Américo Martín 15 de noviembre de 2013
@AmericoMartin
Ha dicho Nicolás Maduro que sus
medidas van más allá de lo electoral y en eso tiene mucha razón, siempre que
aceptemos que también tienen un origen de esa índole. Traducen, pues, un anhelo
electoral y cambian sustancialmente el panorama de la economía y de la
política. Por desgracia, para mal.
No se trata de improvisaciones. A la
luz de las operaciones desplegadas desde la atalaya presidencial, se iluminan
varias otras decisiones que parecen engarzar en lo que llamaré la nueva
estrategia. Revolucionaria, dirá la cúpula gubernamental; suicida, dirán las
miles de víctimas que –estén o no conscientes de ello- quedarán en el terreno,
como después de un desastre bélico o de una tormenta iluminada de huracanes. Es
en conjunto una política destinada a prorrogar la vida del desalmado proceso
que padece el país pero al mismo tiempo es un decreto de muerte. Vida o Muerte.
Vida y Muerte. That´s the question.
Las primeras señales comenzaron con la
salida de Merentes. Una tímida racionalidad le había aconsejado insinuar
flexibilidades y aperturas. Miraba con horror el deslizamiento hacia el
barranco de la hiperinflación pero quiso combatirla favoreciendo la entrada de
inversiones y por lo tanto acreciendo la producción, que en última instancia es
la fórmula, la única inventada por el hombre para contener y revertir el
fenómeno. Pero no es un camino fácil ni rápido. El gobierno se había hundido en
su visión anacrónica. Cambiar eso por la vía insinuada por Merentes o convocar
al diálogo nacional no caben en las cabezas bloqueadas del poder.
La otra señal fue el virtual
duunvirato que ha nacido con la puesta de Rafael Ramírez en la más alta cumbre,
al lado del mismo Maduro y con tanto o más poder real que él. Sus primeras
declaraciones fueron de tono amenazante –estilo chavomadurista- y de contenido
tajante. ”Decapitará” la inflación y profundizará el largamente fracasado y
corrupto control de cambio. Y lo haría sin concesiones. Quería decir y lo dijo:
más centralización, más burocracia y más discrecionalidad en la distribución de
las divisas para importar y atender el servicio de la deuda. “Sobrarán los
dólares”, mintió ufano. Eso es curar la anemia con sangrías.
Diosdado, pobre, perdió terreno. La
insistencia del Ejecutivo en la Ley Habilitante lo demuestra. ¿Para qué ese
instrumento si Cabello garantiza una mayoría dócil dispuesta a votar lo que se
le ordene? He ahí la pregunta, Diosdado, ¿para qué?. Yo que tú me cuidaría.
Este viraje, si podemos llamarlo así,
es mortal. La economía se encontraba ya en estado terminal. Los pronósticos de
macrodevaluación, el sombrío peligro de un desabastecimiento crónico;
insuperable –puntualicemos- por el camino de las importaciones, dado el
agotamiento de las reservas líquidas del BCV y de los otros dos Fondos
manejados a voluntad por el presidente. El riesgo-país es de los más altos del
mundo y por lo tanto la posibilidad de endeudarse ad infinitum ha
languidecido. Podemos ahora pensar en el peligro de hambrunas o algo parecido
aunque suene exagerado.
Lo que definitivamente no lo es, es la
repetición de uno o más caracazos. Varios días de saqueos y la final
intervención militar, todo con saldo de muertes, división y destrucción.
Hay dos crueles diferencias entre los
saqueos que comenzamos a ver en estos días y el del 4 de febrero de 1989.
La primera es que aquella fue una
explosión espontánea, mientras que éstos son actos planificados y estimulados
abiertamente por el gobierno. Por supuesto, no son artificiales porque el
pueblo está al borde de los estallidos, pero no tenían que haber reventado
necesariamente antes del 8D. El malestar carbura a la vista de todos y la
responsabilidad del régimen estaba en todas las bocas. Pero el detonante lo
está disparando el gobierno, espantado como se encuentra por la posibilidad de
una catastrófica derrota electoral, en fecha tan temprana como dentro de un
mes.
La segunda es que el gobierno, Maduro,
Ramírez, -¡qué se yo!- tienen, hasta ahora, el control. Los saqueos se combinan
con cierre de comercios, cárcel para pequeños empresarios, vigilancia
militar de todos los precios (en una plétora infecta e imparable de cobro de
porcentajes de tolerancia) y la ley que fijará un límite legal de las
ganancias. Ese instrumento se dictará al amparo de una habilitante basada en la
compra de un par de diputados inmorales en contraste con la orgullosa rebeldía
de todos los demás. Venezuela podría quedar reducida a la condición de
erial improductivo, algo parecido a un campo de concentración.
¿Cómo es que Maduro y sus seguidores
puedan desestimar el peligro de muerte que sus medidas acarrean como sombra
siniestra contra nuestro desvalido país?
¿La ignoran o se trata de un riesgo
calculado? Ganarán votos, probablemente, pero hundirán el barco. Riesgo mortal,
es verdad, no obstante se colocaron en una negra disyuntiva: ruina y muerte o
pérdida de las elecciones que para los ahítos burócratas es peor que la
muerte.
La muerte no siempre es inapelable.
Está a la mano el instrumental totalitario. ¿Será posible encubrir la represión
con el argumento de las conspiraciones, magnicidios e invasiones? ¿Se podrá
silenciar más los medios, acallar a los formadores de opinión en calabozos y
encubrirlo todo con el pobre alegato de la guerra económica?
Si es eso lo que han pensado habrá que
admitir que el miedo suele armarse de coherencia retórica. Pero faltaría saber
si las instituciones están dispuestas a aplastar a más de medio país solo para
acompañar a una trepidante legión de incompetentes, sin pizca de humanidad.
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