Ángel Oropeza 30 de septiembre de 2022
@angeloropeza182
No hay
nada más fácil que el autoengaño.
Ya que
lo que desea cada hombre es lo primero que cree.
Demóstenes
En un
reciente foro sobre las relaciones entre la sociedad civil y los partidos
políticos, y preguntado sobre los pasos que hay que dar para mejorar esa
relación, el padre Luis Ugalde, mi contertulio en el evento, afirmó con acierto
que nuestra mayor debilidad como organizaciones políticas y sociales es creer
que somos fuertes, cuando en realidad todos somos hoy débiles.
La afirmación de Ugalde puede parecer poco simpática a los oídos de algunos, pero no por ello deja de ser cierta. Los datos de opinión pública muestran una radiografía en la cual hoy las organizaciones políticas, sin excepción, se perciben disminuidas, alejadas de la gente y merecedoras de poca confianza y credibilidad. Pero esto no es exclusivo de los partidos políticos. Quizás con la sola excepción de las universidades y de la Iglesia Católica, las cuales siguen siendo las instituciones que de manera permanente generan mayor confianza en los venezolanos, muchas de las organizaciones sociales conocidas no escapan de esta situación de debilidad.
Por
supuesto que para llegar a esta lamentable situación han influido factores
internos a las organizaciones, como la falta de legitimación de sus dirigentes,
el estéril afán protagónico de algunos personajes, la preeminencia de las
agendas privadas y la insistencia en poner el centro de la acción política y
social en terrenos alejados a las prioridades de la población.
Pero
sería injusto dejar de lado las variables de naturaleza externa a las
organizaciones. Allí se incluyen de manera determinante la acción represiva del
gobierno, que ha perseguido y encarcelado a una cantidad importante de líderes
políticos y sociales (muchos de ellos dirigentes de base y por tanto no muy
conocidos a nivel nacional), el efecto de la migración forzosa y el impacto de
la crisis humanitaria compleja, por nombrar solo las tres más importantes.
Lo
cierto es que la anterior combinación de factores, más el hecho con frecuencia
olvidado que en la Venezuela de nuestros días hacer política o trabajo social
transformador es considerado una actividad delictiva por parte del
Estado-gobierno, ha provocado que nuestras organizaciones políticas y sociales
se encuentren hoy en una situación de debilidad comparativa evidente y
demostrable. Pero nuestra debilidad mayor es, paradójicamente, no darnos cuenta
de esa realidad.
El
desconocer la propia debilidad y pensar que somos fuertes conduce a la
tentación de querer imponernos sobre los demás, a creer ingenuamente que no se
necesita del otro y a no aceptar cambiar nuestra forma de hacer política o de
actuar. Además, quien se cree fuerte no busca encontrarse con la gente, sino
que ilusoriamente aspira a que sea la gente que se acerque y le siga.
En
cambio, es solo a partir del reconocimiento inteligente de nuestra actual
debilidad como podemos empezar a construir un poderoso movimiento
político-social que conduzca de manera efectiva y realista las tareas de la
liberación democrática del país. Es en este momento cuando admitir nuestras
debilidades se convierte en una de las mayores fortalezas que podemos tener.
¿Por qué?
Porque
solo cuando reconocemos nuestra debilidad es posible hacer un inventario
objetivo y no fantasioso de nuestras propias capacidades, que son sobre las
cuales se pueden diseñar planes creíbles y efectivos de acción. Pero, además de
eso, el reconocimiento de la propia debilidad obliga a transitar en dos
direcciones inteligentes y necesarias.
Una,
es a confiar en los demás, a entender la importancia de trabajar y coordinar
acciones con otros, de reconocer con humildad que la unidad no es un eslogan
acomodaticio ni un adorno discursivo, sino un requerimiento insoslayable para
convertir la debilidad de cada uno en la fortaleza del común, y que sin ella
ningún cambio político es posible.
La
otra dirección a la que nos conduce la aceptación de nuestra debilidad es al reencuentro
con la gente, a asumirla como el sujeto político de la transformación y
acompañarlo en sus luchas, a dejar de hablar con los mismos de siempre en
escenarios controlados e ir a escuchar y aprender de la gente que hoy desconfía
de sus organizaciones porque éstas siguieron las urgencias de sus propias
agendas y no la de la inmensa población sufriente en demanda de cambio.
Sí,
hoy todos somos débiles. Pero esto, en vez de convertirse en un estigma
derrotista y desesperanzador, su reconocimiento puede ser el inicio de un
necesario proceso de transformaciones a lo interno de nuestras organizaciones,
en su forma de hacer política y de relacionarse tanto con la población como con
otros actores sociales y políticos. De esta forma, la debilidad que hoy nos
caracteriza -más que una tragedia- y las acciones que en consecuencia y de
manera realista asumamos frente a esa condición, se podrán convertir en el
punto de ignición que empiece a devolver la fortaleza en nuestras
organizaciones, y vuelva a inflamar la esperanza de cambio en una población
cansada y desconfiada.
Ángel
Oropeza
@angeloropeza182
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