de las instituciones existentes. El hombre
superior-subraya Berlín- “que aniquila al inferior debido a que su voluntad
es más poderosa”. Y éstos son los bienes directamente heredados—si bien de
una forma extremadamente distorsionada y mutilada—alerta Isaías, del movimiento
romántico.
Huelga
decir, cuidémonos de esos apasionamientos revolucionarios, globalizantes,
igualitarios, “generosos”, porque ocultan pretensiones totalizantes, gendarmes,
dominantes, egoístas. Hay amores que matan…
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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