ALONSO MOLEIRO 16 de noviembre de 2013
A nadie se le debe
escapar este detalle: fue el gobierno el que promovió la presencia de la gente
en el festín de los días anteriores. Elías Jaua, entre otros dirigentes
chavistas, siempre tan preocupados por los excesos del fascismo, llegó a
afirmar, incluso, que si un escenario general de violencia llegara a
concretarse "no sería en contra de nosotros"
El rasgo más destacable de toda la
crisis generada en el caso de las tiendas Daka no lo constituyen las colas, ni
el discurso oficial, ni la engañifa pública que postula la existencia de una
"guerra económica".
Por encima, incluso, del nerviosismo
generado en el universo del comercio, y del público en general, se me ocurre
que con lo que nos tenemos que quedar es con la apropiación del discurso que
justifica los saqueos y el pillaje anarquizado, y su legitimación, ejecutado en
calidad de amenaza, por parte del gobierno nacional.
Vamos a ponerlo en estos términos: si
los programas sociales de este gobierno de verdad tuvieran la efectividad que
todos los estamentos del chavismo, desde Iris Varela hasta Ricardo Menéndez,
desde Nicmer Evans hasta Mario Silva, postulan como una verdad revelada, en
este país no se hubiera presentado un solo foco de pillaje en los episodios de
la semana pasada.
Los programas sociales del gobierno no
se están transformando en desarrollo social. Todo lo contrario: relajar las
normas laborales, apurar soluciones compulsivas y no planificadas, colocar en
los mandos gerenciales a personas sin solvencia moral, consagrar la impunidad
en el delito, privilegiar la lealtar tribal, promover la tenencia de armas,
tolerar las invasiones, agredir a la propiedad privada, le ha ido dando los
toques definitivos al virus incivil que se ha apropiado con toda comodidad de
la conciencia colectiva de nuestro pobre país. Ahi tenemos en las narices el
comportamiento de los motorizados en las calles para cotejar lo que afirmo.
La posibilidad de un escenario de
anarquía total expresada en saqueos no es nueva en Venezuela: tiene en la
psique de todos, flotando como una eventualidad, desde el 27 de febrero de
1989. De manera implícita y explícita, sin embargo, Hugo Chávez lo asomó como
una hipótesis legítima en sus primeras alocuciones públicas una vez investido
de presidente.
Alguna vez, incluso, llegó a asomar
que tal cosa, un aleccionador flujo invasivo y depredador que recorriera a
Caracas del oeste hacia el este, podría tener lugar si la oposición se empeñaba
en intentar obstaculizar sus proyectos.
Saquear no es un ejercicio legítimo de
justicia, ni un pronunciamiento político con fines específicos. Ni siquiera se
trata de un acto de violencia selectiva de carácter propagandistico. El saqueo
es la expresión por excelencia de la Venezuela salvaje. El país sin educación,
sin valores, sin límites y sin ley. Por lo tanto, sin justicia. La expresión
más acabada de la violencia orgiástica, del apuro dionisíaco que habilita a una
personas a disponer de bienes ajenos sin castigo y sin consecuencias.
No es la primera vez que tal cosa
sucede. Los estallidos sociales pueden ser también fenómenos concretos que se
producen en momentos de penurias económicas o tragedias naturales. Han tenido
lugar en muchas naciones del vecindario latinoamericano República Dominicana,
Argentina, Uruguay o Brasil-, y más allá, en el mundo desarrollado, como
consecuencia de tensiones étnicas o sociales, en países tan civilizados como
Estados Unidos o Inglaterra.
La diferencia respecto a lo que
acabamos de vivir y los ejemplos citados es una: los desmanes de las semanas
anteriores, aislados afortunadamente, concurrieron a la calle atendiendo un
llamado oficial que técnicamente los hizo legítimos. Los llamados a saqueos son
aplaudidos y atendidos por acomplejados y resentidos, pero también por los
vivos químicamente puros.
A nadie se le debe escapar este
detalle: fue el gobierno el que promovió la presencia de la gente en el festín
de los días anteriores. Elías Jaua, entre otros dirigentes chavistas, siempre
tan preocupados por los excesos del fascismo, llegó a afirmar, incluso, que si
un escenario general de violencia llegara a concretarse "no sería en
contra de nosotros".
Finalmente, las personas que fueron
vistas llevándose en sus carros bienes que no les pertenecen no parecían estar
siendo objeto de alguna agresión económica, o padeciendo alguna penuria
especialmente grave. Muy por el contrario. Todos pudimos verlos: se trataba de
personas bien vestidas y comidas, que acudieron a aquella cita de forma
oportunista, asumiendo que nada les iba a ocurrir por llevarse cosas ajenas
robadas.
Parecían tener claro que, en
Venezuela, aquel que acoja los postulados que el chavismo invoca para poder
salirse con la suya jamás será objeto de ninguna sanción. Fueron encarados y
enfrentados por muchos presentes en Naguanagua, un episodio que nos indica que
en este país no todo está perdido.
Poco se dice, entretanto, de la
paradoja que estamos viviendo: un momento de crisis cambiaria y fiscal en
tiempos de vacas gordas, esto es, con el petróleo a 100 dólares el barril; un
aparato productivo convertido en chatarra y un sistema cambiario, expresado en
Cadivi, el verdadero responsable del dólar parelelo, con el cual los
funcionarios del gobierno y el Estado han estado esquilmando y sobornando a
cualquier ciudadano durante años. Durante los años de la Venezuela bolivariana.
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